La gratuidad del mal

Casa de citas/ 185

(Notas para una charla/ Una de tres)

 

Ricardo III, de W. Shakespeare

 

Ricardo York, duque de Gloster, fue el asesino que limpió el camino para que Eduardo IV (de los Lancaster) fuera rey; para ello mató a Enrique VI (casado con Margarita), luego mató a Eduardo, su hijo, heredero del trono, quien estaba casado con Ana. A Enrique también, antes, sirvió como matón.

Suben al trono los York. Cuando la obra de Shakespeare empieza (Editorial Andrés Bello, 1998) es Eduardo IV el rey de Inglaterra (y está enfermo), casado con Isabel, y su hijo Eduardo V está confiado a Gloster, su Protector; Ricardo hace (por intrigas ante el rey) aprehender a su hermano Jorge Clarence (también hermano de Eduardo), luego manda a dos asesinos para que lo ultimen, y enamora a Ana para casarse con ella. No es fácil entender este enredo sangriento. Espero haberlo simplificado (Al Pacino dedicó horas a lo mismo en su primera película-documental como director: Looking for Richard, 1996).

En una de las escenas tremendas, Ricardo, el contrahecho, enamora a Ana ante el cadáver del que fue su marido, en un diálogo donde el ingenio está de lado de Ricardo y el rencor de Ana poco a poco disminuye hasta aceptar un anillo y prometer una cita. Se sorprende hasta Ricardo de esta fragilidad femenina (p. 47): “¿Se ha ganado nunca de este modo el amor de una mujer? ¡Lo obtendré, pero no he de guardarlo por mucho tiempo! […] ¡Teniendo a Dios y a su conciencia y a ese ataúd contra mí! ¡Y yo, sin amigo que apoye mi causa, a no ser el diablo en persona y algunas miradas de soslayo! ¡Y aún la conquisto! ¡El universo contra la nada!”

Eduardo muere. Ricardo, con el apoyo del duque de Buckingham, mata a sus contrarios; pone, confinado, al príncipe Eduardo (y a su hermano menor) en una torre y se proclama rey. Después, manda matar al príncipe y a su hermanito. Se casa con Ana sólo para matarla, pues descubre que es mejor casarse con su sobrina Isabel, hija de Eduardo e Isabel. Buckingham, al no ser premiado por Ricardo (a quien no gusta la vacilación del duque ante la decisión de matar a los niños), aliado con otros, se le vuelve en contra. Matan a Buckingham por orden de Ricardo. Miles se rebelan.

Una noche antes de la batalla, los espectros aparecen para maldecir al villano (“Desespérate y muere”) y dar bienaventuranzas a Richmond, su líder contrario. Ricardo es muerto por Richmond (antes dice su célebre frase: “Mi reino por un caballo”), quien se casará con Isabel, la que pretendía el asesino muerto.

¿Por qué hay tanta maldad en el corazón de Ricardo? En la guerra puede ser admirado, en la paz es sólo un hombre feo, mal fraguado, nada atractivo, y esa es su “justificación” (p. 32): “Ya que no puedo mostrarme como un amante, para entretener estos bellos momentos de galantería, he determinado proceder como un villano y odiar los frívolos pasatiempos de estos días”.

 

Obra de Manuel Velazquez, pintor chiapaneco.

Obra de Manuel Velazquez, pintor chiapaneco.

La evitable ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht

 

La acción, en Chicago. El presentador es el primero en salir a escena y, por el asunto del distanciamiento brechtiano, describe a los personajes y éstos aparecen para que el público aplauda o rechifle. Cuando aparece Arturo Ui, “el gánster de gánsteres”, el presentador dice (Teatro completo, Ediciones Cátedra, 2006: 1274): “¿No les recuerda acaso a… Ricardo III?”

Cinco hombres de negocios, directivos del Trust de la Coliflor, están en bancarrota. La gente no compra (p. 1276): “La coliflor se nos pudre”. Arturo Ui, el gánster, llega a decirles que él puede obligar a la gente a comprarles a ellos y no a otros. Dicen que no a la propuesta. De todos modos necesitan un préstamo y quien puede ayudarlos, Dogsborough, no quiere hacerlo. Es un octogenario honrado. Intentarán que entienda su necesidad.

Le ofrecen, por la mitad de su precio (p. 1282), “la mayoría de las acciones de la naviera Sheet”. Dogsborough acepta y con ello (por el aval de una persona honrada) los del Trust consiguen un préstamo del ayuntamiento, que se hace a través de la naviera. Ui se entera, casualmente, del asunto.

Dogsborough, cuya suerte ha cambiado (de una cantina a un chalet), se arrepiente: el préstamo se dio para construir muelles y no se ha comprado, dice, ni una bolsa de cemento. Ui lo visita; dice que dará protección al Trust, cobrará a los comerciantes morosos a cambio de que (p. 1292) “interceda por mí cuando haga falta ante esa policía”. Si no lo ayuda (p. 1293), “¡Lo voy a denunciar! ¡Y tengo pruebas!” Dogsborough lo echa. Los del ayuntamiento llegan y le dice que se ha abierto una investigación por el préstamo. Sheet, el ex dueño de la naviera, es encontrado muerto, asesinado.

Dogsborough debe nombrar a un hombre para que esté al tanto de la investigación. Lo esperan expectantes y llega Arturo Ui. Algunos ya acusan abiertamente a Dogs y está por llegar un testigo que lo hundirá. Se oye una balacera y entra alguien a decir que el testigo fue masacrado.

Ui decide tomar clases de pronunciación en público y de gesticulación, con un actor, intérprete de Shakespeare. También lo enseña a caminar, a sentarse y a parecer importante cuando está de pie. Luego de decir el discurso de Antonio sobre César (de la obra Julio César, de William Shakespeare), Ui da un discurso público acusando al ayuntamiento de no hacer algo por frenar la delincuencia. Él, con la anuencia del Trust, ofrece protección a los comerciantes. Dogs lo acompaña. La viuda de Bowl, el asesinado, le agradece por ayudarla en su viudez. Un comerciante se opone y antes de que termine el acto le dicen que su almacén se está quemando.

El testigo dice que vio al incendiario, golpean con brutalidad al testigo y cambia totalmente su versión. Condenan como culpable a un chivo expiatorio, drogado. Dogs hace un testamento revelándolo todo (quiere morir honrado), pero Ui lo cambia por otro donde se reparten los puestos y él queda en lugar de Dogs.

Brecht (Pp. 1318-1319) hace que veamos a Dogs escribiendo el testamento-confesión que lo pone al desnudo y luego el escrito por Ui, que lo encumbra a él y a sus compinches.

Pagan las verdulerías. Ui quiere ampliar el negocio. Ernesto Roma, su lugarteniente, es también ambicioso y planea matar a quienes pueden ser peligro para Ui. Arturo es convencido de lo contrario y mata a Roma.

Dogs muere, Ui toma su lugar y mata a un opositor a su expansión: Dullfeet, dueño de un periódico. En paralelo con Ricardo III, Ui habla con Betty, la viuda de Dullfeet, justo en el entierro de su marido (p. 1339):

“UI: […] Ese hombre asesinado por mano criminal era mi amigo.

“BETTY: Así es. Y la mano que lo mató fue la misma mano que estrechó la suya. ¡Su mano, señor Ui!”

Ui duerme y se le aparece el fantasma de Roma (en obvia alusión a Macbeth y, también, a Ricardo III, ambas de Shakespeare). Extiende su poder a otra ciudad, a Cícero, donde no querían Dullfeet y Betty que llegara. Y ella acompaña a Ui en la reunión con los verduleros de Chicago y Cícero. Dice que Dogs le pidió protección para Chicago y Dullfeet para Cícero. Los verduleros votan “libremente” para elegirlo como protector. Uno se niega y es muerto. Ui dice que dará protección a todas las ciudades y que para ello comprará más armas y autos blindados.

El cuadro cronológico del final habla de la historia real. En (p. 1348) “1929-1932 la crisis mundial afecta a Alemania muy especialmente. […] Para interesar a Hindenburg, Presidente del Reich, por las dificultades de los terratenientes […] le regalan una finca.

Hitler tiene una milicia privada y está en bancarrota; en 1933 “Hindenburg hace a Hitler canciller del Reich” para evitar que le descubran sus negocios turbios. Hitler toma medidas violentas y “el jefe de banda se transforma en hombre de estado”. Se dice que toma “clases de declamación y gesticulación de Basil, un actor de provincias”.

Hay un incendio y condenan a muerte a un desocupado llevado por Hitler. “Desde ese momento, la justicia alemana trabaja para Hitler”. Muere Hinderburg y Hitler comienza a realizar matanzas selectivas. Y sigue adelante hasta volverse lo que se volvió. Aquí la ficción y la realidad: Richard III, Arturo Ui, Hitler.

 

Mi lucha, de Adolfo Hitler

 

Este libro autobiográfico (Editorial del Partido Nacional Socialista de América Latina, 2000) fue escrito por Hitler en dos partes: en 1924 y en 1926, es decir, abarca su niñez, sus trabajos iniciales, su participación en la guerra como soldado y su empoderamiento político; termina el libro cuando ya empezaba a ser el monstruo en que se convirtió frente a las narices de todo mundo. En mis apuntes me refiero casi exclusivamente al nacimiento y desarrollo de su odio contra los judíos.

Más o menos a los catorce años, en Viena, es un atento lector de diarios. Descubre que la mayoría están dirigidos por judíos y que allí, en Viena, podían (Pp. 23-24): “Estudiarse mejor las relaciones del judaísmo con la prostitución y más aún, con la trata de blancas […] Sentí escalofríos cuando por primera vez descubrí así en el judío al negociante, desalmado calculador, venal y desvergonzado de ese tráfico de vicios de la escoria de la gran urbe”.

Descubre también que (p. 24) “¡judíos eran los dirigentes del partido socialdemócrata! […] Al fin supe definitivamente que el judío no era alemán. Ahora sí que conocía íntimamente a los pervertidores de nuestro pueblo”.

Y dice (p. 25): “Me hallaba en la época de la más honda transformación ideológica operada en mi vida: de débil cosmopolita debí convertirme en antisemita fanático. […] Así creo ahora actuar conforme a la voluntad del supremo creador: al defenderme del judío lucho por la obra del señor”.

P. 37: “En general, no debe olvidarse que la finalidad suprema de la razón de ser de los hombres no reside en el mantenimiento de un Estado o de un gobierno; su misión es conservar su raza”.

Antes de irse a Munich, hace este apunte sobre Viena (p. 46): “Repugnante me era el conglomerado de razas reunidas en la capital de la monarquía austriaca; repugnante esa promiscuidad de checos, polacos, húngaros, servios, croatas, etc. Y en medio de todos ellos, a manera de eterno bacilo disociador de la humanidad, el judío y siempre el judío”.

Y sigue (p. 56): “El Estado judío no estuvo jamás circunscrito a fronteras materiales; sus límites abarcan el universo, pero conciernen a una sola raza. Por eso el pueblo judío formó siempre un Estado dentro de otro Estado. Constituye uno de los artificios más ingeniosos de cuantos se han urdido, hacer aparecer ese Estado como una ‘religión’ ”.

Es herido en la guerra y cuando va al hospital se da cuenta que éste y otros son manejados por judíos (p. 69): “Me asombraba ver aquí tantos ‘combatientes’ del pueblo elegido y no podía menos que comparar su número con los escasos representantes que de ellos había en el frente”. Y (p. 74) “durante aquellas vigilias germinó en mí el odio contra los promotores del desastre. […] Contra los judíos no caben compromisos; para tratar con ellos no hay sino un ‘sí’ y un ‘no’ rotundos. ¡Había decidido dedicarme a la política!”

Era 1919 y (p. 81) “me hice, pues, miembro del Partido Obrero Alemán”.

Presidentes de México y gobernadores de Chiapas, aunque ya de manera anodina y burda, han hecho lo que Hitler tenía claro desde aquellos años (p. 89): “Jamás debe el Estado dejarse sugestionar por la cháchara de la llamada ‘libertad de prensa’. Rigorosamente y sin contemplaciones el Estado debe asegurarse de este poderoso medio de la educación popular y ponerlo al servicio de la nación”.

            Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

 

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