Padre Hidalgo. Encarcelamiento y muerte

Miguel Hilalgo. Mural de Juan O´Gorman

Miguel Hilalgo. Mural de Juan O´Gorman

A solicitud expresa del respetable, me refiero a los dos o tres lectores de mis crónicas y remembranzas, hoy, a propósito de don Miguel Hidalgo y Costilla, precursor central del movimiento independentista mexicano, agrego al Decreto de Excomunión y a la Respuesta del padre Hidalgo ―ambos documentos publicados aquí, la semana pasada―, lo siguiente: a) Una pequeña cronología de sus últimos días, b) Dos fragmentos de homilías condenatorias y c) Las décimas escritas por don Miguel en su celda. Los datos y documentos proceden de la biografía homónima disponible en Wikipedia, fuentes, bibliografía y links vinculados.

Degradación sacerdotal y fusilamiento del padre Hidalgo, en 1811

1. En las norias de Acatita de Baján, Hidalgo es traicionado y hecho prisionero por Francisco Ignacio Elizondo.

2. Don Miguel, al igual que los otros caudillos insurgentes, es trasladado a Monclova y posteriormente a Chihuahua, ciudad a la que llega el 23 de abril, encarcelándosele en el Hospital Real.

3. De inmediato comienza el proceso en contra de Hidalgo, y culmina, por parte de las autoridades eclesiásticas, con la degradación sacerdotal. Ella se verifica el 29 de julio.

4. Posteriormente el padre Hidalgo es sujeto a un Consejo de Guerra que lo condena a muerte. El Virrey ordena que le raspen las manos con ácido, por haber sostenido los “santos sacramentos” con los cuales es ungido al ordenarse en el seminario. 5. El 30 de julio, a las siete de la mañana, don Miguel recibe la noticia de que será conducido al sitio de su ejecución. Antes de partir al paredón, Hidalgo reparte dulces entre los integrantes del pelotón de fusilamiento y otorga su perdón a quiénes lo fusilarán.

6. Hidalgo pide al pelotón de fusilamiento, que para tener un blanco seguro, disparen sobre su mano derecha que pondrá sobre el pecho.

7. Se niega a vendarse los ojos y a sentarse de espaldas al pelotón. La primera descarga de fusilería atraviesa su mano sin tocar el corazón. Para los verdugos no resulta sencillo pasar por las armas a un cura y temen alguna represalia de Dios.

8. Una segunda descarga lo hace rodar por el suelo, aún con vida, por lo que son necesarias tres balas adicionales para terminar con su existencia.

9. El cuerpo ensangrentado de don Miguel Hidalgo es expuesto al público, fuera de la prisión. La cabeza del caudillo es cercenada por alguien tarahumara (hoy rarámuris), previa gratificación, y es colocada en una jaula de hierro para trasladarla a Guanajuato y colgarla, en una de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas.

10. En las otras tres esquinas de la Alhóndiga se exhiben respectivamente, las cabezas de Allende, Aldama y Jiménez.

11. El cuerpo decapitado de Hidalgo es sepultado en el convento de la 3ra. Orden de San Francisco, en la ciudad de Chihuahua.

12. En 1824, los restos del padre Hidalgo, hoy Padre de la Patria, fueron llevados a la ciudad de México, y depositados en la Catedral Metropolitana. Más tarde son ubicados en la columna o Ángel de la Independencia.

13. En 1863, don Benito Juárez, a su paso por Dolores, rumbo al Norte, decide que la casa de don Miguel se convierta en museo histórico, en el cual aún pueden verse algunos árboles plantados por sus manos.

Fragmento de homilía de Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán

¡Ah! ¿Quién podría imaginarlo? El cura de Dolores y tres o cuatro oficiales del Regimiento de la Reina, que por su calidad, su educación y profesión, debían derramar la última gota de su sangre por libertarnos de los crímenes y desgracias que en ellos mismos os han precipitado. Son unos impostores sacrílegos y calumniadores inicuos, que por efecto de una pasión violenta (cuya causa ignoro) abandonaron la sabiduría, la virtud y la religión; y como dice el Espíritu Santo en el texto que se propone al principio, no solo tendrán la desgracia de ignorar lo que les conviene, sino que dejarán a la posteridad una memoria execrable de sus crímenes.

Ellos son los más crueles enemigos de la patria, verdaderamente parricidas, que intentan poner en insurrección [a] la masa general del pueblo, que en el momento en que llega a desconocer el freno de las leyes, todo lo emprende y destruye, y todo es abrasado en el foco de una espantosa anarquía. El cura Hidalgo no puede alterar, ni la fuerza, ni la santidad de las leyes de nuestro creador y redentor.

Él será un seductor como Mahoma, que sin negar la ley escrita, ni la ley de gracia, engañó a la mitad del mundo, haciéndole creer que alteradas por los judíos y por los cristianos, se deben entender y practicar en la forma que él propuso en su Alcorán. Así pues, este nuevo seductor, conduciéndoos a la violencia de las leyes divinas por la rebelión, por el robo y latrocinio; por la opresión de los inocentes, por el desamparo y ruina de sus mujeres, de sus hijos y de sus familias, y por la infracción de la inmunidad personal del clero, tratando de persuadiros que con estos crímenes sostenéis la religión y honráis a nuestra madre de Guadalupe, es todavía más sacrílego, más insolente y temerario que Mahoma.

Por esta razón y por haber quebrantado el juramento de fidelidad a nuestro soberano y al gobierno que lo representa, lo declararé a él y [a] sus secuaces, los referidos oficiales del Regimiento de la Reina, Allende, Aldama y Abasolo, y a cualquiera otro que tenga igual participio en los expresados crímenes, sacrilegios, perjuros e incursos en la excomunión que fulminó la iglesia contra los infractores de la inmunidad personal de sus ministros, en mi edicto del 24 del corriente, por cuyo edicto los declaré públicos excomulgados vitandos.

Y prohibí a todos los habitantes de este obispado el que les den, voluntariamente ningún favor ni auxilio, bajo la pena de excomunión mayor en que incurrirán todos los contraventores; y bajo de la misma pena exhorté a todos los que tienen la desgracia de militar en sus banderas, y de cómplices de sus crímenes, que se restituyan a sus hogares y abandonen a aquellos sediciosos dentro del tercer día. Amén. Así sea. Amén. Abad y Queipo. El Obispo. Rúbrica.

Fragmento de homilía del obispo Manuel Abad y Queipo. Septiembre 30, 1810

Mi amada grey, porción selecta de la Nueva España, pueblo agricultor e industrioso, pueblo generosamente leal y obediente, pueblo, el más pío y religioso ¿Quién ha conturbado tu sosiego, tu virtud y tu lealtad? ¿Quién te ha precipitado a violar las leyes divinas y humanas con ultraje de la religión y de la sociedad, perturbando el orden público y persiguiendo, inicuamente, a tus conciudadanos inocentes? ¿Quién te ha puesto las armas en la mano para destruir a tus hermanos y para que estos te destruyan? ¿Quién ha excitado en tu seno la discordia y la anarquía, el mayor de todos los males que pueden recaer sobre nosotros?  

Sabed que estáis en pecado mortal habitual y en estado de perdición eterna. Que sois reos de lesa majestad, divina y humana, de todos los robos, opresiones, daños y perjuicios que se han causado de resultas del proyecto criminal del cura Hidalgo y sus secuaces, y lo seréis de cuantos se cometan, porque sois la causa instrumental, la fuerza y el apoyo con que se han cometido y con que se sostienen.

Estáis en estado de guerra con nuestros conciudadanos, [en posibilidad] de matarlos y de ser muertos por ellos. Habéis dado principio al desorden y a la anarquía, que si Dios nos desamparase, y no se tuviese por la fidelidad del pueblo, a quienes no ha llegado el contagio, y por las sabias y enérgicas medidas que está tomando el gobierno, incendiaría toda la Nueva España, como luego demostraré. Si morís impenitentes en este estado, vuestras almas serán destinadas a las penas eternas del infierno, y vuestros cuerpos, privados de sepultura eclesiástica, servirán de pasto a los perros y a las aves. Incurriréis en la indignación y execración de los demás hombres: Y dejareis sobre la Tierra, como el Cura Hidalgo y sus secuaces, una memoria abominable”.

Décimas escritas por Hidalgo en la pared de su celda, a sus carceleros

Ortega, tu crianza fina,/ tu índole y estilo amable/ siempre te harán apreciable/ aún con gente peregrina./Tiene protección divina/ la piedad que has ejercido/ con un pobre desvalido/ que mañana va a morir,/ y no puede retribuir/ ningún favor recibido.

Melchor, tu buen corazón/ ha [reunido] con pericia/ lo que pide la justicia/ y exige la compasión./ Das consuelo al desvalido/ en cuanto te es permitido./ Partes el postre con él/ y agradecido Miguel/ te da las gracias rendido.

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