Ayotzinapa y la democracia en México

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Iremos al fondo del asunto.

A fondo, tope lo que tope.

Vamos a castigar a los culpables, hasta las últimas consecuencias.

No habrá impunidad.

El único imperio en México es el imperio de la ley.

¿Cuantas veces no oímos a la clase política de antaño repetir y repetir estas palabras hasta el cansancio?.

¿Cuántas veces nos han agraviado?

Tlatelolco, Aguas Blancas, Acteal, Ayotzinapa

Nunca, las víctimas de la violencia de estado o permitida por el estado habían sido tan jóvenes como en Tlatelolco en 1968 y Ayotzinapa en 2014.

Y nunca habían sido tan inocentes, tan pequeños y tan indefensos como en la Guardería ABC de Hermosillo Sonora.

¿Por qué hemos llegado hasta ahí?, ¿Por qué en México, que se convulsiona con cada caso de terror, la clase política no se cimbra?

¿Por qué no se van todos?

 

Si un caso como Ayotzinapa hubiera ocurrido en otro país, seguramente el presidente, el primer ministro, el gabinete entero hubiera renunciado casi de manera inmediata

Muchas son las razones para que en México esto no ocurra, pero en si algo lo explica mejor es la impunidad; que es como un manto protector con el que se cubren todos los políticos.

La impunidad es la falta de castigo a una acción que no es correcta, si esta acción incorrecta no se castiga entonces se habla de impunidad y esto lleva a la corrupción.

Si la corrupción se impone en el aparato gubernamental, como ha sucedido en México; es bastante difícil que dejen de ocurrir eventos trágicos como los de Ayotzinapa aunque las autoridades, repitan que irán al fondo del asunto y que se castigarán a los culpables.

 

 

Corrupción e impunidad en México se cruzan con la clase política nacional.

“Que se vayan los inútiles y que regresen los ladrones”. Se decía al ver la inoperancia y la ineficiencia del régimen panista que gobernó este país del 2000 al 2012.

Y sucedió.

Llegaron los panistas, estuvieron en el poder doce años y ahora regresaron los priistas.

El problema fue que en ninguna de las dos transiciones: PRI-PAN y PAN-PRI se concretó una democracia efectiva. A lo más que se llegó fue una democracia representativa; es decir, todo el espectro de los partidos políticos estuvo y está representado en mayor o menor medida en las alcaldías, el senado, y las cámaras de diputados federal y estatales.

También las gubernaturas están distribuidas entre los tres principales partidos políticos del país, PAN, PRI y PRD, además de uno de los dos institutos políticos emergentes; el PVEM en Chiapas y MORENA que todavía no la tiene pero seguramente las buscará.

Pero esta alternancia no significa que la democracia sea directa. Es decir, en estos momentos en México sería un sueño pensar que los militantes de los partidos políticos elijan a sus representantes para competir en las elecciones. En realidad quienes eligen a los candidatos son las cúpulas partidistas.

En México falta democracia y lo peor es que no existe identidad partidista. Al no tener una democracia efectiva y directa y no existir una verdadera identidad con una plataforma política, el ejercicio político en México se desvirtúa.

“Si mi partido no me nomina, me cobija la oposición y puedo ganar porque mi simpatía personal me permite tener base social, los recursos financieros me los darán mis amigos o los grupos de interés y con la plataforma electoral de mi nuevo partido puedo llegar a un puesto popular. Lo más importante es estar en la boleta el día de las elecciones porque voy a ganar; la razón es muy simple: soy más popular que el impuesto por las cúpulas”.

Este parece ser el razonamiento de los saltimbanquis políticos, que un día se ponen una camiseta política y al otro día aparecen con diferentes colores.

Por eso, sin identidad partidaria y sin una democracia efectiva, el ejercicio político en México se contamina. De la noche a la mañana salen candidatos con oscuro pasado, pero eso sí; con recursos ilimitados.

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Todo ello pervierte la vida política nacional.

Impunidad, corrupción y falta de democracia se conjugan para que nuestra clase política cometa excesos y estos no sean castigados, aún si muchos de ellos trágicos como Ayotzinapa.

Las democracias significan renovación constante, significan la oportunidad de que a través de los votos se castigue o premie a los proyectos políticos que nos gobiernan.

Renovación no es alternancia.

Si los ciudadanos nos equivocamos al elegir a nuestros gobernantes, debemos detener el derecho de quitarlos y democráticamente poner a quienes consideremos que funcionarán.

Si un proyecto político no sirve o comete excesos, los ciudadanos además debemos tener el derecho de castigarlos y no dejar esa decisión a los políticos.

Ese día tiene que llegar, si no queremos que se repitan los Aguas Blancas, los Guardería ABC, los Ayotzinapa y otros sucesos trágicos.

Desde la ciudadanía, hay que darle un nuevo sentido a la democracia.

 

Twitter: @GerardoCoutino

Correo: geracouti@hotmail.com

 

 

 

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