Celebraciones del escriba Jorge Eliécer Rothschuh

Las palabras, celebraciones del escriba (Spaunach, 2014), de Jorge Eliécer Rothschuh Villanueva, es justamente eso: el agradecimiento de un lector-escritor por las palabras prohibidas, ocultas, maltratadas, maldichas y hasta maldecidas.

A partir de güevo, culo y pedo, el poeta metido esta vez a ensayista, celebra la riqueza del lenguaje, y más que vertebrar sus propias apreciaciones, nos hace partícipe de sus goces como lector. Y no se limita. Invoca a Borges, Cortázar, Grijelmo, García Cuéllar, Ledo Ivo, Umberto Eco, Carlos Fuentes, a la Chica Dorada y no deja fuera en esta memorable celebración a los autores anónimos de Wikipedia, Taringa, Wikiquote, Wordreference, puntodigital.net y tubabel.com.

Es un libro alegre, de esos que reímos y recordamos, porque las palabras provocan comunión y pasión: “Cualquier palabra se vuelve agresiva si la provocas. Cualquier palabra pesa bastante. La más humilde, virtual, simple o sencilla es geométricamente visible, lacerante, explosiva” (p. 25).

Las palabras unen o separan, dice Jorge Rothschuh, provocan alianzas o confrontaciones, contienen sabiduría o brutalidad de nuestra existencia, reclaman paternidad del universo, estimulan o perturban la bondad del espíritu, forman el rostro del malvado o del bienaventurado, testifican, entierran, se desaparecen en sílabas, desastíllanse en letras, explotan en partículas para volver a reconstruir el silencio.

En su erudita disertación aparece primero la palabra güevo o aguatecates, alforjas, bolas, cojones, compañeros, coyoles, semillones y verga. Pero el güevo, como decía Mayuco Macías, “no tiene parentela” (p. 39) y la hormona, lo sabían bien los románticos franceses, “mata neurona”.

Testículos, nos recuerda Jorge Rothschuh, da origen a testigo. El hombre afirmaba su palabra, su verdad, tomándose los coyoles. Y el habemus Papam venía precedido del toqueteo en los genitales masculinos. Pero al Papa Francisco lo salvó su apellido de hombre mundano: Bergoglio.

Médico, poeta y sabio, Rothschuh afirma con verdad científica que el coyol de agua engendra solo hijas, el coyol de bola reproduce puro muchachitos, pero el coyolón fertiliza sin discriminar prole de todos los sexos. El güevon no sobrevive al mundo de las redes virtuales si acaso el weon , el wüevon o wevon. A webo.com. Y el que no es “güevón es capón. Verdadero nini: ni trabaja ni cumple sexualmente” (p. 52).

Por eso el mexicano completamente desgraciado compensa su ser “con gritar a todo el mundo que tiene muchos huevos” (p. 48). Y en Chiapa de Corzo que tienen mucha verga. “¿Cómo salimos profesor: en fila o al vergazo?”.

Lo más cercano al güevo es el culo, de ahí que Jorge se detenga a celebrar esta palabra igualmente marginada de las conversaciones respetables, quizá porque está en un lugar que no lo vemos: “Por más que mires por arriba, por abajo, por la izquierda o por la derecha, el culo siempre te queda atrás” (el Filósofo de Güemes, también citado por el celebrador de las palabras).

Culo, culazo, enculado, culón, culona mantecosa, culatazo, culero, culopinto. Y frases pueblerinas: “Culo pones, culo saco”, del as de la fotografía villaflorense. “Culo veo, culo quiero”, “¿qué tiene que ver el culo con las témporas?”; “decía mi abuelita con mucha sabiduría: El que es pendejo ni de su culo goza” (p. 113); “hay que mojarse el culo para comer pescado”; “sana sana, culo de rana, tres pedos hoy y tres para mañana”. Y frases literarias: “Quede, pues, dicho, que esta aldea no sufre de peor maldad que la distancia, aquí es este culo del mundo”, José Saramago (p. 108). “Pedro Lamebel es de los pocos que buscan la respetabilidad (esa respetabilidad por la que los escritores chilenos pierden el culo) sino la libertad”, Roberto bolaño (p. 109). De Eduardo Galeano: “Susana Contreras, que así se llamaba la tía de Dámaso Murúa, tuvo en sus buenos tiempos el culo más incendiario de cuantos se hayan visto llamear en el pueblo de Esquinapa y en todas las comarcas del golfo de California” (p. 11)

Las palabras, celebraciones del escriba, prologado por Sergio Ramírez, amigo del autor, es un libro gozosamente imprescindible que recoge la sabiduría en donde la halla y la cuenta sin remilgos, como lo debe hacer todo amante de las palabras “buenas” y “malas”.

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