¿Qué hacemos, capitán?

Casa de citas/ 190

 

Sobre Elena Garro ha escrito varios libros Patricia Rosas Lopátegui. De Garro (1916-1998), enorme y genial, en Óyeme con los ojos. De Sor Juana al siglo XXI. 21 escritoras mexicanas revolucionarias (Universidad Autónoma de Nuevo Léon, 2010) incluye su cuento célebre y genial “La culpa es de los tlaxcaltecas”, donde Laura cuenta a Nachita (p. 225):

“Antes nunca me hubiera atrevido a besarlo, pero ahora he aprendido a no tenerle respeto al hombre, y me abracé a su cuello y lo besé en la boca.

“—Siempre has estado en la alcoba más preciosa de mi pecho –me dijo.”

María Luisa Mendoza entrevista a la Garro, quien en una de sus respuestas dice (p. 235): “Si se ha inventado la palabra ángel es porque los ángeles existen. Cada palabra respalda algo, hasta la palabra nada quiere decir claramente nada”.

 

Guadalupe Amor (1918-2000) fue un gran personaje. Cuenta que grabó un disco con poemas de distintos siglos, de distintos poetas, hasta llegar a Octavio Paz y ella, pero (p. 251) “me considero muy superior a Octavio Paz. Aunque él se tome tan en serio, no me llega ni a los talones. En realidad, incluirlo es una condescendencia”.

En su semblanza, Lopátegui dice que Pita (p. 253) “juraba y perjuraba que era superior a Sor Juana ‘porque ella está muerta y yo estoy viva’. […] No era difícil descubrir en Pita Amor la imagen viva de los estragos que provoca la falta de autocrítica”.

Cristina Pacheco entrevista a Pita, quien le dice (p. 277): “¿Tú miras bien? ¿Tienes buenos ojos? –Pita levantó la mano y se quitó los lentes. Cerró los ojos y me dijo: —Mírame. ¿Ves mi rostro? Es el desierto”.

 

De Rosario Castellanos (1925-1974) seleccionó “Lección de cocina” (p. 301): “Cuando vayamos a visitar a mi suegra, ella, que todavía está en la etapa de no agredirme porque no conoce aún cuáles son mis puntos débiles, me relatará sus propias experiencias. Aquella vez, por ejemplo, que su marido le pidió un par de huevos estrellados y ella tomó la frase al pie de la letra y… ja, ja, ja”.

En la entrevista que le hace Beatriz Espejo hay la cita de uno de sus poemas de los cuales tomo estos versos brillantes, juguetones (p. 308): “(Si estuviera en un parque tiraría/ migas a los gorriones,/ si en un estanque, Ledas a los cisnes)”.

 

Obra de Manuel Velázquez.

Obra de Manuel Velázquez.

María Luisa, la China Mendoza (1927) es autora de varias novelas, de muchos libros; tuvo un programa de televisión donde conversaba apasionadamente con otros escritores. En la selección de textos, hay dos eróticos de buena factura. La entrevista Elena Poniatowska, a quien dice (p. 349): “Fíjate que estoy escribiendo una nueva novela, que varios escritores hemos propuesto leernos cada quince días. Si no hemos hecho nada, debemos pagar 100 pesos para un fondo dedicado a otro escritor que sí escriba, ¿aceptas entrarle? Ándale, hazlo”.

 

Amparo Dávila (1928) escribió y dejó de escribir y de publicar sin dar explicaciones. Hay una muy buena novela de Cristina Rivera Garza (La cresta de Ilión) que hace un homenaje a esta mujer que, dicen, de joven fue una extraordinaria belleza. Era Dávila, también, una muy buena cuentista. Julio Cortázar le escribe (p. 388): “He tenido un gran placer con la lectura de Tiempo destrozado, que me parece un excelente libro. […] Si algo sé, es lo que cuesta lograr plenamente un cuento”.

Dávila cuenta en una entrevista que le hace Lopátegui que su padre se opuso rotundamente a que se volviera escritora (p. 393): “Él estuvo muy en desacuerdo, desconfiado, haciéndome sentir que iba a fracasar rotundamente, sin darme ningún apoyo, nada, nada. Entonces, cuando el Fondo de Cultura Económica me publica el primer libro, Tiempo destrozado en 1959, se lo dedico: ‘A mi padre’ ”.

 

Inés Arredondo (1928-1989) es la última autora de este primer volumen. Gran cuentista (he leído dos, tres libros suyos), a quien hay que seguir leyendo. Por lo pronto aquí, están los cuentos geniales “La sunamita” (de todos mis recuerdos, lo leí cuando tenía 22-23 años) y “Las mariposas nocturnas”.

Hay pocos trabajos tan completos, tan valiosos, como estos dos tomos de Patricia Rosas Lopátegui.

 

***

 

Los domingos, durante ratos que pueden ser horas, acompaño a mi nieto Jacobo en el juego que hace bajo los árboles: mueve con una coa, que le cuesta trabajo manipular, un poco de tierra de un lado a otro; con un rastrillo, grande para sus dimensiones de niño, hace montoncitos de hojas secas. Me siento sobre unas piedras y lo veo aplicar con seriedad sus fuerzas en su trabajo, suda. Mi mujer viene y nos trae aguas frescas, y él se detiene un rato para refrescarse y luego sigue.

Pese a nuestra consternación, ha dejado con bastante rapidez el lenguaje de bebé (tiene dos años y medio) y muchas de sus palabras, de sus frases, las dice con perfecta dicción. Detiene su labor y me ve, le sonrío; se acerca y me dice:

—¿Qué haces?

—Te veo, te cuido, estoy contigo.

Se sienta unos momentos a mi lado, le limpio el sudor, le doy un beso y se levanta. De nuevo todo.

Pienso en que antes este tiempo lo usaba para leer, para escribir, para ver películas; ahora es Jacobo el libro que leo, el que escribo, mi mejor película.

 

***

 

Un amigo me cuenta que antes, cuando no éramos amigos, alguien le contó una historia sobre mí. Me la cuenta. Ni siquiera es difamatoria, sólo es falsa. Trato de explicarme y explicarle que quizá la inventaron porque algo cercano a eso me ocurrió, pero no tan truculento, no tan lleno de complejidades. Se lo cuento.

—Esta la verdad –le digo.

Piensa un segundo y me sonríe.

—Ta más chingona la mentira, ¿no?

 

***

 

Mi querida amiga Sofía Carballo me dio en préstamo dos libros que tiene dedicados de una escritora amiga suya: Araceli Ardón, originaria de Guanajuato. Leo El arzobispo de gorro azul ((Ediciones Vieira, 2006) y por él pienso de nuevo en que la centralización hace a un lado mucho de lo bueno que ocurre en provincia, en tierra adentro (como dice López Velarde). Por ejemplo, este libro de cuentos de magnífica ejecución, editado con cuidado y buen gusto. Ya se sabe: para que te editen editoriales de cierta importancia tienes que ir a vivirte al DF o buscar contactos, recomendaciones. Qué bueno que Ardón haya decidido persistir en su estado. Me gusta.

“El extravío del panadero”, como la mayoría, supongo, tiene que ver con las historias que Ardón ha conocido, tal vez de primera mano, en su estado natal. En este caso se trata de don Juan, un panadero que a la muerte de su esposa se convierte en alcohólico, en bulto de la calle. Su panadería estaba frente a un convento y un grupo de seminaristas lo levantó del piso, lo aseó, lo afeitó, lo vistió con un hábito franciscano y lo dejó en una celda monacal para que durmiera la mona.

Cuando despertó lo saludaron como si fuera un superior. Don Juan, luego de varias respuestas que lo dejaron pasmado, preguntó (p. 33): “¿Dónde estamos? ¿Qué lugar es éste?” La respuesta: “Es el convento, padre. Su Celda de siempre”.

Luego que se hubo enterado que aquello era el convento de la Cruz, pidió un favor (p. 34): “Aquí enfrente hay una panadería, atravesando la calle –las frases salían con una cadencia suave, como si se tratara de un plan secreto– y en ella trabaja el maestro Juan. Vayan y pregunten por él. Si no está, es que soy yo. Pero si lo encuentran ahí, entonces ¡sólo Dios sabe quién soy yo!”

 

***

 

Jacobo, mi nieto, quedó impresionado cuando vio un niño que llevaba una campana por las calles convocando a la gente para que llevara sus bolsas de basura. Desde ese día jugaba a ser ese niño tilín-tilín; luego, don José Luis comenzó a hacer en nuestra casa trabajos de albañilería y entonces comenzó a decir que se llamaba oséluis y que era abañil. Mi hija le explicó, por una película que vieron, la actividad de los bomberos; mi yerno pidió permiso, y se lo concedieron, una vez que por azar se halló con un camión de bomberos, para subirlo y no ha variado ya en su papel de ser bombero que salva gatos y cocolíos (no me he explicado qué hacen tantos cocodrilos ahí, pero en fin) de los inciendos. Por eso es normal que llame a su mamá y a su abuelita bombeas, y a mí, claramente (la palabra no tiene erres), capitán. Hemos emprendido juntos misiones peligrosas por el mar, por enormes abismos, arriba de las nubes; hemos viajado a mundos increíbles y nos hemos enfrentado con mil monstruos, con mil peligros, y de todos hemos salido vencedores.

A veces estoy metido en la lectura de un libro o viendo una película o escribiendo, cuando de pronto llega hasta mis oídos la frase que me hace abandonarlo todo, porque sé que tenemos mucho trabajo por delante. Es el bombero Jacobo que me toca la pierna o el hombro y me dice:

—¿Qué hacemos, capitán?

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

Sin comentarios aún.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.