Dolores Castro, Chiapas y Rosario Castellanos

Hay personas que son eternas. Mi maestra Dolores Castro tiene ese maravilloso privilegio.

La conocí hace 30 años en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García cuando se presentó como la profesora titular de Literatura mexicana. El mes pasado, esta misma escuela le rindió homenaje y el gobierno federal la reconoció con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2014.

Sus clases, que no provenían de libros sino de su vivencia con protagonistas de nuestra literatura, se convertían en una plática confidencial de aquellos sus andares.

Su cercanía con Chiapas se debe a que fue la mejor amiga de Rosario Castellanos, con quien conformó el grupo de los Ocho Poetas Mexicanos con Efrén Hernández, Alejandro Avilés, Roberto Cabral del Hoyo, Octavio Novaro, Honorato Ignacio Magaloni y Javier Peñaloza, quien fue su esposo.

Alérgica a la pedantería, Dolores Castro dice que su mérito no está en su creación literaria ni en la enseñanza, sino en el hecho de haber sobrevivido más de noventa años.

A finales de los ochenta, la maestra Lolita, como le decíamos sus alumnos, subía con esfuerzo los cuatro pisos de la Septién para llegar a nuestro salón.

cartel-premio-homenaje-02-726x1024   En aquel tiempo, mas que obligarnos a analizar obras, prefería que sus clases se convirtieran en tertulias literarias, donde sólo se leía poesía. Sus poemas, aun cuando los conocíamos, porque la habíamos descubierto en la colección de Lecturas Mexicanas de la SEP, pedía que la dejáramos a un lado.

Prefería descubrirnos a Pessoa, a Paz, a Hierro y por supuesto a Rosario Castellanos, su amiga, su confidente y su consejera, con quien mantuvo desde la secundaria un diálogo profundo de personas y de libros: “En discusión constante, con afinidades y diversidad de enfoques, siempre admiré su voluntariosa capacidad de ser. Su disciplinada forma de adquirir conocimientos y nuevas técnicas en una búsqueda constante de enriquecer y transformar lo ya adquirido. (Recuerdo una de sus frases favoritas cuando algún escritor se mecanizaba y perdía creatividad: ¡éste ya encontró su bolita!). Rosario nunca se repitió a sí misma, nunca murió como escritora, vive, vivifica, revive instantes cuando nos comunica aquello que quiso dejar inmóvil y a la vez viviente, como testimonio más verdadero más verdadero que su propia vida”.

Pero la maestra Lolita no puede ser recordada sólo por esa amistad con Rosario Castellanos, de la cual se siente muy orgullosa, sino de su propia aportación como poeta, la cual empieza a ser redescubierta.

“Me sorprende, dice, porque durante muchos años yo estuve como olvidada pero de pronto empezaron a salir algunas antologías, entre ellas Qué es lo vivido, y ya después empezaron a interesarse por mí varias personas y claro que me sorprende”.

Originaria de Aguascalientes, donde nació en 1923, los primeros libros de la maestra Lolita se publicaron en Jus, una editorial especializada en textos de filosofía y derecho, poco interesada en la poesía. Por eso, quizá, su obra se mantuvo durante mucho tiempo en la sombra.

Cuando la descubrimos en la Septién sentimos que lo mínimo que podíamos hacer era bautizar a nuestra generación con su nombre, y eso que había profesores fabulosos, que marcaron de alguna manera nuestro porvenir, como José Alfredo Páramo, Manuel Pérez Miranda, Alberto Barranco Chavarría y Perla Schwartz.

En No es el amor el vuelo, Dolores Castro reúne a lo mejor de su producción literaria, que inició en los cincuenta con Ocho poetas mexicanos y que afortunadamente se ha prolongado hasta nuestros días con el ánimo joven y entusiasta de siempre.

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