El árbol jamás duerme

Casa de citas/ 202

 

Y vimos gruesas serpientes dibujar su pregunta,

arrastrándose sobre el polvo

V. Aleixandre

 

Vicente Aleixandre, poeta español (1898-1984), ganó el Premio Nobel de Literatura en 1977. Leo la Antología poética (Editorial Altaya, 1995) que concentra lo mejor de 13 libros suyos (el título de esta columna es uno de sus versos). Aquí unas perlas. De “Nacimiento último” (p. 19):

 

Insensato el abismo ha insistido toda la noche.

Pero esta alegre compañía del aire,

esta iluminación de recuerdos que se ha iluminado como

una atmósfera,

ha permitido respirar a los bichitos más miserables,

a las mismas moléculas convertidas en luz o en huellas de

las pisadas.

 

Amé a mi padre y él me amó, por eso me encantan estas líneas de “Padre mío” (Pp. 64-65):

 

Alto, padre, como una montaña que pudiera inclinarse,

que pudiera vencerse sobre mi propia frente desdichada

y besarme tan luminosamente, tan silenciosa y puramente

como la luz que pasa por las crestas radiantes

donde reina el azul de los cielos purísimos.

[…]

Oh padre mío, seguro estoy que en la tiniebla fuerte

tú vives y me amas.

 

Este fragmento es de “Mano entregada” (p. 79):

 

Tu delicada mano silente, por donde entro

despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,

hasta tus venas hondas totales donde bogo,

donde te pueblo y canto completo entre tu carne.

 

De “La realidad” (p. 90):

Recuerdo aquel amor: ¿era amor?

Recuerdo aquel corazón. ¿Tenía la forma del corazón?

Recuerdo aquella música que yo pretendía escuchar en un pecho.

Me quedaba dormido sobre un pecho cerrado. Y soñaba

el hermoso color del amor en el corazón latidero.

 

De “Historia de la literatura” (p. 114):

 

Espronceda cantó y murió. El día antes

de caer para no levantarse corrió, corrió en caballo,

hasta más allá del confín, traspasó el límite.

Volvió como de un infinito viaje y se postró

para morir.

 

De “Los amantes viejos” (Pp. 141 y 143):

 

La soledad del hombre está en los besos.

[…]

El sentimiento es luz,

la sangre es luz. Por eso el día se apaga.

Pero la oscuridad puede pensar, y habita

un cosmos como un cráneo.

 

***

 

Obra de Manuel Velázquez.

Obra de Manuel Velázquez.

Leí con mucha alegría Pájaros de Hispanoamérica (Alfaguara, 2001), de Augusto Monterroso, escritor nacido en Guatemala, pero cuya vida se desarrolló mayormente en México. No son comunes los libros donde la inteligencia y el buen humor están tan sabiamente mezclados, en este caso en los análisis, breves ensayos, notas, palabras acerca de escritores-pájaros que pase lo que pase escriben (p. 11): “Todo los amenaza: ellos cantan”.

Monterroso cita a Manuel Scorza, de Perú (p. 25): “¿Saben una cosa? Por fin ya aprendí a escribir, ya no me interesan los adjetivos ni las comas ni nada de ese tipo; ya descubrí el humor, ya hago lo que quiero, sin preocuparme neuróticamente por la forma o la perfección o esas vanidades”.

Y habla de la célebre novela de Miguel Ángel Asturias (p. 31): “Por supuesto, El señor Presidente es una sátira dirigida contra ti y contra mí, que es contra quienes las buenas sátiras se han dirigido siempre. Resulta ingenuo pensar que está dirigida únicamente contra los dictadores. Todo el mundo desea ser un dictador auténtico, un Julio César, un Napoleón, un padre que valga la pena. Pero a nosotros siempre tienen que salirnos estos pobres diablos hechos a imagen y semejanza nuestra”.

Cita primero un verso de Dante (p. 44) “Ya seas sombra o seas hombre cierto” y luego escribe lo que “el gran don Ramón del Valle Inclán le lanzó cierta tétrica media noche a unas sombras cerca del cementerio:

“¿Sois almas en pena o sois hijos de puta?

“que viene a ser, ahora lo descubro, el mismo verso de Dante traducido en prosa por quien mejor sabía.”

En la página 72 cuenta “la vieja broma del niño de secundaria que interpelado sobre qué cosa es la Acrópolis responde con aplomo: la Loba que amamantó a Romeo y Julieta”.

Y cuenta también de una vez que, en casa de un amigo, estuvo en una cena con Ítalo Calvino (p. 129) “y yo no hallaba de qué hablar con Calvino hasta que él, en las mismas, se animó por fin a decirme que conocía Guatemala y de ahí no pasamos, pues a mí se me hacía ridículo revelarle que yo conocía Italia”.

No falta un consejo (p. 162): “¿Debo escribir con verdad lo que sé o lo que siento? Personas que desean dedicarse a la literatura me preguntan eso. ¿Hoy, en el momento en que me está sucediendo, o mañana, en frío? Nadie lo sabe: mézclelo todo, póngase a trabajar y lo que salga será lo que salió, y que Dios lo bendiga, o la bendiga. No hay otra respuesta”.

Habla de un libro que comenta Zaid en el número 83 de Vuelta, Marinero que se fue a la mar (Premiá Editora, México, 1982), de donde extrae este (p. 191) “juego recogido en Querétaro (1981)”:

 

En un árbol de Aguacate

me encontré un jabón Colgate.

—¿Te quieres bañar con él?

—Nel.

[…]

 

Y a propósito de sí mismo, en el último texto del libro, donde comienza hablando de su corta estatura (“Sin empinarme, mido fácilmente un metro sesenta”), Monterroso cita las palabras de uno de sus memorables personajes (Eduardo Torres, protagonista de su novela Lo demás es silencio), p. 211: “Los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista”.

 

***

 

Jonathan Lethem escribió el ensayo Contra la originalidad o el éxtasis de las influencias publicado por Tumbona Ediciones (mi ejemplar es la segunda edición, en 2009), en que de entrada hace el seguimiento de lo que podría ser el origen, nada original, de la Lolita, de Nabokov. Sin embargo, la coincidencia en historias, conceptos o frases no necesariamente son una copia, un plagio; a veces, dice, constituyen “una memoria oculta o inadvertida” (p. 8): “No le faltan ejemplos a la historia de la literatura de este fenómeno llamado criptomnesia”. A mí, sin rebuscarle, se me ocurrieron varias.

Me encantó el epígrafe de John Donne que abre su texto (p. 7): “Toda la humanidad es de un autor, y es un volumen; cuando un hombre muere, no se arranca un capítulo de un libro, sino que se traduce a una lengua mejor; y todo capítulo debe ser así traducido”.

 

***

 

Leo Pronunciar de ofrendas (Editorial La Tinta de Alcatraz, 1994), de Javier España. De “Cuarto oscuro” estos versos (p. 63): ¿Quién habla a solas frente a nadie?/ Alguien llora: no soy, soy yo”. Y sobre la misma línea temática éstos de “Ambigüedad de la lluvia” (70): “No estoy muerto. Estoy muerto./ La ambigüedad de la lluvia/ escribe la muerte en mis espaldas”.

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