Vaginas y penes

Casa de citas/ 208

 

Ha sido frecuente la presencia de Lars von Trier en mis Casas de cita. Siempre vale la pena verlo y lo veo siempre. Su nueva entrega en dos volúmenes Ninf()manía (2013), con todo y paréntesis vaginal, ya ha sido analizado por muchos. Trataré de no repetir lo ya leído en varias críticas, aunque me interesa comentar cuatro cosas: el diálogo, la pareja despareja, la reflexión sobre el género y, por supuesto, y aquí sí tocaré alguna cosa dicha por otros, el final.

Algo que llama la atención en los diálogos de Trier, y que tiene que ver con la lógica de su cine, es su desvinculación con el lenguaje cotidiano, “normal”. Vi las dos entregas de Ninf()manía mezcladas con la tercera temporada de la espléndida serie Breaking Bad (creada y producida por Vince Gilligan, y con los actores Bryan Cranston y Aaron Paul en los protagónicos) y en ellas puede verse la diferencia de matices; mientras que en la serie hay una aproximación a la charla de todos los días que no tiene rebuscamientos ni citas literarias y a la forma en cómo nos entretenemos hasta con el vuelo de una mosca (un capítulo de Breaking revolotea sobre eso, tan banal), Lars fija su atención en cuestiones que, en el caso de su personaje central, sólo tienen que ver con el placer físico, el sexo y su reflexión continuada. En la serie hablan personas (Walt, Jesse, Skyler…) cuyo lenguaje se parece al de tantas; en la cinta de Lars la mujer, Joe, interpretada mayormente por Charlotte Gainsbourg, conversa sobre su fijación por las sesiones sexuales con Seligman, interpretado por Stellan Skärsgard, quien a todo le encuentra una analogía literaria. Es claro que a Von Trier no le importa tocar la realidad imitándola, sino creándola (recreándola) a su aire. El caso de Dogville (2003), otra de sus cintas, es paradigmático: no hay casas ni perro ni calles, sino sólo un piso donde se escriben los nombres de todas las cosas que el espectador tendrá que imaginarse. En teatro, Lars von Trier sería, evidentemente, Bertolt Brecht.

Es histórico el modo de enfrentar a dos personajes contrarios: el gordo y el flaco, el Quijote y Sancho Panza; en Breaking… son protagónicos el profesor de química adulto con familia integrada y el jovencito drogadicto expulsado del ámbito familiar; bueno, hasta en el circo hay dos categorías polares que deben juntarse para hacer la comedia: el payaso y el augusto. En la película de Lars habla una mujer que ha tenido sexo con muchos y ha buscado placer hasta en el dolor, con un hombre viejo que nunca ha estado en la cama ni con mujer ni con hombre. Demasiada coincidencia que se encuentren en una calle cualquiera, en una situación extraña (ella está tirada en la calle, golpeada; él, pasaba por allí). Si Kundera dice (en El arte de la novela, creo) que ya no podría repetirse en el arte contemporáneo la escena del Quijote (su primera parte se publicó en 1605, la segunda en 1615) donde en una venta, en un hostal, se juntan por casualidad personajes que vienen de distintos lados, tendrá que ver esta nueva entrega de Trier. ¿Importa esta evidente impostura de lo casual para que la cinta de este genial danés funcione? Claro que no.

Hacia el final del segundo volumen el hombre viejo dice a la mujer un serio discurso que ella acepta como válido (algo no tan frecuente en Trier, a quien burlarse de los “mensajes” se le da con facilidad): “Querías más de la vida. Eres un ser humano exigiendo su derecho, y más que eso: eres una mujer exigiendo su derecho. […] ¿Crees que si dos hombres buscan mujeres en un tren alguien hubiera levantado las cejas? (se refiere a que ella y otra amiga, adolescentes, apuestan a quien se lleva más hombres al baño para tener sexo con ellos) ¿O si un hombre hubiera tenido la misma vida que tú? […] Hubiera sido banal si hubiese sido hombre y tus conquistas, mujeres”.

Pero todo, me parece, se viene abajo con el final tan ilógico (y cuidado que aquí va un flagrante spoiler): si ese hombre nunca había estado interesado en tener relaciones con nadie, ¿por qué decide tan imprevistamente intentar tirarse a la mujer a quien ha oído con tanto respeto? Y si la mujer se ha acostado con tantos, ¿por qué no simplemente se niega o reduce físicamente al viejo en lugar de matarlo? Tal vez la seriedad del planteamiento en toda la cinta cansó a Trier y decidió al final burlarse de nuevo de la audiencia. Tal vez. Como sea, estaré pendiente de lo nuevo que haga. Valdrá la pena, seguro.

 

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artesanias diciembre 2007 025

Hace tiempo compré y leí La vida sexual de Catherine M. (Anagrama, 2001), que tan explícitamente como su título indica son los recuerdos de la reputada crítica de arte Catherine Millet, quien, como la Joe de Trier, nomás que ésta en la vida real, se ha pasado por las armas a multitudes de hombres (y alguna que otra mujer). También empieza por la infancia y en su primera línea confiesa (p. 9): “De niña, me preocupaban mucho las cuestiones de número”, pero (p. 11) “hasta que nació la idea de esta libro, nunca había pensado demasiado en mi sexualidad. Sin embargo, era consciente de haber tenido relaciones múltiples a una edad precoz, lo que no es muy habitual, sobre todo en las chicas, al menos en mi medio social”.

Ya entrando en materia, cuenta que iba a fiestas de (pp. 19-20) “hasta ciento cincuenta personas […] de entre las cuales podemos calcular que yo acogía el sexo de alrededor de una cuarta o quinta parte, según todas las modalidades: en las manos, en la boca, por el coño y por el culo”. Hasta en eso hay rutinas (p. 31): “La pauta era la misma: unas manos recorrían mi cuerpo, yo agarraba pollas, giraba la cabeza a derecha y a izquierda para chuparlas, mientras que otras empujaban en mi vientre”.

Cuando comenzó, con ayuda de otros, las sesiones maratónicas de sexo (cien o más hombres) cobraba una tarifa baja, a veces, y por su mal cálculo de los tipos que hacían fila (p. 47) “delante de la cama y hasta el pasillo” de un hotel le precisaban: “Te van a follar cien, y sin lavarte”; aún más (p. 48): “Llegaremos por la noche y te quedarás hasta el mediodía de la mañana siguiente.” “Pero estaré cansada.” “Podrás dormir, ellos te seguirán follando. Y volveremos al día siguiente, y el dueño del hotel traerá un perro y algunos pagarán por ver cómo te jode el chucho”. Lo hizo por años y en construcciones para obreros a los que ni siquiera alcanza a ver, en el campo, en casas, en casetas, y lamía todo lo que le pusieran enfrente; no ponía problema, según su relato, a recibir sobre su cuerpo orina o heces.

Confiesa (p. 226): “He follado ingenuamente durante una gran parte de mi vida. Con esto quiero decir que acostarme con hombres era una actividad natural que no me preocupaba sobremanera” y (p. 236) “puesta a dominar, prefiero montar a horcajadas a un hombre tendido de espaldas”.

Pero no necesita ni hombres ni a nadie para sentir placer (p. 244): “Me hago pajas con la puntualidad de un funcionario. Al despertar, o en pleno día, con la espalda recostada en la pared, las piernas separadas, un poco dobladas, nunca al acostarme. Paladeo igualmente el acto de masturbarme (que) bien envainada por una verga de lo más real”.

 

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Soy un pene que piensa

Henry Miller

 

En la revista Mula blanca # 11, septiembre-octubre 2014, de distribución gratuita, el poeta Jorge Esquinca publica poemas recientes de su Teoría del campo unificado. En “La zorra” cuenta (p. 20): “Es una zorra me dijo/ ¿Quién?/ La hija de la doña de la miscelánea/ Yo, por más que le buscaba la cola o las orejas picudas, nada./ Es de las que se dejan, insistió./ ¿Se dejan qué?/ Meter mano. Le das un veinte y se levanta la falda, tiene un conejo tibiecito./ Por fin, ¿zorra o conejo? […] Es una zorra, una piruja, es de las que se dejan. Y, además, le gusta. […] Le das un veinte, te vas con ella a la parte de atrás, donde guardan los costales, y le tocas su puchita./ ¿Su qué?/ Se siente suavecito y mojado”.

Que las mujeres se dejen tocar o permitan la penetración no las hace putas ni zorras ni pirujas dice Huberto Batis en su ensayo sobre Anaïs Nin [Estética de lo obsceno (y otras exploraciones pornotópicas), Universidad Autónoma del Estado de México, 1989: 124], porque “las mujeres mil veces penetradas pueden seguir siendo fundamentalmente vírgenes, intocadas, inafectadas”.

El libro habla de varios autores que escribieron sobre erotismo, sexo, obscenidades. El escritor anónimo de la novela Irene dice (p. 50): “Es una manía burguesa arreglarlo todo en historias” y Batis lo secunda de inmediato: “Se hacen novelas de un pedazo de madera, de una gardenia, de un adulterio; hay escritores que cuentan la vida de otros o la suya propia al lector boquiabierto, al lector papamoscas”.

Uno de esos autores que me dejó boquiabierto es Henry Miller (amante de Anaïs Nin, por cierto) con Trópico de cáncer. A él dedica Batis su ensayo mejor y más extenso, donde retoma opiniones de Miller dichas al crítico George Wickers (p. 69): “La gente lee para divertirse, para pasar el tiempo, para instruirse. Yo nunca leo para pasar el tiempo ni para ser instruido, yo leo para ser arrebatado fuera de mí mismo, para quedar extático. Siempre estoy buscando al autor capaz de hacerme olvidad de mí mismo”.

Y él lo logró con varios de sus libros que asumen la sensualidad y la sexualidad sin tapujos. Fue, por supuesto, acusado de obsceno y esto respondió (p. 71): “¿Acaso no estamos en el filo de la era destructiva, de la guerra, de la enfermedad, de la pestilencia y de la hambruna? ¿Qué estamos tratando de decir con este ‘uso exagerado’ de la obscenidad? ¿Dónde está el peligro? […] Nunca digo nada que la gente no diga y haga todo el tiempo. No saco los temas del sombrero, sino de los alrededores, de lo cotidiano, de eso de cuya existencia la gente siempre se rehúsa a darse por enterada”.

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Un comentario en “Vaginas y penes”

  1. baltazar zanabria sol
    25 febrero, 2015 at 14:20 #

    El final del diptico de Trier, se me hizo brutal, es un cierre magnifico para una película soberbia. No podía ser de otra manera.

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