Libros, cine, Guatemala

Casa de citas/ 210

 

 

 

Foto: René Muñoz

Foto: René Muñoz

—¿Por qué está tan contenta esa escoba?

—Porque tiene un novio recogedor

 

Con mi mujer y unos amigos (René, Doris, Mary y Alfonso) formamos parte del grupo que se fue de vacaciones a Guatemala. Seis días. A Merce, la organizadora, nunca se le salió nada de control: precisa, amable, encantadora, gran contadora de chistes (uno de ellos es el epígrafe)… Un chofer experimentado, un autobús súper cómodo y puntualidad, tres celebraciones durante el viaje.

Pasamos la frontera y yo leo Autobiografías ajenas. Poéticas a posteriori (Anagrama, 2006), de Antonio Tabucchi, que, como el subtítulo indica, es una reflexión sobre las novelas que ya escribió y publicó. A este hombre lo leo a instancias de un amigo: Sostiene Pereira y La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, las leí hace tiempo y me encantaron… Mi mujer me llama a la ventana para enseñarme plantaciones extensas de chicozapote, tabaco, palmas, árboles de hule, bosquecillos y bosques de cuidada siembra (pasaremos después por plantíos de melón, de pepinos…). Sabe de mi amor por los árboles, por eso me saca del placer de estas hojas escritas para hacerme sentirlo por las otras.

Dice Tabucchi (p. 39): “Las palabras que escribimos en el papel están sordas: persiguen en vano esas voces sin llegar jamás a captar su timbre. Estamos en el plano de la abstracción, y la abstracción no es traducible”.

Se decía hace mucho que los hombres tenían cuatro humores: la sangre, la cólera, la flema y la melancolía, y que en ellos estaban las dolencias. San Agustín, cita Tabucchi (p. 58) “nos informa de que ‘los puerros encienden la cólera, las coles engendran la melancolía’ ”.

Uno de sus lectores, con quien el novelista tuvo alguna relación casual, se siente retratado por una de sus novelas y escribe a uno de sus amigos (p. 70): “Los escritores son personas rapaces, a las que es arriesgado hacer revelaciones”. En descargo, expone Tabucchi (p. 102): “Entrar en la escritura creativa significa salir del tiempo, ello presupone una soledad absoluta, nos sustrae de los demás, sustrae a los demás de nosotros, a nosotros mismos de nosotros mismos. ‘Lo que en [el escritor] habla’, dice asimismo Blanchot, ‘es que de una u otra manera ya no es él mismo, ya no es nadie’ ”. Y luego dice, con Pessoa (p. 105): “El poeta es un fingidor./ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente”.

En su “Inconclusión” dice (p. 114): “No me busque a mí, en este libro. Ha dicho Blancot que el escritor ‘muere’ en cuanto su escritura existe. Se entra en el espacio literario, y todo es blanco, todo es posible. Si lo prefiere, he escrito autobiografías ajenas”.

 

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El hotel que nos han reservado en Guatemala es enorme y lujoso, es parte de una inabarcable plaza donde hay restaurantes, tiendas de todo tipo y salas de cine. Uno toma el elevador y con él puede ir a donde quiera, sin pisar la calle. Vamos por la noche al cine. Código Enigma (The Imitation Game, 2014), de Mortem Tyldum, con Benedict Cumberbatch y Keira Knigtley, es la historia de Alan Turing, científico que descifró las claves para que los nazis pudieran ser vencidos y quien, por el tratamiento y el acoso que generó su homosexualidad, se suicidó. Salvó a millones y a él lo empujaron a la muerte sólo por su preferencia sexual.

Recién terminé (la empecé en el camión y la concluí en el hotel maravilloso) Carlos Pellicer. Breve biografía literaria (Ediciones El Equilibrista-Conaculta, 1997), de Samuel Gordon. Me llamó la atención que ambos, Pellicer y Turing, asumidos en su condición homosexual, tuvieron una mujer a quien amar. Turing recibió la generosa oferta de una científica, quien le propuso, a sabiendas de su inclinación, una salida: casarse, ser su “tapadera” social. Él no quiso. Pellicer, en cambio, de joven fue novio de una mujer a la que nunca dejó de amar (p. 18): “Jamás la besé en los labios, la adoré y siempre me sentí su esclavo. Es callada y dulce. Su timbre de voz lo oigo en este mismo instante: cuando ella hablaba, yo sentía que mi dicha dependía de su voz”.

El volumen, como el subtítulo explica, busca contar cuándo y cómo escribió sus libros, de los que cita generosamente fragmentos, poemas, versos como éstos (p. 27): “7. Aquí no suceden cosas/ de mayor trascendencia que las rosas. 8. Como amenaza lluvia/ se ha vuelto morena la tarde que era rubia”.

A Pellicer (a Borges tampoco) no lo sedujo París (p. 41): “Para él, París no valía una misa: apenas un amén”. El 19 de septiembre de 1957, cuando le estaba dando los últimos toques al Museo de La Venta, le escribió a Alfonso Reyes una carta muy divertida, que entre otras cosas dice (p. 69): “Aquí en Tabasco ya sabes que se hila muy delgado. Cuando vas a cortar una flor, se te va pues resultó ser una mariposa, y viceversa. […] Todo este manoseo de siglos a la luz del día me ha confirmado que hay que pasar la vida jugando. Claro, jugando y conjugando, y nada de participios: a darle que es gerundio. Pobres los que se empeñan en jugar en serio, porque están Xodidos”.

 

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Conocemos ciudad Cayalá, un proyecto millonario que edificó ni más ni menos que una ciudad europea, con todos los guiños a Grecia, en Guatemala. Todo es fino, bonito, limpio, caro. Hallaron espacio para el Centro Lumière (una sala de cine, una de teatro, elegantes), con producción local. No hay funciones cuando estamos allí, pero compro una película de director y productor guatemalteco (¡tan desconocido el arte de Guatemala en Chiapas!), que me recomienda el amable boletero, que supongo, por su conocimiento, pertenecerá a alguna de las dos compañías artísticas.

En la noche vemos El francotirador (American Sniper, 2014), del viejo genial y envidiable (qué talento sostenido: ¡84 productivos años!) Clint Eastwood.

 

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Cuando salimos rumbo a Esquipulas, René me da prestado Mr. Gwyn (Anagrama 2012), de Alessandro Baricco, que de nuevo me confirma el magisterio de este hombre que no olvida ni a la poesía ni a la magia cotidiana a la hora de escribir. Mr. Gwyn es un escritor que, como Pessoa, tiene heterónimos. Uno de ellos ha escrito un breve libro llamado Tres veces al amanecer, también editado por Anagrama, del que creo ya hablé (o hablaré, no sé, tengo tantas columnas escritas sin publicar) en una Casa de citas anterior o posterior a ésta. El corazón queda agradecido con Baricco; es genial, espléndido.

El siguiente libro que leo es Señorita México (Seix Barral, 2000), de Enrique Serna. Este mexicano es un gran narrador pero no se entretiene buscando magia en los humanos, sino porquería, defectos, vulgaridad. Sus libros son disecciones de lo peor que tenemos, y esta novela sobre Selene Sepúlveda, una vieja y gorda ex señorita México, no es la excepción. Para Baricco somos espíritus delicados; para Serna, botes de basura.

 

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En Esquipulas me enfrento de nuevo al estupor de la fe vuelta lágrimas, gritos de petición o agradecimiento. Esquipulas, Guatemala, y Villaflores, Chiapas, significan lo mismo: lugar donde hay flores. Y ambos tienen como santo patrono al Cristo Negro. Todo en Chiapas no es México, sino Guatemala.

 

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A los lados de la carretera Esquipulas-Guatemala hay muchos árboles de jícara, que me hacen recordar un pasaje del Pop Wuj (o Popol Vuh, como le dicen algunos), libro sagrado de los mayas quichés. La princesa Ixquic se para frente a un árbol de éstos y desde allí le escupe una calavera, que la hace quedar embarazada (ay, sí) de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué. El entorno da la pista, cada libro narra su alrededor.

En un pueblito de paso vemos muchas mesas de las que Doris llama “comideras”. Hemos hecho un alto estratégico allí. Una muchacha, de gran delantera y escote pronunciado, se pone delante de mí y sin quitarme la vista de encima habla con mi mujer para convencerla de que comamos algo con ella –gaína, chicharrón, chiles rellenos, pacaya– y me toma del brazo; mi mujer, del otro lado, me incita a caminar fuera de los dominios de la embrujante joven.

—Parece que te quiete meter las chichis en la boca –me dice.

—Dios te oiga –le digo.

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El hotel de La Antigua está hecho para no salir, para disfrutarse: tiene muchísimos jardines y obras de arte a cada paso. Su nombre, Museo Casa Santo Domingo, apenas lo describe: hay museos de arte colonial, de arqueología; galerías con exposiciones de artistas contemporáneos; varias fuentes, nichos empotrados en las paredes, esculturas en los pasillos, una enorme capilla, una fábrica de chocolates, de trastos lindos, etcétera. Que nos asombre no es raro, porque en su libro de registro hay varios famosos (Hillary y Bill Clinton, Julio Iglesias, los reyes de España, el de los Emiratos Árabes, Paris Hilton) que escriben altos elogios. Dice Óscar de la Renta y dice bien: “Más que hotel es un paraíso”.

 

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Regresamos a México y para que no nos quejemos de que faltaron sorpresas, cuando pasamos frente a la finca La Candelaria un volcán expele en dos ocasiones fumarolas que todos retratamos y celebramos. Guatemala ya forma parte de nuestros agradables recuerdos.

 

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En Chiapas, mi querido amigo Sarelly Martínez me regaló un lector electrónico y ¡miles de libros! Revisé las listas inmensas y me siento como un niño feliz, en un mundo nuevo. Ya leí dos libros breves y magníficos: Autobiografía, de Borges, e Historia secreta de una novela, de Vargas Llosa. Mil gracias, amigo mío.

 

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

Visita mi blog: hectorcortesm.com

 

 

Un comentario en “Libros, cine, Guatemala”

  1. Micaela
    13 abril, 2015 at 11:01 #

    Acabo de leer la crónica de tu viaje y me gustó mucho no sólo como cuentas lo que viviste, sino también el viaje. De hecho justo estaba pensando ir con mi familia y no sé si sería molestia para ti proporcionarme los datos de la agencia de viajes a la que acudieron y comentarme el paquete que agarraron. Entiendo que fue un viaje con todo incluido?.

    Gracias Héctor por toda la literatura que nos regalas siempre

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