A todas las que aman el futbol

Elvira Hernández Carballido, recién electa presidenta de la Asociación Mexicana de Investigadores de la Comunicación (AMIC), reunió en Las que aman el futbol y otras que no tanto (Creativa Independiente, 2014), diferentes miradas, análisis, pasiones y gustos de académicas por este deporte, calificado con dislate mayor por Ángel Fernández, como “el juego del hombre”.

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Es cierto que los hombres reciben los reflectores, que Messi y Ronaldo son conocidos aquí y en Timbuktú, que la Copa América acapara las pantallas, y que poco sabemos de la Copa Mundial Femenina de Futbol que se desarrolla en Canadá y de las 24 selecciones participantes.

Las que aman el futbol recorre, en voz de las 27 autoras reunidas por Elvira Hernández, su particular historia de encuentros y desencuentros con los balones, tacos, árbitros, porras, jugadores y jugadoras.

El balón fue en un principio para las mujeres, según se desprende de la lectura de Hortensia Moreno, un advenedizo que agredía el cuerpo frágil de las niñas, hechas en la “cultura de la recámara” en oposición desconcertante con la “cultura de la cancha” de los niños, pero después comenzaron a dominarlo con elegancia y maestría.

La FIFA –la corrupta FIFA, dirigida por hombres– empequeñece el futbol de mujeres, lo caricaturiza y hasta lo ridiculiza, escribe la académica citada y agrega: “La rama femenil de cada deporte es una versión encogida, atrofiada, del original masculino. Las canchas son más chicas, los balones no pesan igual, los rounds duran menos. A las mujeres se les inventan pruebas ínfimas –como la de 50 metros de nado libre–, porque durante el largo siglo en que se instituyó el deporte y se les dejó integrarse al campo lenta pero reticentemente, la construcción del imaginario sobre el cuerpo femenino se llenó de mitos que se comprobaban a sí mismos”.

El hombre, parecen decirnos los deportes, las Playstations, los Xbox, los teléfonos y todos los gadgets, ha venido a este mundo a jugar. Juega con los balones, con los mandos a distancia, con las teclas de las computadoras y con los botones de los celulares. Juega hasta con el poder. La mujer, en cambio, ha sido espectadora perpetua o excluida por siglos de los estadios por su “impureza”.

Los griegos prohibían a las mujeres ingresar a sus justas deportivas. Dicen que después de que una madre se disfrazó de hombre para ver a su hijo competir, se dispuso que todos debían asistir desnudos a las competencias.

Por siglos fue así. La mujer estaba hecha para la delicadeza de la casa, para el piano, la declamación y el bordado, si había tenido la suerte de casarse con un hombre rico y provenir de una familia de buen linaje. De lo contario, le esperaban las labores ingratas y repetitivas de la sobrevivencia, hechas para las mujeres “rudas”.

De pronto irrumpieron las mujeres en los campos de juego, tarde nos dicen las autoras, para apropiarse marginalmente del balón pero no de la escena. Hoy en día, aunque pueden jugar prácticamente todos los deportes “varoniles”, sus partidos no registran entradas mayores en los estadios ni alcanzan altas cuotas de rating.

¿Alguien sabe el nombre de las tres futbolistas más importantes de este país? ¿Alguien mira por televisión un partido de futbol protagonizado por mujeres? ¿Alguien conoce cuáles son las selecciones que están en los cuartos de final en el Mundial de Futbol Femenil?

El futbol tan denostado, tan criticado, tan comercializado, tan ensalzado, pocas veces se ha estudiado desde la mirada de académicas, desde sus recuerdos, sus gustos y pasiones. Este libro magnífico lo hace y su lectura nos deja con el regusto de las anécdotas pero también con la reflexión de la agenda pendiente en este deporte de las patadas.

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