Memento mori

Casa de citas/ 225

Ilustración: Luis Villatoro

Ilustración: Luis Villatoro

Memento mori

Héctor Cortés Mandujano

 

 

Uno. Por razones que desconozco, en un par de días tuve un sueño y dos conversaciones sobre el mismo tema. Decidí escribirlos. Sucedieron en abril, tal vez en mayo; la terrible realidad actualiza el asunto con la muerte, en estos aciagos días de junio, de mi querida amiga Berenice Moreno. La sorpresa me hace recordar, como apunta el título de esta columna, que yo también moriré, que todos moriremos.

Esta es la trascripción de uno de mis sueños recientes, que parecerá cuento.

 

Peripecias de una misión

 

Lex tiene un poco más de 60 años, es negro y lo he sentido triste últimamente, poco comprometido con las misiones que nos encargan y que nosotros, obedientes, nunca discutimos.

Teníamos que entrar en un banco y robar una computadora. Nada de dinero. Fácil. La computadora estaría en un escritorio particular, en una oficina más o menos escondida.

RaN-5 es una muchacha silenciosa y yo, que rebasé los 40, soy una mujer muy entrenada y capitana en las misiones; pedí a mis dos compañeros que entráramos en la mañana y creáramos ilusiones momentáneas que no permitieran a los guardias, los clientes, los trabajadores, las cámaras de seguridad, las alarmas, darse cuenta de nuestra misión.

Inútil. Algo sonó y de pronto nos vimos rodeados de elementos peligrosos. RaN-5 es muy hábil para los golpes y podía con todos; yo tomé la computadora y Lex creó la ilusión de una bomba que hizo un ruido infernal, caer paredes y surgir humo de todas partes. Eso distrajo a muchos e hizo que la gente saliera despavorida.

En la calle, RaN-5 apareció una barrera de acero ilusoria y yo me trasformé en una niña, con una muñeca en las manos; volví la vista y vi que Lex estaba, en un sortilegio visual, en la azotea del edificio bancario y que los policías iban tras él, le disparaban.

En el hotel donde me hospedé, luego de entregar la computadora a nuestro maestro, recibí el reporte de RaN-5 (“Todo bien”) y quedé impactada al ver, en televisión, cómo los policías acribillaban a Lex, que en lugar de inventar la escena decidió vivirla en carne propia. Parecía triste, decía; ahora está muerto.

 

Dos. Esto es algo que me contó mi amiga Doris, en la sala de espera del aeropuerto de Tuxtla.

 

Un vaso de agua

 

Una mujer mayor, de 92 años, le contó una experiencia que la hizo dejar medicinas, médicos y el consejo bien intencionado de parientes, para intentar sanar sus dolencias de manera no convencional. Estuvo muy grave, le dijo; tanto que los médicos dijeron que era imprescindible una operación. La prepararon, le pusieron la consabida anestesia y, al momento, pensó, ella comenzó a soñar algo muy vívido.

Iba por un camino donde la vera no ofrecía ni árboles ni pasto. El desierto. Estaba extenuada cuando alcanzó a ver a una persona que, muy delante de ella, caminaba con evidentes signos de cansancio. Ni pensar en alcanzarla. Luego pudo ver que no era sólo una, sino muchas las que la precedían. Una cola inmensa de gente. Llegó al último lugar y no intentó preguntar, no tenía fuerzas, qué esperaban. Cuando hubo pasado la mucha que estaba delante se dio cuenta que había infinidad de carretas, donde un señor indicaba a la gente que se subiera. Les presionaba el hombro y ellos iban, dóciles, al vehículo rústico que el hombre les señalaba. Le tocó al fin su turno. El hombre lo vio extrañado:

—No, no, tú no debes estar aquí, regrésate.

—Señor, no sea malo, estoy muy cansada, apenas pude llegar.

—Así será, pero tú no debes estar aquí, regrésate.

—¿Hay otro camino que no sea éste?

—No, vete por ahí.

Dio la vuelta y comenzó de nuevo su peregrinar. Le dolía tanto dar el paso. Vio sin embargo que, hacia adelante, el cielo tenía una luz que llegaba hasta un punto muy concreto que tal vez no estuviera tan lejano. Se alegró un poco. En cuanto puso un pie dentro de la luz sintió que algo la tragaba y abrió los ojos.

Vio un techo que no conocía, luego las sábanas que la cubrían. Estaba desnuda en un lugar desconocido. Volvió la vista y vio una fila de cadáveres, también con sábanas, también con los pies desnudos. Gritó, gritó, gritó.

Llegó un joven asustado. La subió a una camilla y de pronto se halló rodeada de gente vestida de blanco que le hacían preguntas que ella no alcanzaba a entender. Las contestó como pudo. Una enfermera la vistió y la llevaron de nuevo en una ambulancia al hospital donde había sido la operación y luego que salió una nueva multitud de médicos, llegó su hija, quien a gritos, llorando, la abrazó. Cuando el barullo pasó le explicaron que había estado muerta cinco horas y media, que la habían llevado a la morgue y que ahora la iban a tener una horas más en observación, mientras anulaban su certificado de defunción. Su hija le preguntó al final de las tantas.

—¿Quieres algo, mamita?

—Sí, por favor, un vaso de agua. Me muero de sed, caminé mucho.

 

  1. En un vuelo al DF comencé a leer el eBook Cuentos inolvidables según Julio Cortázar, que reúne varias narraciones que ya leí, sólo hay dos que no conozco. Decido leer-releer todo y disfruto mucho con eso. Nos hospedamos, con mi mujer, y nuestra amiga Doris, en el hotel Geneve, en la Zona Rosa, y en una de las vitrinas el azar me regala la sorpresa de saber que allí se hospedó Julio Cortázar. En su homenaje, de madrugada termino de leer la antología.

Mi prima Natividad llega a visitarnos en la mañana y la recibimos en una de las muchas salas que el hotel dispone para sus huéspedes. Me cuenta que murió mi tío Eligio, el único tío que quedaba vivo. La prima y yo somos huérfanos desde hace tanto. Su mamá, mi tía Chata (Austreberta se llamaba), y mi papá sólo son recuerdos lejanos. La tía Lupita murió hace no demasiado. Se fue el que quedaba. Los familiares muertos. Me cuenta sobre la muerte de nuestra abuela (yo era un niño y apenas tengo un fulgor de ese hecho lejano), de quien ella heredó el nombre.

 

En la punta de la loma

 

Era la dueña de la finca El Ciprés, pero murió en Tuxtla. Tía Lupita habló con un hombre en quien tenía confianza sobre cómo llevarla hasta allá, y él paró un taxi. Explicó. El taxista dijo que sí y se hizo cargo. Fueron por la muerta y pidió que la sentaran como si estuviera viva, con un pañuelo que le detuviera la mandíbula. Les prohibió que fueran vestidas de luto.

La abuela Natividad iba recargada en la joven nieta, y ésta sintió cómo se fue enfriando. Llegaron al pueblo más cercano a la finca, Nuevo México, y por indicaciones del taxista llamaron al profesor que hacía las veces de médico en el pueblo. Le explicaron que la abuela estaba bien cuando salieron de Tuxtla, que se fue quedando quieta y callada.

El hombre le puso instrumentos encima, buscó aliento, palpitaciones. Confirmó y reconfirmó lo obvio. Dio la noticia que las demás tomaron como permiso para estallar en llanto, especialmente la tía Lupita.

Nati no sintió ganas. Ni una lágrima. Sólo calló.

El mare magnum de familiares.

—Dónde la vamos a enterrar.

—Pues aquí, en el pueblo.

—Pero ella dijo que su voluntad era que la enterraran en la punta de la loma.

Ojos que se desviaban, comentarios en voz baja, hasta que alguien dijo en voz alta.

—Es muy complicado llevarla para allá y luego subirla cargando en la loma, está muy empinada.

La abuela fue enterrada en el pueblo.

La finca se construyó a los pies de la loma. En la punta están (o estaban) los huesos de su papá, de su mamá, de su marido. Ella quedó sola, fría, en una tierra que rechazó como destino final.

Tal vez aún en la cima de la loma haya un niño, como fui yo, volando papalotes.

 

***

 

Me gustó mucho La bicicleta verde (Wadjda, 2012), escrita y dirigida por una mujer, Haifaa al-Mansour, en cuyo centro anecdótico hay una niña que desafía las convenciones de una arabia saudita actual, donde la religión y los hombres esclavizan a las mujeres. Wadjda, la protagonista (un error fue llamarla en español La bicicleta verde, porque evidencian mucho del chiste de la trama), platica con su amigo, el niño Abdullah. Hablan de su tío y él dice:

—Su hijo puso explosivos en su cintura y “boom”, murió.

—¡Estaba loco! ¡Eso debe doler!

—Si mueres por Dios, sólo sientes un pellizquito, después vuelas y ¡tienes 70 esposas!

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

Visita mi blog: hectorcortesm.com

 

 

 

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