Definición de cazador

Imagen: ibetcamila.blogspot.com

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¡No soporto a los cazadores! Odio a quienes, con una escopeta, matan a los conejos que brincan por los pastizales. Me causan urticaria quienes asesinan a los venados. Ahora hay mucha gente que protesta por los asesinos de elefantes y de cocodrilos y demás especies africanas.

Pero, por el contrario, aprecio mucho a los cazadores de sueños o de metáforas. Porque el término cacería, sobre todo, se aplica a la acción donde un grupo de individuos se reúne para ir a matar un oso, por ejemplo. Pero, hay personas que le han quitado el puñal a la palabra y le han colocado un par de alas. Ah, benditos hombres y mujeres que eliminan la sangre que rodea a ciertas palabras y las aligeran como si estuviesen bordadas con nubes. Ejemplo de estas palabras hay varios, uno de ellos es la palabra mierda. La gente, cuando la escucha casi casi vomita, pero en el mundillo de la danza y del teatro, la palabra mierda toma una cara de foca sonriente y todo mundo sonríe al escucharla. Los artistas dicen: ¡mucha mierda!, y con ello desean mucha suerte, bienaventuranza. Lo mismo sucede con la palabra cazador. Ramiro, con orgullo, dice: ¡soy cazador! Y agrega: de panteritas. Ramiro es un dandy, un hombre bien parecido, soltero de treinta y cuatro años, siempre vestido con pulcritud, huele (dicen mis amigas) a atardecer lleno de flores. Ramiro tiene la costumbre de salir de su casa a las cinco de la tarde, va al parque y ahí (como si fuese un francotirador en una azotea) se dedica a ver a las muchachas bonitas y cuando encuentra una linda “panterita” de veintiún años o veintidós, le “dispara” y, por lo regular, hace suya esa piel llena de luz. Ah, estos cazadores me caen bien. No hacen daño; al contrario ayudan a evitar la extinción de especies nocturnas.

Rosario es cazadora de imágenes insólitas. A las ocho de la noche, se cubre con un chal, se sienta en una mecedora en el corredor de su casa, apaga todas las luces y mira el cielo. Dice que a veces ha visto lluvias de estrellas; a veces vuelos de murciélagos, en medio de la sombra; a veces caudas de cometas; a veces papalotes luminiscentes; a veces ángeles volando detrás de “panteritas” aladas. Ah, me encantan estas cazadoras.

No soporto a los hacendados que envían a decenas de sirvientes a las redadas. Los siervos van con cacerolas y cucharones haciendo ruido, invocando al terror; caminan con paso rápido para que los animales (venados, sobre todo) se espanten y corran hacia el otro lado, hacia donde los cazadores, ya apostados, los esperan con sus rifles que vomitan fuego, que vomitan muerte.

Me gustan los cazadores de metáforas. Los hombres y mujeres que, con “atrapa sueños”, salen a las calles sin rumbo fijo. Son fascinantes los hombres y mujeres que, en lugar de atrapar mariposas, con redes en lo alto cazan el aire que se enreda en los árboles de durazno o el viento que besa la ropa colgada en los hilos de agua de las cascadas.

¡Que los Dioses de la Vida prodiguen sus dones a los hombres y mujeres que cazan ilusiones! Que los mismos Dioses perforen los espíritus de los cazadores que degüellan las líneas de los venaditos.

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