La muerte de Mariano Mendoza

© Fuerte y joven como este “correlón” de Tuxtla Chico (2011)

© Fuerte y joven como este “correlón” de Tuxtla Chico (2011)

 

Primera de cinco partes

¿Que qué o quién fue Rosario Santis del Campo? Hombre quién sabe, pero sí, indudablemente, un tipo ranchero, hábil… zorro pa’los negocios. Empresario no, pues la de las ideas y empresas siempre fue doña Tencha, doña Hortensia Coutiño Lara, su mujer. Chayo fue un ser, quién sabe si persona, pero sí un tipo malo, que se portó mal; muy mal ante los ojos de Dios. Un tipo amachado y abusivo; perverso, podríamos decir. Fue agresivo, déspota y mal hablado. La mentadera de madres fue su mero mole… hasta en su forma de anunciar las películas, las de su Cine Isabel.

—Vengan a ver la película Los Tres Rancheros Famosos, con Luis Aguilar, Amparo Arozamena y Pedro Armendáriz. Va’ber chingadazos, vergazos y harta pendejada. Se van a romper la madre, estos sus padres… Ansí decía don Rosario. Y si no tienen paga, indios, cushtes, traigan maíz, traigan frijol. Hasta aguacate les agarro cabrones, para entrar al cine…

Sin derecho ninguno, azotaba como a animales a los bolos, e incluso a alguno de sus trabajadores y cercanos. Una ocasión que estaba bebiendo, por ejemplo, llegó un bolito y que le dice:

—¡Eeey! Vení pa’cá vos indio pata-rajada.

Lo bañó a látigos con la pajuela que andaba, por tan sólo no recitar su nombre completo. Y es que los patrones en ese tiempo, siempre andaban con el chicote de plomo en la cintura. Le puso una latigueada ¡de padre y señor mío!, pero como no lloró ni gritó el bolito… el viejo le dijo: —Sos valiente indio jijo-de-la-chingada. Esa hielera de cerveza es tuya. Tómala. Llévatela. ¡Jo jo! Ni lo acabó de oír el bolito. Valió la pena la cueriza que le acomodaron.

Si en los caminos se topaba uno con él… ¡Hacete codorniz, hermano!… metete en el monte porque ahí va don Chayo Santis. Con su tejanote, malencarado y la gran fusca en la cintura. Ahí pasaba orondo en su camioneta. En otra ocasión, dicen es versión que se escuchó en la Asociación Ganadera Local. Quiso comprar el caballo pinto de Luis Aguilar. 

Ese caballo que va ahí, va a ser mío, dicen que dijo en el cine.

Y sí, hizo el intento. Cuentan que lo fue a tratar a la ciudad de México, pero le dijeron que ni con toda su paga podría cubrir el precio del caballo. Que ni porque vendiera sus ranchos, sus propiedades. Que todo eso no le alcanzaría pa’comprar el caballo. Él mismo lo platicó en una de las primeras muestras ganaderas que hubo en Los Cuxtepeques, organizada por la Asociación.

Pero entonces, en una ocasión que traíamos maíz, de por el rumbo de El Coyolar… ahí venía El Gallo, el amigo Mariano Mendoza Bassaul… Que… les voy a decir: el hombre íntegro y cabal, desde que nace, en general trae los huevos bien puestos. El cabal y bragado. Que no lo demuestra, o que no lo debe andar divulgando toda la vida, esa es otra cosa… aunque cuando se decide… ahí se acaban los estirados, argüenderos y “valientes”. Todo lo contrario cuando el hombre, cualquier hombre, la gente común… nacen con miedo, pues tiemblan cuando tienen el destino en frente. O sea que, aunque tengan tamaños coyolones, no tienen decisión ni valor. Ahí se hacen cuichi y no dan paso pa’delante.

Así es que en esa ocasión, ahí íbamos con el buen Mariano, regresábamos de El Coyolar, y a lo lejos vimos que ahí venía don Rosario Santis. Mariano mientras tanto, ya había descendido la bajadona, rumbo al pueblo, hacia el arroyo El Limonar; ansí que ya no podía regresar. Don Chayo que venía en carro, podía detenerse, regresar y echarse de reversa, mientras que Mariano no podía dar vuelta, no podía reversar; los bueyes y las carretas venían hasta el tope. Don Rosario sigue y ahí viene, y con su carácter altivo y fanfarrón, le empieza a pitar y le echa la camioneta encima de los bueyes. Fue entonces que Mariano le gritó:

—¡Lo vas’té a matar mis bueyes!

—¡Que se los cargue la chingada! contestó el viejo. ¡Y hasta vos, si quiero, te paso el carro encima, cabrón!

Se empezó a enchinchar Mariano y… hasta lo hizo llorar de coraje al pobre, pues sus bueyes no podían irse para atrás y aún era chavalón… andábamos en los catorce o quince años. Yo era contemporáneo de Mariano. Aún éramos unos muchachos todavía, aunque él era grande, fornido y grandote. Cuerpo grande, parejo, hombrudo, brazudón y manos fuertes. Y que le grita:

—Párese viejo jijo-de-su-chingada-madre. ¡Le rementotió la madre!

—No te mato… sólo porque sos un pinche chamaco de mierda, —le respondió don Rosario.

—¡No soy chamaco, jijo’e-su-chingada-madre! ¡Pinche viejo verga!

Mariano, ansí como venían las mentadas, enteritas se las devolvía. Y mañana nos vemos las caras otra vez, viejo jijo’e-pucta —dijo Mariano—. Aquí lo quiero ver mañana jijo’e-la-rev…

Y es que el viejo nos metió el carro; nos trincó y arrinconó. Quedaron los bueyes melados, sucios, y la carreta sobre el paredón. Y ahí pasó el viejo, rasando al viento. O sea que… don Chayo, a la mala ofendió y sobajó al pobre Mariano, y desde ahí lo amenazó. Al otro día, ahí va Mariano, pero ahora ya con su escopeta. Muchachito, chamacón todavía, pues aún íbamos a la Primaria. Pasó el tiempo, los años, llegó como a los 19, pero el cacique, a lo macho que lo había dejado herido. Ya cuando se volvieron a topar —casualmente casi en el mismo lugar; en la misma bajada, aunque algo más arriba—, éste ya no se detuvo y le dijo mero en frente a don Chayo:

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cruzcoutino@gmail.com agradece retroalimentación.

 

Un comentario en “La muerte de Mariano Mendoza”

  1. Eric mazariegos
    4 junio, 2016 at 19:23 #

    De haya de la concordia……

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