Fuentes y la liberatura

Casa de citas/ 286

Fuentes y la liberatura

Héctor Cortés Mandujano

 

El que lee a Proust se proustituye

C. Fuentes

 

Cristóbal Nonato (Seix Barral, 2001), de Carlos Fuentes es, al margen de sus muchos y evidentes méritos literarios, una historia divertida. La cuenta justamente Cristóbal desde que es líquido seminal en “las talegas hueveras” de su padre Ángel y en la playa, donde sucede el encuentro erótico; entra, ya individualizado, al útero de su madre Ángeles y sigue contando. Este Cristóbal no nacido cuenta todo lo que siente, intuye, sabe (y sabe mucho) desde la panza de su mamá hasta el momento en que es parido. En ese momento se le borra la memoria y su vida se vuelve papel en blanco.

La escritura es lúdica, satírica, burlona (p. 14): “¡En México todos somos libres y el que no quiera ser libre será castigado!”; la novela es, como dice Ángeles (p. 25): “una arena donde combaten todos los lenguajes”.

Ángeles, de nuevo (p. 61): “Voy a tener un hijo y voy a leer a Platón. Cómo crees que no, a pesar de todos los accidentes que en México hacen imposible una empresa intelectual […] nacites, te morites, no leítes, no escribites”.

Ilustración: Juventino Sánchez

Ilustración: Juventino Sánchez

La maledicencia cómica de la historia. Obregón perdió el brazo por un cañonazo y lo recuperó (p. 76) “cuando el propio Obregón tiró al aire un centenario de oro y el brazo perdido surgió trémulo de entre los cadáveres de la batalla y, con codicia inmutilable, se apropió de la moneda”. Matan a Obregón, ya presidente, mientras comía en el restorán de “La Bombilla”. ¿Sus últimas palabras? (p. 77): “-Más totopos, más totopos”.

En 1821 eran populares las expresiones vernáculas del El Periquillo Sarniento, “ahora se requiere un glosario” para entenderlas (p. 109): “Lo que fue secreto se volvió público y ahora otra vez es secreto”.

La fealdad es poética. Ángel, su padre (p. 183), “no podía ser un gran poeta porque era demasiado guapo”; además (p. 205): “Ustedes los hombres se han arruinado impetuosamente; están vacíos. En nosotras las mujeres hay una cueva, una barranca, cuya única función es esperar lo que nos es dado. Nosotras sólo recibimos. Ustedes, qué nos van a dar?” (Por cierto, a lo gringo, Fuentes sólo usa el cierre del signo de interrogación en todo el libro.)

Fernando Benítez, amigo y maestro de Fuentes, es aquí un personaje (Cristóbal lo llama tío) que anda en muchas comunidades indias del país. En una de ella hay “una montaña de mierda (que) estaba esculpida, arreglada”; (p. 233): “Aspiraron el olor de mierda, el más fuerte olor del cuerpo, pensó mi tío, el que más se impone y da fe de nuestra existencia física”.

Esta es la cita con que inicia el capítulo sexto, “El huevo de Colón”, de Denis Diderot (p. 291): “Todo es flujo perpetuo. El espectáculo del universo no ofrece sino una geometría pasajera, un orden momentáneo”.

La novela está llena de escenas, citas, descripciones, juegos eróticos (p. 321): “La singularidad del amor sexual entre hombre y mujer es que nos vemos la cara y los animales se dan la espalda para coger”; (p. 354): “Ante un buen acostón se estrellan todas las ideologías”, y de datos de distinta materia (p. 328): “La ciudad de México tiene treinta millones de habitantes, pero tiene ciento veinte y ocho millones de ratas”.

Una pena que Fuentes no supiera escribir el nombre del estado, aunque en Personas (Alfaguara, 2012:148) cuente que visitó Palenque y lo escriba bien (p. 333): “Me dijeron que Guatemala ya nos quitó las Chapas y ni quien se enterara” (o tal vez nada más intentó hacer un chiste).

Otra idea (p. 554): “No hay deseo inocente, el deseo, para cumplirse, se apropia del otro, lo cambia para hacerlo suyo: no sólo te quiero, quiero además que quieras como yo, que seas como yo, que seas yo”. Cristóbal está a punto de nacer (p. 555): “Aún no nazco y ya temo que voy a actuar de nuevo como actuaron todos mis antepasados. Gloria y ambición. Amor y libertad. Violencia. País de hombres tristes y de niños alegres: cuántos niños nacen y mueren y renacen conmigo?”

Este es Fuentes en toda su potencia literaria. Julián Ríos dice y dice bien en el epílogo (p. 567): “Bien venido a la liberatura”. He sido feliz leyendo este libro.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

 

 

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