Por supuesto, Fidel

¿Quién no quisiera escribir algo sobre la muerte de Fidel Castro? De hecho, representa, quizá, la noticia esperada por los que nos formamos generacionalmente en el siglo XX. ¿Quién no quiere expresar algo de este personaje, clave en la conformación de una época, en la que las utopías fueron la savia de todas las emociones políticas que nos formaron?
Implacable la figura de Castro. O se le admira o se le odia, no hay cortapisas en medio de su presencia histórica. Vivo o muerto, la polémica alcanza, como ningún otro personaje del siglo que pasó, niveles de oposición que no deja dudas de los alcances de su vida y obra. Fidel, el polémico, Fidel, siempre en tensión con las ideas afines a las suyas o las que son diametralmente opuestas. Fidel, el compañero de Ernesto Guevara de la Serna; paternal o autoritario, justiciero e implacable del orden político; leyenda, mito y héroe revolucionario. Tanto se ha dicho de él y mucho más lo que se comentará después de su muerte.

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A la Cuba de Castro se le exigió mucho, dentro de todo lo que se suponía debería ser una utopía social pensando ser realidad. Cualquier asomo de error -que fueron muchísimos- siempre estuvo al pendiente de la guillotina de la crítica. Como nunca en la historia a un país es le asedió tanto; como nunca un país fue bloqueado económicamente por la mayor potencia del mundo, lo que hace técnicamente a Estados Unidos un Estado terrorista, pero eso no lo criticó casi nadie porque seguramente forma parte de la democracia occidental.
Pero a Cuba no se le perdonó nunca nada y a Castro Ruz se le intentó asesinar más de 100 veces, según se sabe. Cuba es un país pobre, latinoamericano, pero Fidel hizo con su gesta que fuese un país de dignidad. Y eso es mucho decir en nuestros países y en nuestras historias. Me acuerdo un verano en España, el debate político del momento era si a Hugo Chávez se le tenía que dar trato de Jefe de Estado porque el Partido Popular había declarado que era un “dictador” (aunque había sido votado siete veces y solamente una elección había perdido). Sin embargo, un mes después, José María Aznar se fotografiaba con Muamar Gadaffi, el líder y presidente de Libia, firmando un convenio donde había mucho petróleo para España. Pasados diez años, la clase política de España se enseñoreaba cuando lo lincharon, en vivo y televisado, y lapidaron el merecimiento de un acto que ellos seguramente consideraban democrático. La hipocresía política de occidente a veces raya en el inverosímil.
Por eso Fidel Castro Ruz elevó eso que tal vez nadie ha dicho y es navegar a contracorriente de una sola visión del mundo político; de una solo camino que deja vulnerables al resto de la población mundial en medio de riquezas impensables de unos cuantos, de unos pocos países.
Yo me quedo con eso del legado de Fidel. Supo conducir una posición digna de un país pobre en el mundo de la alta política. En un tiempo donde los cambios fueron una condición de vida, y ahora, delante de un panorama que se ve como el retorno dramático de los derechismos más trasnochados, vivir la utopía significó soñar y estar más vivos que nunca. Por el bien de todos, ojalá nunca desaparezca ese sentimiento.

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