Inacción gubernamental y saqueos

 

Aunque reiterado el tema en estos días, a través de variadas plumas, escribo sobre lo ocurrido tras el gasolinazo en el país. Con brevedad expreso algunas ideas que sirvan para la discusión, en vez de ofrecer sentencias, o buscar culpables; esto último lo más fácil de hacer y más cuando son problemas que nos afectan en lo personal. La culpa es siempre de otro. Por ello, no escribiré sobre el aumento del precio de la gasolina, lo haré de un hecho que pretendo desemboque en la visión de los saqueos vividos en los últimos días.

El aumento de los carburantes, doloroso embate a los bolsillos de los ciudadanos, es resultado de la inacción durante muchos años, aquellos transcurridos desde que el Estado mexicano asumió el control del crudo. Hito nacionalista e imagen de una figura política como Lázaro Cárdenas, general recordado, entre otras cosas, por la fecha del 18 de marzo, la expropiación petrolera.

Medida proteccionista que, con sus distintos matices, tiene resonancias actuales en casos como el Brexit o las medidas propuesta por Donald Trump. Digo con diferente matiz porque entonces, cuando se efectuó la nacionalización del oro negro, los Estados todavía tenían un cierto control sobre aspectos fundamentales de la economía, dominio que ahora resulta casi imposible debido al funcionamiento global del mercado. Se pueden hacer más cosas y mejor, seguro, aunque el capitalismo mundial tiene día a día mayor incidencia respecto a las decisiones económicas nacionales.

La inacción, mencionada en el título, refiere a lo que se dejó de hacer durante años, y la hipoteca que ha significado para el país. Desde esa condición existen cosas que se ejecutaron, y otras que se dejaron de realizar. Cualquier visitante foráneo que llegue a México por primera vez se dará cuenta de la inexistencia de trenes, medio de comunicación contemporáneo fundamental en buena parte del planeta. Esa consecuencia de la dependencia del petróleo también se observa en la falta de refinerías en un país productor de la materia prima. Muchos años pasados sin invertir en lo que era necesario para no sufrir con los vaivenes del mercado. Y junto a ello, la investigación de fuentes alternas de energía, financiable a través de los mismos recursos generados por el petróleo, ha sido muy escasa y con poca influencia en el consumo nacional.

Saqueo en tienda de autoservicio «Oxxo» en Huehuetán.

Sin embargo sí se hicieron cosas, entre ellas alguna tan criticable como depender económicamente de un producto, primordial para la industria moderna, pero trampa si la mira es el futuro. También se despilfarraron recursos debido a la buena salud, temporal, de la venta del crudo. Algunas inversiones han sido loables, si se observa la realidad de países hermanos de América Latina, pero no se ha eliminado la injusticia y la franja de desigualdad social aumenta en el país, por mucho que se diga lo contrario.

Hoy en día la economía global produce circulación de productos impensables hace menos de un siglo, pero causa estragos que afectan a los que no acceden a esos productos. Los que sufren los “daños colaterales” de este sistema global, según el recién desaparecido Zygmunt Bauman. Es decir, los mecanismos surgidos de la expresión del libre mercado, desbordado en la era global, le han quitado poder al llamado Estado nacional –aunque ese concepto merece una discusión singular-, y ello ha causado, desde la perspectiva del mismo sociólogo polaco, el surgimiento de ciudadanos cínicos y desconfiados, como lo afirma en su libro Estado de Crisis y signado junto a Carlo Bordoni. Y cuando se comprometen políticamente a través de la participación democrática, como es mediante un referéndum, el propio sistema económico mundial lo desconoce, y sino que se lo pregunten al gobierno griego.

Ahora bien, dicho esto, quiero resaltar una diferencia clara entre las reacciones populares vividas recientemente en México, a través de los saqueos, con lo ocurrido en los momentos que se estaba construyendo el  Estado moderno en Europa. Las hambrunas causadas por la escasez de productos básicos, en especial el trigo, o el aumento del precio del pan resultado de malas cosechas o su monopolización, solían acabar en protestas sociales, revueltas muchas veces sumamente violentas en su expresión y represión. Los asaltos a los silos de acaparadores como el rey o la nobleza eran comunes, así que los saqueos no resultan extraños en la historia, pero existen diferencias con los actuales, lógicas por la franja de tiempo transcurrido, pero también por otros motivos.

Hoy los asaltos no solo responden a la canasta básica, sino que van más allá y se dirigen a productos que han circulado gracias al libre comercio, los que significan el mayor aporte del mundo global, y las fotos son expresivas. El reclamo, por ende, trasciende al hambre, ya que no se observan saqueos en lugares donde existe la mayor pobreza del país, sino que se producen en las ciudades. Se puede decir que en las pequeñas localidades no hay nada que saquear, de acuerdo, pero lo buscado no son únicamente alimentos envasados sino aquellos que permiten una equiparación con consumidores más pudientes. El capitalismo de hiperconsumo, en palabras de Lipovetsky, facilita entender a estos ciudadanos saqueadores. Son consumidores que no desean quedarse atrás en esa posibilidad que los iguala, en una sociedad nada igualitaria.

No sabemos qué deparará el futuro, pero nada indica cambios radicales a la hora de solventar la producción de energía en el país, y tampoco en esa condición de ciudadanos, alejados cada vez más de sus posibilidades de gastar. Lo evidente, visto lo visto en los últimos días, es que muchos de los actores sociales en las calles, dispuestos a intervenir, protestan en busca de una equiparación en el consumo. Reto para la reflexión y, también, a la hora de definir la condición del ciudadano actual.

 

 

 

 

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