La mafia del poder

La mafia del poder

Juan Pablo Zebadúa Carbonell

Existe en el ambiente poselectoral de mucha gente una especie de desasosiego, de desánimo y de coraje con los resultados, sobre todo los del Estado de México. No es para menos, el terrible dinosaurio sigue ahí, agonizando, pero todavía pataleando. Pareciera que, hágase lo que se tenga que hacer, no basta para derrotar a este lastre de corrupción e impunidad que se llama PRI.

Este estado de ánimo puede leerse desde dos posiciones: la primera es que, contra las apresuradas y nerviosas muestras de júbilo de los priistas, contrasta el hecho de que un partido, Morena, hasta hace poco desconocido en muchas partes del país, casi le arrebata el triunfo en la mismísima guarida de la dinastía política de más prosapia en el país, a manos de una profesora sin más experiencia que su propia red personal y sin el vasto dinero que por parte del PRI corrió obscenamente y en perturbadoras cantidades. También, tenemos ante nosotros el campo abierto y sin ocultamientos para las presidenciales del próximo año, donde el ahora más temido Andrés Manuel López Obrador se posiciona como el rival a vencer por los priistas. En el Estado de México, el PRI gana perdiendo y viceversa.

La segunda es que está más que claro contra quien se enfrenta cuando del PRI se trata. No es tan solo el partido, sino todo un “sistema” dijera el politólogo Luis Javier Garrido; es la “maquinaria”, como ya dicen muchos expertos hoy día. La bestia política que se niega a morir, y en la que toda la institucionalidad está cruzada por una serie de lenguajes que se explican desde la nula aplicación de la legalidad. Es la mafia del poder. Contra eso se compite en las elecciones.

Mucho se ha dicho de esta frase que representa, en mucho, el discurso de Andrés Manuel López Obrador. Incluso, la prensa y muchos analistas critican su repetición, constante y en forma de letanía, a propósito del grupo en el poder y en general de la vida política nacional. Ante la insistencia de tal afirmación surge la descalificación inmediata, como si no fuese una realidad lo que, constantemente, en cada generación de votantes, y ante la vista de todo el mundo, se percibe cada vez más el secuestro del país con toda la carga de cinismo y de impunidad. ¿Descabellado? Quizá no, solo basta ver las elecciones del Estado de México para ver que, por enésima vez, el “sistema” despliega todos sus tentáculos y los dispone al servicio del fraude y la delincuencia electoral.

Según la definición clásica, “la mafia” es un grupo de gente organizada al servicio del delito, y utiliza la fuerza para tener el máximo de ganancias al margen de la ley. Ganancia fácil porque no pasa por los filtros legales que, se supone, deben de tener todas estas actividades. Otra característica es que, bajo esa necesidad, la mafia copta lo que sea con tal de salirse con la suya. Cooptar, se entiende, es todo aquello que vale para ganar cosas, por la buena o por la mala.

Pero la más elocuente de todos los códigos de honor de la mafia es la lealtad y el silencio, cuando se requiere. En las películas hemos visto que las familias no se tocan en los intereses mafiosos. Una lealtad que no es ficción cuando se trata del poder en México. ¿O no acaso karime Macías, la esposa del inefable Javier Duarte no está en la ciudad más cara del planeta disfrutando de lo que se robó, prácticamente confesado por ella misma? ¿Por qué el presidente de México va a Guatemala, donde está Duarte, en “visita de Estado” justo en el momento que necesita toda la credibilidad posible para validar el nuevo fraude electoral? ¿Por qué devolvieron el dinero y propiedades –y como pilón una generosa disculpa “de Estado”- al hermano de Carlos Salinas?

El sistema trabaja a toda velocidad cuando se trata de echar andar el código de honor: todos estamos metidos hasta el cuello. Jueces, prensa, televisoras, partidos políticos de “oposición”, educación pública y privada, árbitros electorales, todo el mundo. La lealtad de la ilegalidad. Por eso se rasgan las vestiduras cuando de “dictaduras” ajenas se trata y al escándalo sin proporción de delitos cometidos por el Estado (como el caso de Venezuela), mientras el recorte de las becas para estudiantes del CONACYT; en Chiapas los hospitales sin medicinas y el desempleo más alto de su historia en la entidad; el alza de gasolinas y de todos los productos básicos; el asesinato permanente de periodistas; los incesantes feminicidios en todo el país; las fosas comunes de miles de cuerpos y desaparecidos, sin saber quiénes son; el lugar de México en el mundo por la violencia, el segundo lugar después de Siria; las huidas anunciadas de exgobernadores pillados robando (todo) el dinero del pueblo; la ola de violencia, robos y delitos que campea por todo el país a partir de este sexenio; los miles de millones de pesos gastados en las elecciones pasadas, etc., son el pan nuestro de nuestra cotidianidad, pero minucias con tal de preservar los intereses más oscuros de una élite de delincuentes en el poder.

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