Rodrigo Núñez, aventuras y desventuras de un cronopio tuxtleco

Aquel hombre de caminar y hablar torpe en que se convirtió Rodrigo Núñez de León a los sesenta años, a raíz de tres derrames cerebrales, no permitía recordar al joven vital, culto, creativo, desenvuelto y rebelde que fue en los años setenta.

Con unos pasos cortitos y temblorosos recorría, hasta hace poco, las calles de Tuxtla. Se metía a los cafés, iba a las plazas comerciales, asistía a conferencias, participaba en presentaciones de libros y visitaba a sus amigos.

Era un hombre en lucha constante con su cuerpo. Por dentro era un revolucionario, un artista, un cronopio, un hablantín, un tejedor de metáforas que cuando trataba de materializarlas se le esfumaban, como se le esfumaron los pasos rápidos y su cuerpo ágil y alto de bailarín de rock and roll.

Cuando Rodrigo nació en 1951, su padre no había fundado todavía el periódico El Sol de Chiapas, un diario que se convirtió en un referente en los sesenta y los setenta. Pancho Núñez era apenas un reportero de deportes, amante de la lucha libre y del beisbol.

El Gitano, como fue conocido en el mundo político y periodístico, vino del Norte. Quizá de Caborca, quizá de Ensenada. Sobre sus orígenes él mismo se encargó de alimentar misterios, lo mismo que los motivos que lo trajeron al pueblo polvoriento que era Tuxtla en los cuarenta.

Pero aquí se quedó. Aquí se metió al periodismo. Aquí se hizo profesor. Aquí se casó y tuvo cuatro hijos. Aquí fundó un periódico. Aquí tuvo compadres y amigos. Aquí, también, se eternizó.

En el 51 alquiló una casa frente a Bombaná, la oficina que servía para administrar la energía eléctrica que provenía de la pequeña represa de igual nombre, y que por sí sola era capaz de alumbrar a dos mil hogares tuxtlecos.

En esa casa de la primera Norte y Tercera Oriente Rodrigo vivió sus primeros años. Después, cuando mejoró la situación económica, se trasladó con su familia a Jardines de Tuxtla, un fraccionamiento recién creado. Por esos años, de finales de los cincuenta, había apenas cuatro familias de avanzada que habían llegado para pelear su palmo de terreno con chaquistes y zancudos que proliferaban en el río Sabinal, el cual ya empezaba a ser cloaca de la ciudad.

El primer amigo que encontró, por razones de vecindad, fue a Ramiro Ordóñez, y después amplió su círculo con los hermanos Martínez Figueroa, con Armando, Óscar, Carlos, Pepe, Amadeo, Lauro y Delfino, con Miguel Ángel Meneses Maciel, Jorge Chulín Gordillo y Alfonso, hijo del periodista Gervasio Grajales. Entre todos, formaron una pandilla, un grupo de amigos, amantes de las bicicletas y de las excursiones. Los domingos se marchaban a Juan Crispín, a Berriozábal o a San Fernando.

Entre ellos, Rodrigo destacaba por su corpulencia, sus botas, sus pantalones de mezclilla y sus camisas vaqueras. La pasión por el rock and roll era un disfrute de todos ellos.

Delfino contagió su gusto por la música de Los Kinks, un grupo de rock y precursor del Heavy metal, y pintó en su viejo Packard un gato en llamas con la leyenda Hell Cat.

Era 1970. Era el reinado del lenguaje beat y de la contracultura que tomó a Tuxtla por sorpresa.

Rodrigo, troglodita, no podía estar inmune a tanta invitación de sonidos, de voces disidentes y de creaciones literarias que alumbraban por América Latina y llegaban a cuentagotas a Tuxtla. Se maravillló con Los pasos perdidos de Alejo Carpentier, pero si algo conmocionó y definió por siempre su vocación de editor, fue la deslumbrante factura de La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Cortázar, que no podría entenderse sin la composición tipográfica de Julio Silva.

De niño, por la labor periodística de su padre, había sentido inclinación por la tipografía. A los ocho años, cuando conoció a Ramiro Ordóñez, después de una cascarita de futbol, en lugar de hablar de juegos, habló sorprendido de la máquina de escribir portátil que acababa de comprar su padre. “Imagínate, le dijo, con esa máquina podrás escribir dónde sea, en el coche, en la escuela, en la playa”.

Para entonces, el cronopio tuxtleco estudiaba en la Escuela Primaria Tipo Camilo Pintado. La secundaria la cursó en la Adolfo López Mateos, que había sido apenas creada, y el bachillerato, en la Preparatoria del Estado.

A los 15 o 16 años, Rodrigo dejó a un lado el futbol y sus pasos de bailarín. Se asumió entonces como un intelectual que compartía mesa en el Café Queens o en el Bambú con los más conspicuos creadores chiapanecos.

Tenía tablas, conocimiento y discurso para hablar de teatro con Carlos Olmos y Roberto Culebro; de cine con Tony Santillán y Chú Castañón; de literatura con Jacobo Martínez y de pintura con Gonzalo Utrilla. A veces se aparecía en los cafés, si su tienda de ropa se lo permitía, Jaime Sabines, quien pese haber publicado Horal, era un escritor anónimo del sureste.

En 1970, Rodrigo dejó su mesa de café y se trasladó a la Ciudad de México, para estudiar Periodismo y comunicación colectiva en la UNAM. Ahí, por su facilidad de hacer amigos, volvió a crear un grupo de entusiastas seguidores de las artes. En ese grupo figuraba su hermana Kira, Florence Toussaint y Juan Romeo Roja. Convivió y se hizo amigo de sus maestros, de Fernando Benítez, Jacqueline Peschard, Raúl Cremoux, Miguel Ángel Granados Chapa y Julio del Río.

El Rodrigo leído pero provinciano se enfrentó a un mundo que lo asombró. Experimentó nuevas lecturas, nuevos sonidos y hasta nuevas formas de enfrentarse con la realidad mediante el consumo de mariguana y licores de todo tipo. Tampoco es que se haya convertido en un alcohólico y pasador de todas las drogas, como muchos han llegado a creer, por el estado tan frágil en que llegó a vivir sus últimos días.

No. Rodrigo era un consumidor mediano de alcoholes, que en muy pocas ocasiones se emborrachaba, y cuando lo hacía era capaz de aguantar la noche entera.

Tuvo algunos desfiguros. En un baile en un céntrico hotel tuxtleco se retó a golpes con un paisano. Enojado se quitó la camisa, los pantalones, y ya sin ropa interior, atravesó el parque. Sus padres, que pasaban por ahí lo llevaron a su casa. Fue, de alguna manera, el primer stripper tuxtleco.

En otra ocasión, con algunos alcoholes, se estampó con su coche en un vehículo propiedad del señor Ojeda, muy cerca de lo que hoy es el Parque de la Marimba.

Si algo tomaba era Coca Cola. En eso resultó un bebedor disciplinado y adictivo.

El agua le causaba repulsa. Incluso en sus días ya difíciles, en que debía estar dializado, convencía a las enfermeras para que le llevaran una Coca Cola bien fría. Era su momento de mayor placer.

Al concluir la carrera escribió artículos en El Sol de Chiapas, un periódico que de alguna manera despreciaba, por los lazos irremediables con el gobierno, en un Tuxtla sin otra opción de anunciantes que el Estado.

Para sobrevivir impartió clases en el CCH, en el Colegio de Bachilleres, y en sus ratos libres, se dedicaba a la fotografía.

A finales de los setenta, en una de esas vacaciones imperdibles a Chiapas, quedó atrapado por Tuxtla, por las reuniones con los amigos y la vida provinciana.

Pese haber estudiado Periodismo y comunicación colectiva, no se involucró en las tareas periodísticas de su padre; prefirió, por el contrario, dedicarse a la labor tipográfica. Fundó, con en ese propósito Rodrigo Núñez Editor y, en lugar de textos recientes, husmeó y rescató libros fundamentales para la memoria histórica chiapaneca. De su atractivo diseño y tipografía agradable surgieron La historia de la imprenta y del periodismo en Chiapas, de Fernando Castañón Gamboa; B.S. Tamila, de Rafael Arles; Crónica del volcán, de Jaime Sabines, y El sentimiento chiapaneco, de Jan de Vos.

Sus cualidades de editor no eran las mismas que en la comercialización de las obras. Además, en el Chiapas de finales de los setenta y principios de los ochenta, era muy difícil distribuir libros en volúmenes importantes. Sus ediciones se iban vendiendo a cuentagotas a través de Cuentolandia, de Arturo Ramos, y de su propia mano.

Ese modelo artesanal de distribución de sus libros no le permitía llevar una vida holgada ni cómoda. Apenas sobrevivía. Entre sus amigos destacaba Raúl Garduño, quien ante la falta de recursos reproducía sus poemas en mimeógrafo, y Reynaldo Velázquez, quien vivía de la venta también escuálida de sus pinturas.

La creación de la Universidad Autónoma de Chiapas brindó cobijo a Raúl Garduño, quien se desempeñó como director de Extensión, pero no a todos los intelectuales y creadores. Rodrigo Núñez de León se incorporó a la Universidad un poco tarde, a mediados de los noventa.

En los ochenta se casó con Gloria Zenteno, con quien procreó a Francisco. Después de tres o cuatro años de matrimonio, la pareja se separó. Se casó entonces con Francisca, con quien tuvo dos hijas. Tampoco este matrimonio duró mucho.

Apremiado por su salud, regresó a vivir con su madre, en la Quinta Chilla. Un derrame lo dejó un tiempo inmóvil pero se repuso casi sin secuelas. Después padeció otro que le dañó las piernas y el habla.

Rodrigo no dejó de ser un cronopio. Una persona desinteresada por las cosas materiales, desprendida y generosa que compartía sus hallazgos de su andar diario: libros, películas, discos.

Muchas fotografías que circulan de Jaime Sabines, de Raúl Garduño y de Tuxtla de los setenta y ochenta provienen de su mirada, y aunque vio reproducida sus imágenes de forma anónima en diferentes medios jamás reclamó su autoría.

Hace casi un año, el 25 de julio de 2016, Rodrigo, hijo del periodista Francisco Núñez y de Josefina de León, dejó de batallar con su cuerpo, se olvidó de esos pasitos lentos y tormentosos, y se marchó, quizá, al reino de los cronopios, porque de paraísos celestiales no esperaba nada.

5 Comentarios en “Rodrigo Núñez, aventuras y desventuras de un cronopio tuxtleco”

  1. Eduardo Alberto Vargas Domínguez.
    25 julio, 2017 at 21:26 #

    Me parece que Rodrigo sentía gran devoción por el escultor y grabador, chiapacorceño, Franco Lázaro Gómez Hernández. Creo que fue el primer editor que publicó una serie de grabados en un modesto folleto: «El Combate Naval de Chiapa de Corzo», por los años de los 80 del Siglo XX

  2. RAQUEL CERVANTES GÓMEZ
    24 julio, 2017 at 15:44 #

    CRONOPIO.BUSQUÉ SU SIGNIFICADO EN DOS DICCIONARIOS: EL PEQUEÑO LAROUSSE ILUSTRADO Y EL DICCIONARIO ILUSTRADO DE LA LENGUA-VOX, DE SPES EDITORIAL,S.L.PARCELONA ESPAÑA Y NO LO HALLÉ.

  3. Gloria D'Amico
    24 julio, 2017 at 14:35 #

    Tan apreciada Kyra, nadie que no fueras tú podría haber de esa forma, descifrado y vuelto a armar a ese ‘rompecabezas’ que formó a tu hermano, sí, al niño al que yo conocí tan hablanchín y lleno de alegría de vivir y relatarme por ejemplo, las labores para armar y cocinar un gran pescado con muchos mariscos de relleno que para una Navidad en la que yo cené en tu casa, delicioso, guisó tu mamá y que degustamos en aquél hogar que tú describes, la casa situada en frente a Bombaná… El mejor y adecuado nombre a Rodrigo es el de ese Cronopio que algún día Cortazar con su verde de esperanzas le pintó… Nadie pues, que tú no fueras, le habría recordado de esa forma… Sí, perdió dos que tres medios para una locomoción exacta, pero, no perdió su bella peculiaridad de poder expresarse y en encuentros, para mí de prontitud por los motivos varios de un vivir, primero tan lejana a Tuxtla y luego, con la rapidez de otros problemas que me hicieron un poco correr la vida… saludarnos y de nuevo ver al niño aquél que me hizo recordar etapas de una época de vividez …

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