Desde la tierra caliente a Los Altos


© Zona de regadío, flores y hortalizas. La Zacualpa, Sxbal de Las Casas, Chiapas (2017)

Tercera parte

Por la Zacualpa y San Cristóbal. Siguen la ruta con intrincadas vueltas a izquierda y derecha, aunque siempre hacia arriba. Atraviesan Pozo Colorado, dejan a la izquierda la localidad El Duraznal, y de pronto se abre ante sus ojos una maravilla, pues la carretera serpentea por entre extensas hortalizas y campos cultivados: flores, verduras, legumbres y vegetales en general; pilas y tanques de agua, bodegas y almacenes, bombas y rehiletes que irrigan el campo. Vida y producción agrícola a más no poder. Paran en cuanto la carretera permite una especie de mirador: un acotamiento escaso, desprovisto de muros o cerca protectora, pero ahí bajan y desde ahí el paisaje se observa divino.

En primer plano se extiende esta falda inclinada enorme, con casas aquí y allá; con decenas, quizá centenas de mangueras y caminos minúsculos, pequeñas camionetas a mitad de ellos, gente que va y viene, riega, desmonta, trasplanta, cosecha. Más allá, en segundo plano, se ven las localidades y montes por los que acaban de pasar. Después el anchuroso valle del Grijalva que se extiende hacia el Sur; hacia el Este, el rumbo de San Bartolomé y La Concordia; y hacia el Oeste la dirección de Acala, Chiapa y Tuxtla. Al fondo y a lo largo del horizonte, como si fuese una muralla infranqueable, se divisa la Sierra Madre, que de tan verde y lejana se confunde con el azul-celeste, el azul del cielo.

Avanzan algo más, aunque arriba llama su atención la venta en un recodo del camino: rejas repletas de granadillas ocre-amarillas expuestas al público; manzanas, duraznos y peras, pues ya están en la tierra fría. Se detienen, preguntan, compran, y de una vez despanzurran algunas granadas, para degustar el mucílago que corre entre sus semillas. Desafortunadamente, tan sólo para percatarse de un fraude: que estas no son las granadillas suaves, perfumadas, tradicionales e inveteradas de la tierra; las que de un mordisco abrían cuando pequeños, para luego sorber sus tripas dulces, sino un remedo asiático quizás: redondas, duras, cáscara gruesa y sin ningún aroma. Piensa Augusto que ojalá SAGARPA, el ministerio federal abocado al fomento y a la mejoría de la producción agrícola y pecuaria del país, tenga noticia de esto que en verdad les rebasa. Ojalá puedan frenar e incluso eliminar este despropósito genético terrible.

Pero continúan entre charcos, baches y topes; menudean de poco a poco, cabañas y en cierto modo casas provisionales, fabricadas con madera. Se espesa el bosque de robles y pinos, el suelo se vuelve amarillo, ocre e incluso rojo, desaparecen las encinas, y todo el bosque se vuelve de pinabetos y cipreses. Están, según deducen, sobre la zona de La Zacualpa, en las proximidades de la antigua carretera Tuxtla-San Cristóbal, muy cerca de la desviación de San José Bocomtenelté, estribaciones del cerro Huitepec. Aunque ¡Oh sorpresa!, junto a una gasolinería improvisada —tienda, café, elotes hervidos y desayunos instantáneos, todo junto— pasan por encima del último puente carretero de la moderna autopista que viene de Tuxtla. Preguntan y les esponden que sí, que efectivamente el camino continúa hacia San José, “pero ahora el camino a San Cristóbal es más cerca por este lado”.

Antiguamente, confía Augusto, incluso antes de la existencia de la Carretera Panamericana, años 50 y anteriores del siglo pasado, el camino de herradura, de bestias y viandantes que venía de Acala y comunicaba todos los pueblos mencionados, a fuerzas tocaba el punto de San José y se dirigía a San Felipe Ecatepec, hacia el Suroeste de San Cristóbal. El camino concluía finalmente en el centro de la ciudad. Cuenta también que algún día el buen Manuel Grajales, le dijo que sus abuelos paternos, comerciantes precisamente, por la década de los treinta, partían de Acala e iban a Chiapilla y El Zapotal, para llegar a San Cristóbal. Que regularmente contrataban a cargadores de los pueblos indios de la región, para traficar sus mercaderías; ir y venir entre estos pueblos, aunque en ocasiones todo esto se hacía a lomo de mulas y burros.

Pero en fin, ya bordean la antigua olla de Hueizacatlán por el Libramiento Sur, justo donde los sumideros naturales referidos, el inicio del socavón artificial que evita las inundaciones, hoy La Pradera, sección urbana. Cruzan el barrio de María Auxiliadora, la antigua zona de aserraderos junto a la montaña. Punto en donde Clara y Augusto, siendo aún chavales, a principios de los años ochenta —ella bien que lo recuerda, lúcida y afectivamente—, entrenan la puntería con un par de pistolas que bien resuenan en su memoria: calibre .22, una, y nueve milímetros otra, ambas Pietro Beretta.

 

De Rancho Nuevo hasta Comitán.

Continúan ahora hacia Comitán, aunque pordios nada qué ver desde el horizonte de la carretera, salvo los bosques y antiguos paseos de Rancho Nuevo y sus grutas, hoy totalmente secuestrados-amurallados por este descomunal cuartel militar. O el inmenso continuum urbano en que se convirtieron los excelsos bosques de pino-encino, y en especial los cipresales que se extendían desde los montes altos de Betania, hasta casi llegar a Teopisca. Por la carretera se veía el portal de la antigua finca Belem, a la izquierda, hoy todo irreconocible, ante la ignorancia, estulticia y abusivez de los gobiernos y de la propia gente.

Atraviesan Teopisca, a donde tan sólo se detienen por los “encarguitos” consabidos: tostadas de sal y de manteca, cecina de res, longaniza y butifarras, palmito en conserva, turrones y trozos de panela aderezados con nueces, cacahuates y semillas de calabaza.

Clara mete el desorden y apuesta… ¡Doble contra sencillo! ¡A que el tramo de aquí a Comitán sigue igual y sin eliminar los topes de la gente, al contrario de lo que afirman las autoridades! Avanzan y sí, efectivamente, ella adivina: aunque a la carretera, recién han añadido acotamientos decentes, desde algo más allá de Amatenango del Valle, los topes siguen insufribles; más o menos a cada cuatro kilómetros. No se explican cómo diablos hacen los comitecos para soportar tanta ignominia, con tantos funcionarios y políticos que produce esa tierra, o bien, con tan buenas relaciones que tienen los cositías con el mundo del gobierno y la política.

Retroalimentación porfas. cruzcoutino@gmail.com

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