¿Porque nos solidarizamos?

Juan Pablo Zebadúa Carbonell

La solidaridad no es un valor intrínseco a las personas. Como un bien cultural, se adquiere, se transmite, según los entornos donde está la posibilidad de desarrollarse. Así como el egoísmo (antagónico del ser solidario) no se da por genética, esta adhesión a las mejores causas comunitarias (el estar en comunión con el grupo de donde es uno), es aprendida, pensada y construida. Pero también es extraña por donde se le mire.

 

A un mes de los temblores que cimbraron nuestros cimientos emocionales, lo que ha sido un hecho de gran admiración es la salida a las calles y a los pueblos afectados de la gente común con todos los deseos de ayudar a los más necesitados. La ayuda ha fluido de forma sobresaliente, la gente sigue apoyando sin cesar. Parece que hay una necesidad de formar parte de “algo”, de esa forma de solidaridad que vuelve a emerger ante nuestros ojos. Sin embargo, lo que causa extrañeza es justamente su antípoda, porque pareciera que ya estamos acostumbrados a no ser una sociedad de ayuda, por lo menos en la actualidad. Si nos sorprende emocionalmente las increíbles muestras de apego comunitario que hemos visto en los medios de comunicación, tweets, fotografías, etc., en los últimos días, es que quizá ya habíamos perdido ese sentimiento. Por eso nos exalta ver a los/as jóvenes dando muestras de dignidad porque pensamos que eso ya estaba extraviado en los baúles de la nostalgia ciudadanía.

Avalado por la ola de violencia y de corrupción que campea en el país desde hace años, lo que pensábamos que era la solidaridad, se había esfumado pavorosamente y habíamos dado por sentado que quizá teníamos una vena de malevolencia en nuestros interiores al contemplar, impávidos, el avasallamiento de nuestro presente y futuro. Ahora se demuestra lo contrario. No obstante que el lado obscuro, el Dart Vader de las cosas, la maldad personificada de nuestra vida cotidiana, se haga presente aún en las situaciones límite que hemos vivido a raíz de lo terremotos, como  lo fue el atraco a un autobús y violación a una joven que iban a donar víveres, lo cual nos recuerda los miserables que podemos ser pero, al mismo tiempo, también seres con luminosidad propia. La propia contradicción de la vida.

 

Lo positivo de todo esto es que, ante tal panorama, la gente ha encontrado un responsable de la pérdida -y ahora recuperación- de esa parte que también somos como mexicanos, y son esos profundos sentimientos de hacer sentir y hacer la generosidad sin límites. Tal responsabilidad recae en la política convencional, encarnada en los partidos. Con toda la razón del mundo, la sociedad entera repudia cada acto, cada gesto de los/las políticos que de frente a la tragedia no supieron ni siquiera acongojarse por los fallecidos. Inoperantes y corruptos, además muertos de miedo mediático, tuvieron que “ceder” parte de sus dineros desbordados por la ola de indignación que todavía prevalece en el país. En la percepción de la gente, si hay algo que da cuenta de la perversidad de una profesión, hoy día, es la de ser político.

 

Basta escuchar lo increíbles que pueden ser los discursos de estos personajes por estar, literalmente, fuera de la realidad y de los sentidos más elementales del servicio hacia y por la gente. Lo vomitivo de sus gestos y de sus actos, permite observar exactamente lo que se tiene que desechar de una vez por todas en la vida publica de nuestro país.

 

Ante esto es que debe enfrentar la solidaridad, como un valor que apega lo mejor de nosotros mismos y deja de lado las formas mas execrables de nuestra sociedad. Si ha habido nulidad de los buenos valores a golpe de violencia y corrupción, se exige que la bondad salga a flote. Ya decían por ahí que somos más y mejores ¿Alcanzará para desviar por mejores sendas a nuestro país? Es la gran apuesta

 

 

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