37B

Pintura de Vincent Van Gogh

 

Una mañana percibí algo diferente en la calle donde suelo transitar camino a casa, un vacío, algo había cambiado, volteé la vista y me fijé en la puerta de color negro, ésa que corresponde a la casa sin repello, de  donde solía salir un vecino con su andadera.

Noté también un cambio físico, el hueco que tenía alrededor de la pared junto a la puerta ya estaba cubierto. La puerta estaba perfectamente cerrada y el ambiente comunicaba que el vecino de la andadera ya no estaba más ahí… me dio una triste sensación…  que ya no lo vería más. En días posteriores no volví a ver su silueta caminando, sólo gente que no había asomado antes, que hacía arreglos en la casa, ésa que por varios años sólo albergó al vecino, en cuyo exterior decía con un letrero rústico Propiedad privada ahora tiene un número, 37 B.

Evoco esta historia porque quizá es la de muchas personas en nuestros barrios, colonias, fraccionamientos, ciudades, la historia de personas adultas mayores que viven solas, en condiciones precarias de salud, alimentación, higiene y que quedan en el olvido de sus familiares, amistades, vecinos, de la sociedad. Nunca supe el nombre del vecino, no se me ocurrió preguntarle, en el continuo andar agitado que luego envuelve la cotidianidad. Sin embargo, guardo en mi mente y corazón gratos recuerdos… lo llamo el vecino de la andadera.

Mi vecino, un señor respetuoso, de edad mayor quizá más de 70 años, vivía solo, siempre iba ataviado con su camisola que en algún tiempo fue color beige,  luida por el desgaste y decorada con las manchas por su constante uso. En ocasiones portaba un sombrero de palma. Su caminar era lento, eso sí muy seguro, sin detenerse. Le admiraba cada vez que lo veía salir, iba avanzando a su paso pero sin dar marcha atrás, no importaba si el sol era inclemente o si era un día lluvioso, si llovía portaba su impermeable amarillo. Atravesaba con su andadera muchas de las calles en el centro de San Cristóbal… su andadera era peculiar, una adaptación con rueditas, otras veces se ayudaba con una silla de ruedas que solía dejar amarrada en un poste frente a su casa. Siempre me dije – qué confiado es, ahí deja su silla, a la intemperie-.

Las ocasiones que intercambié saludos con él siempre fue sonriente, debo compartir que  algunas veces observé un dejo de tristeza en su mirada, cansancio y hasta como si se perdiera en su mundo; solía sentarse con dificultad en la banqueta para tomar el sol en las mañanas frías. Siempre agradeció cuando le compartí algún alimento.

Una de las últimas ocasiones en que lo saludé fue cuando le ayudé a meter su silla de ruedas al interior de su vivienda, él no podía cargarla, era demasiado peso para una persona mayor. Quizá por eso la dejaba afuera de su casa. Me ofrecí a apoyarle, apenas la aguantaba, sentí que el peso me dominaba, cuando ingresé a su vivienda me percaté de la precariedad en que vivía. Me agradeció la ayuda y nos despedimos.

Siempre evocaré con un grato recuerdo esa silueta que solía caminar  por la mañana o tarde, empujando su andadera, que no se dejaba vencer y salía cotidianamente, nunca supe si a buscar el pan de cada día, o para dejar a un lado esa soledad que era su compañera y se asomaba en su mirada…

Un comentario en “37B”

  1. Julio Medina
    13 noviembre, 2017 at 9:00 #

    Ciclo de vida que se cumple irremediablemente, nacer, crecer, reproducirse y al final morir,

    En la mayoría de los casos, somos acompañados hasta el final de nuestros días, seres de luz que nos ilumina el camino, camino que se convierte al pasar el tiempo en difícil vereda para los pies cansados, sin embargo, nuestros seres de luz, seres amados está ahí, escondidos en algún rincón…

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