El bullyng

De nueva cuenta, el presidente Peña acusó de pasarnos de lanzas cuando criticamos a las instituciones gubernamentales por no cumplir con su obligación de frente a la violencia. Hacemos bullyng, dice. Montoneamos al gobierno sin que nos detengamos a ver los grados de nuestra responsabilidad que, como sociedad civil que somos, según en la óptica del mandatario, debemos de tener en el mismo tono democrático que él piensa que vivimos.

El nuevo desatino no hace sino ver el mundo paralelo que vive la clase política con relación a sus deberes constitucionales. Por increíble que parezca, la mata sigue dando de sí en cuanto la infamia con que se dicen los discursos, pero lo peor es que los/as políticos siguen creyendo que les creemos; que por sí solos, las toneladas de sin sentidos que sin cesar nos dejan caer, formar parte de una normalidad que solo ellos y su escaso bagaje neuronal creen.

Narnia es una historia de novela donde los jóvenes protagonistas viven una realidad distinta a la suya al traspasar una puerta que les lleva a un universo paralelo. Ahí son reyes y reinas y viven aventuras épicas que se acaban cuando por casualidad se topan de nuevo con la misteriosa puerta y regresan al mundo normal, entonces el chiste es buscar y toparse siempre con el umbral.

Los políticos viven así. El mundo paralelo que se han creado tiene que ver con un paìs de fantasía donde todo va bien y son ellos quienes lo han logrado. Eso sí, con mucho dinero y el glamur que otorga ser de una clase privilegiada, corrupta e impune. Es el negocio de sus vidas, su negocio. Haces que sirves a “la ciudadanía” y te robas todo lo que puedes, encima nadie te hace nada porque todos hacen los mismo y punto. End of history. Por eso, el incesante revoloteo, cual zopilotes, al presupuesto millonario para el próximo año electoral. ¿Vocación de servicio? Bien, gracias. ¿Democracia y ciudadanía? Nunca en la vida.

Por eso, Don Enrique Peña Nieto se vuelve a equivocar. Al echarnos la responsabilidad de algo que el Estado y su administrador, él mismo, deben hacer en cualquier contexto, en cualquier situación y en distintas modalidades del servicio público, lo vuelve a poner de bajada en su autopista de alta velocidad de su imparable impopularidad.

Y mientras mencionaba eso, casi al acabar de decirlo se topó de frente con el fin de semana más sangriento de lo que va su sexenio y, quizá, de los últimos 30 años. La violencia imparable ya no es propia de una región; se ha desatado, como epidemia, a lo largo y ancho de todo el país. Las escalofriantes y frías cifras revelan que el 70 por ciento de los mexicanos se siente inseguro, hasta en su propia casa. Esto nos dice lo evidente: no hay gobierno, ni rumbo, ni ley. Parece que los encargados del changarro, al ver inminente el fin (de sexenio), agarraron sus cosas y se largaron.

En Chiapas, en la “ciudad más segura” del sureste, Tuxtla, en muchísimas colonias hay letreros de vecinos organizados haciendo de policías: “si te agarramos te linchamos”, “aquí es la ley del pueblo”. Ciudadanos indignados, sin deberla ni temerla, hacen lo para eso pagamos bastante dinero de los impuestos a un gobierno que, a su vez, debe de distribur esos recursos a una policía que es invisible. ¿Y el Estado? No hay. ¿La ley? Nadie la conoce. No hay gobernante.

En el poblado de Berriozábal, un anochecer de hace un semana trajo seis cuerpos ajusticiados que se suman a otros más de hace un mes; al día siguiente hay un robo a un negocio. Como de pelicula, casi enfrente de unos policias estatales que llegaron a ver la “gravedad del asunto”. Impunidad, no hay justicia a kilómetros a la redonda.

Pero no para ahí:  la violencia, esa sí, ya es democrática. Ahora le tocó el turno a la élite, al caer asesinado un alto ejecutivo de Televisa, en el Estado de México, antiguo feudo del actual presidente. Solo este puente hubo bolsas con cuerpos en Veracruz; 18 ejecuciones en Baja California Sur, entre ellas el ombudsman del estado, 18 en Nayarit, 3 en Cancún, 3 en Acapulco, 3 en Zacatecas. Lo que la gente piensa es lo mismo: a nadie le aplicarán la ley. Los malos se salen con la suya mientras en medio estamos todos los ciudadanos.

Pero eso, con la cuota excesiva de víctimas, es lo que apenas cambió del estado de cosas siempre violento en el que ya estamos cotidianamente. Vivimos en un país que amanece con una violencia de impacto, pero también con otra, la soterrada, la institucional. Ahora pagamos la luz y vemos que nos la suben cada mes; el gas, hace un año pagaba la mitad de lo que hoy, y sigue subiendo. Y mientras uno va a cualquier supermercado y observamos como re-etiquetan todo, con nuevos y elevados precios, y con la amenaza de nuevas alzas en la gasolina para el próximo año, nos quedamos pensando en las promesas de las afamadas “reformas estructurales” que, según el mundo de Narnia de Peña Nieto, iban a bajar costos y elevar la calidad de vida.

Pero hacemos bullyng, nos dicen. Malgradecidos que somos. Había una pelicula de los setenta llamada Cuando el destino nos alcance. Esa es la zozobra que tenemos. Esperamos el día aciago en que la violencia nos tunda individualmente y no nos quedará más que lamentar nuestra suerte de estar en un país donde campea, como Narnia, un poderoso imperio, pero el de la ilegalidad.

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