Nosotros y el caballo ciego

Era un hombre que en la Revolución había perdido casi todo. Había perdido a su mujer y a sus hijos. Había perdido su rancho. Solo había salvado un caballo flaco y ciego, que puso en venta para marcharse del lugar. Pero nadie quería saber nada de ese caballo. Un caporal, después de escuchar las alabanzas del dueño, lo cabalgó. Y el caballo caminó y corrió con los ojos del alma. Al final, sin embargo, se estrelló con una barda. “Mire”, le reclamó el caporal, “este caballo está ciego, ya no ve”.

—¡Qué ciego va a estar!, respondió el hombre, “lo que pasa es que a ese caballo ya todo le importa una chingada”.

Así estamos, como esta anécdota que no escribió, pero que sí contó varias veces, con frases calmadas y largos silencios, el maestro Juan Rulfo.

Somos ese caballo ciego y desesperado. Deseábamos que llegara la democracia y el desarrollo, y regresó el peor PRI de la historia. Un PRI que se ha apropiado de las instituciones y con ellas gana elecciones y protege a políticos corruptos y expropiadores del erario.

Por todo el país se multiplican esos políticos tremendamente irresponsables y derrochadores. Son así porque se los permite el sistema que recibieron en herencia. Solo en raras ocasiones, cuando se combinan múltiples factores, como en el caso de Javier Duarte, pisan la cárcel, y hasta eso, por poco tiempo. Sus fortunas siguen intactas. 

La mayoría ni siquiera tienen esas preocupaciones. Con las fortunas acumuladas financian campañas, se vuelven indispensables, estrategas, gurús, como lo hace Carlos Salinas de Gortari, cerebro del actual sexenio, o Juan Sabines Guerrero, cónsul de oprobio.

Incluso figuras pequeñas y medianas de la política, simples diputados locales o presidentes municipales, encuentran una veta casi infinita para convertir las relaciones y la influencia política en riqueza extraordinaria.

No se vislumbra que se aproxime un futuro mejor, porque en todos los partidos políticos proliferan los oportunistas, los saqueadores y derrochadores.

Chiapas padece las consecuencias, con ese primer lugar en pobreza, en analfabetismo y desarrollo humano. Tiene razón Javier Cercas cuando dice que no es que “seamos pobres, lo que pasa es que somos demasiado estúpidos”.

No tenemos remedio. Seguiremos votando por quienes nos dejarán en cueros y a la mitad de la calle. Para eso ha servido nuestra democracia: para ser más estúpidos y más pobres.

Cuarenta y dos municipios (29 por ciento), según Coneval, presentan una pobreza de más del 90 por ciento de sus habitantes. Esas cifras, en lugar de disminuir han aumentado. En Aldama, San Juan Cancuc, Chilchihuitán, San Andrés Duraznal, Santiago El Pinar, Sitalá, Larráinzar, Chanal y Pantelhó, casi el cien por ciento de sus habitantes son pobres.

Es un fracaso del sistema económico y del sistema político, que precisamente se alimentan y existen gracias a los más pobres.

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