Definición de reunión

Me gusta la palabra “reunión”, porque es una y convoca a la multitud, un poco como si fuera la multiplicación de los panes lingüísticos.  Digamos, sólo como juego, que es lo contrario de la palabra “individual”, palabra que no acepta la idea de rebaño. No hay en toda la Tierra alguien que diga que está en una reunión si permanece solo. Y sin embargo, los sabios nos enseñan que nacemos solos y morimos solos; es decir, en esencia, esto de la vida es una cosa que sólo compete a uno y a nadie más.

Pero, bueno, esto de la individualidad sólo se da en los extremos, porque ¿qué pasa en todo el decurso de la vida? Parece que la desperdiciamos en reuniones y digo que la desperdiciamos porque si bien, los mismos sabios, nos explican que los seres humanos somos gregarios por naturaleza, ya vimos que la condición más pura es la individualidad, la vida alejada de grupos, alejada de reuniones.

Emma Godoy decía que uno de los grandes tropiezos de la religión católica fue la introducción de elementos novedosos en el protocolo evangélico, elementos que evitaron la cercanía con Dios. Las multitudes dispersaron la atención y fraccionaron el puente que comunicaba con la divinidad. Las reuniones de fieles, que se llaman misas, no acercan a la parcela de Dios. ¿Quién puede tener cercanía con la superioridad si está pendiente del vestido que lleva fulanita?

¡Ah!, pero la realidad nos mete de lleno a la reunión: Nos la pasamos en reuniones que imponen los protocolos. Apenas nacemos y los papás ya están convocando a la primera reunión: “la apuntada del chiquitío”, y luego la reunión del bautizo y así nos vamos hasta el infinito.

¿Se necesita un proyecto que termine con la pobreza en México? ¡Realicemos mil reuniones!

La sociedad exige que los seres humanos aprendamos los códigos de reunión, códigos que son un muestrario de hipocresías, pero que, en el propio catálogo de las buenas costumbres, llamamos diplomacia.

Cuando estamos en una reunión dejamos de ser nosotros, dejamos botada nuestra individualidad para adoptar códigos de urbanismo o lo contrario. Porque, habrá que decirlo, hay reuniones pacíficas y reuniones que tienen como prioridad lo contrario: ser violentas para conseguir sus objetivos, porque no hay reunión que no persiga intereses de grupo que, viéndolo bien, sirven a intereses particulares. De esto hay muchos ejemplos en la historia reciente de Chiapas.

No participo en reuniones, las aborrezco, pero sí acepto que la palabra me gusta mucho, porque siendo sólo una convoca multitudes. Cuando alguien la pronuncia tiene el poder, como el flautista de Hamelin, de hacer que los ratones se agrupen y participen de la misma idea.

Basta que alguien proponga: “Hagamos una reunión”, para que decenas o cientos de  personas, como ovejitas,  se agrupen y digan que sí, ¡que se haga la reunión!

Me encanta el tono de Isela cuando alguien le pregunta en dónde está Mario, su prometido, y ella, como si cortara un mango de un árbol chaparro, dice: “Está en una reunión de ombligos”. Hemos llegado a tal grado que hasta los ombligos los hemos vuelto gregarios. ¿Qué pensarían Eva y Adán de esto último?

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