La saga de los Vikingos

México es el segundo país que más afición tiene en la National Football Ligue (NFL) de futbol americano, después de Estados Unidos. Supera a Canadá y a Europa y se convierte en un escaparate importantísimo de este deporte por lo que, ahora mismo, en los famosos play offs (que son como las semifinales) mucha gente estamos pendientes de lo que sucede hasta llegar al cenit de la temporada: el superbowl, el evento deportivo de un solo juego más visto del año.

 

Quería posponer esta entrega porque aún están en ciernes los desenlaces de los juegos, y hubiera querido explayarme más bien en el significado del fútbol americano en los discursos generacionales del deporte nacional. Pero no, resulta que uno de los favoritos son los Vikingos de Minnesota y eso me atañe personalmente.

 

Cuando niños, mis hermanos y yo veíamos con cierta resignación al canal del Estado, lo que después se convertiría en Imevisión y ahora TVAzteca. Conformismo porque no teníamos mucho acceso a los canales de Televisa y nos perdíamos de la programación habitual para niños. Sin embargo, veíamos el futbol americano como si de eso dependiera la viabilidad de un pacto secreto con un mundo extraño, diferente, gringo, más allá de las caricaturas, que al principio no entendíamos nada pero que, poco a poco, nos dimos a la tarea de observarlo con detenimiento hasta apreciarlo como un gigantesco ajedrez donde la estampa de eso que llaman suerte no cabía, sino daba cancha a la presencia de la Razón como la vertebra más importante de un juego de guerra por territorio a partir de la inteligencia.

 

Estimamos los grandes héroes de este deporte y logramos aprenderlo hasta jugarlo y desplegarlo en las calles lodosas y sin pavimentar de nuestro barrio. El tochito fue nuestra Víbora de la Mar. Las raspaduras y golpes de nuestro cuerpo, nuestra seña de identidad, y como buen trofeo ganado en el campo de batalla, los lucíamos cual guerreros medievales.

 

Mis hermanos y yo nunca fuimos aficionados a los Vaqueros de Dallas, el equipo mediático por excelencia, pero reconocimos su valía mercadotécnica para que el futbol americano fuese un deporte cada vez más de culto, con sus fans como una especie de grupo medio extraviado dedicado al análisis kantiano de las tacleadas. O al menos así lo quisimos creer, de frente siempre al panbol, o el futbol soccer, el que sigue siendo el juego más popular del país.

 

Una vez, en el superbowl XI, jugaban los Raiders de Oakland contra un equipo comandado por un “chaparrito” de 1.83 de apellido armenio. Se escabullía cada vez que la defensa lo perseguía y siempre lanzaba un pase preciso a un receptor que, solitario por ahí, hacía eco a la angustia estratégica del mariscal de campo. Ese tipo, número 10, era Fran Tarkenton y era quien guiaba a los Vikingos de Minnesota.

 

Quedé impresionado por esa habilidad de ese quarteback atípico, no tan güero, con el folklor de un nombre que no era tan yanqui, y que en sí mismo, Fran Tarkenton no representaba totalmente a la cultura estadounidense. De ahí me cayó bien. Después, la aplanadora defensiva que tenían, la mítica Purple People Eaters  (“los devoradores de hombres púrpura”), quedó para siempre como una de las mejores de su época, y finalmente pero-no-menos-importante, el color de su uniforme. No se si el púrpura me gustaba antes o después de los Vikingos, o quizá por eso me gustó la mega banda de Deep Purple o eso hizo la querencia por el equipo. Un misterio que algún día tendré que resolver, digo yo.

 

La urgencia de este texto y por este tema que de seguro a nadie le importará, es que los Vikingos de Minnesota tienen el dudoso honor, junto a los Bills de Buffalo,  de haber llegado cuatro veces al superbowl y no ganar ninguno. Ahora, después de 20 años de aquella memorable temporada de 1998 (15 juegos ganados y solo un perdido en la temporada regular), puede que lleguen al máximo juego y ganarlo. Pero si las estadísticas no nos favorecen, al menos las runas y la magia de Odín digan que sí. En eso si es consistente la cábala, en creer que una magia está por encima de una realidad y toda la pasión y emoción se vuelca a un símbolo.

 

No conozco a muchos fans de los Vikingos (solo dos). Pero así de pequeños mediáticos que somos, también podemos comprender que la saga vikinga puede tenga un buen final. Un día, Ragnar Lothbrok vio al occidente y decidió navegar hacia allá. Se encontró un mundo que cambio el suyo y, cientos de años después, también el nuestro. Aventura y épica de alguien que creyó. Así de fuerte son los imaginarios y, desde luego, en el deporte y en la contienda física es donde más se activan. Skol.

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