Velasco, crisis sucesoria

Manuel Velasco y Peña Nieto. Foto obtenida de Facebook

“Lo que mal empieza, mal acaba”. Este dicho popular ilustra muy bien lo que le está pasando a la administración de Manuel Velasco Coello en el último año de gobierno bajo las siglas del Partido Verde Ecologista de México (PVEM). Inició su gestión sin poder y la está concluyendo de igual forma. En el 2012 no tuvo la elemental autoridad para elegir a su equipo de colaboradores, porque su antecesor Juan Sabines le dejó un gabinete impuesto; y ahora tampoco tiene el control de su sucesión.

En el ámbito donde se suponía tenía su mayor fortaleza, el de las relaciones políticas de alto nivel, erró su estrategia. Extravió la brújula en el tablero político nacional y respaldó al hombre equivocado, Miguel Ángel Osorio Chong. En esa lógica, obstaculizó en Chiapas la reforma educativa encabezada por otro presidenciable, Aurelio Nuño, y con ello contrarió la voluntad gubernamental de Enrique Peña Nieto, aferrado a las reformas estructurales.

Manuel Velasco también ofendió a su gran aliado, el Partido Revolucionario Institucional, el que en realidad lo llevó a la gubernatura. Ensoberbecido por su pequeña parcela de poder, en la víspera de las elecciones del 2015 confrontó en tierras chiapanecas al entonces dirigente nacional tricolor, César Camacho Quiroz, quien vino a respaldar a los priistas y a pedir respeto del PVEM. A través de Eduardo Ramírez Aguilar, secretario de Gobierno pero también en funciones de dirigente estatal del Verde, le respondió que “el respeto se gana”.

En la coyuntura de la sucesión presidencial, estas equivocaciones han cobrado un mayor peso. Nuño es hoy el coordinador de la campaña del virtual candidato del PRI, José Antonio Meade y el poderío político del Verde en el estado es relativo por la errática administración de Velasco.

Con la renuncia al partido de 14 diputados locales, del mismo Ramírez a la dirigencia estatal del Verde y probablemente de decenas de presidentes municipales, el gobernador chiapaneco desafió un acuerdo político de la dirigencia nacional del PVEM con el presidente Peña. Lo que hoy llaman “imposición”, en el 2012 cuando les benefició lo llamaron pacto, coalición.

Hace seis años, cuando los priistas supieron que el candidato del Verde encabezaría la alianza, externaron su desacuerdo, pero se disciplinaron. Ahora Velasco, escudado en su aportación de votos en las elecciones intermedias del 2015 –ganó las 12 diputaciones federales–, desconoció la lógica de esa negociación política cupular.

Al final de su administración, el gobernador chiapaneco se creyó con el suficiente poder para designar a su libre albedrío a su sucesor, pensó que era ya jugador de grandes ligas, que ya influía en la política nacional. Sin embargo, parece ser que se le olvidó que sólo ha sido un peón de los verdaderos dueños del ajedrez político del país. Y como tal, es una pieza sacrificable.

No se sabe todavía hasta dónde llevará la “rebeldía” Velasco, pero si profundiza el desafío al poder central, su mandato puede terminar peor de lo que ya estamos viendo. En materia de corrupción, el gobierno federal tiene mucha tela de donde cortar.

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