El Día del Amor y los peluches

Necesariamente, conforme pasa el tiempo uno tiene que toparse en las formas más ocultas de querer o amar a una persona. No porque sea exactamente eso, subterráneo y obscuro, sino porque en la actualidad cada vez es más complejo dar y recibir cariños y afectos. Y no quiero decir lo obvio, eso de lo pasado ha sido mejor y lo de hoy es una caricatura de aquel candor romántico por el cual rubricamos al amor, no. Pero sí es cierto que el 14 de febrero, o el Día del Amor (y la Amistad, un arrogante apellido para generalizar una fecha en donde, ahora así, todo el mundo tendríamos algo que celebrar, porque todos tenemos por lo menos un amigo o una amiga), se presenta como un rompecabezas que, en la era del vacío de Lipovestki, nos reta a pensarnos como personajes con poca posibilidad de relacionarnos con nuestros semejantes.
¿Apocalíptico? No tanto, pero quizá por ello uno de los valores con que se encarna la lucha de lo antiguo contra lo contemporáneo a extremos muy radicales, es precisamente el concepto del amor. Si antes el amor fue mejor que ahora ¿en que nos convierte hoy? Si al amor dejó de ser “poético”, entonces ¿el que se hace ahora no lo es? ¿Es simplemente una fecha a celebrar o una urgente necesidad de sentirse querido? La realidad es que hay cosas del amor, contemporáneo o no, donde quizá ya no encajamos y no sabemos si eso nos convierte en seres opacos, o alternativos ¿pero a qué?

Ilustración: Manuel Velázquez

Hace algún tiempo, un amigo mío me comentaba las peripecias del ligue en Tuxtla, o en Chiapas más bien. Cómo él había conocido chicas y siempre terminaba con el casi-ruego del último tramo del proceso, traducido en el imperturbable: ¿sí o no? Durante ese camino, mencionaba todo el ritual que debe hacerse para acercarse a una mujer. El caso de ellas, siempre casual, nunca ostentando si en verdad quería ser cortejada, como si el amor y la pasión fuesen accidentales y siempre, absolutamente, siempre, dar el balón, la iniciativa, al varón pretendiente; mostrar desdén, aunque quizá se moría de ganas de conocerlo; siendo parca, cuando en realidad no lo era; al mismo tiempo, haciendo gala de simpatía para generar equilibrio entre las fuerzas –pasionales-en pugna. Nada nuevo. Esto pasa aquí, allá y hasta en Finlandia, pensaba yo.
Pero me llamó la atención el hecho de que en cada lance, en cada fase del ritual, había que condecorar la osadía del ligue con regalos y diversos presentes. Mi amigo, sin inmutarse, me contó su permanente inversión en muñecos de peluche para las chicas en turno. ¡Peluches¡ Supuse osos bebés, perritos de mil colores, mininos engalanados de fieltro, pingüinos con caras de ángeles, piolines sonrientes con cachetes inflados y toda una pléyade de exquisita fauna seleccionada para doblegar cualquier coraza femenina que se jactara de ser hermética. Los peluches eran, en boca de mi interlocutor, parte importante, si no fundamental, en la orquesta del amor que en torno a un coqueteo toca hacer sonar. ¿De verdad es requisito? ¿Porque los hará especiales y, sobre todo, porque generan ese “magnetismo animal” que, según esta práctica, forma parte del verbo amoroso entre dos personas? Me pregunté si yo mismo había regalado alguna vez peluches y cómo había sido correspondido; cómo me vería yo escogiendo y después en la compra de ese exótico producto y sobre todo regalándolo en todo el esplendor de un nardo enamorado.
“¿Pero por qué son tan imprescindibles los peluches?”, pregunté, incrédulo por enésima vez. “Porque las mujeres también necesitan de ese tipo de cariño”, “ni modo que siempre les hables de Levi-Strauss”, me contestó ufano, casi sonriendo, quizá adivinando de nueva cuenta mi cara casi de infarto por estar frente a alguien que con seguridad había pasado noches enteras dilucidando el significado profundo de la caricia de un peluche, al mismo tiempo que te dicen: ¡qué lindo¡
Pero después mi amigo cambió de tono. El peluche es el paso previo, el que antecede a la conclusión, porque las rosas son otro nivel, más serio y, en definitiva, lo que más cerca está de hallar al amor de tu vida: si alguien te acepta peluches y despues rosas rojas, la vida puede que te sonría todo el tiempo. Cáspita.
No era que él fuese feliz por hacer esas cosas, más bien me enseñaba que en Chiapas, el peluche es casi un totem el cual uno tiene que inmolarse para ganarse los afectos. Alguien en el mundo, no se sabe quien, aseguró que la ternura es la antesala de la pasión, al menos en el mundo de los muñecos de felpa, porque despues de las rosas, la cosa adquiere dimensiones más allá de toda razón.
El 14 de febrero es una fecha mercantil para vender ternura y amor. En un mundo de caos, los afectos pueden comprarse en cualquier tienda de regalos. Pero si hay algo escondido en este gran misterio del amor, son sus múltiples formas de ser interpretado. Más que un enigma, lo que nos presenta el mundo posmoderno es como decir amar a Dios en tierra ajena, cómo masca la iguana, masco-chichle-bailotango,tururuuuu. O como el peluche se convirete en el esquema predilecto de la sinrazón.

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