Por el centro histórico de Tuxtla


© Monumental casona del Museo del Café. Casa del doctor Rafael Grajales Ramos. Tuxtla Gutiérrez (2018)

A nuestros cronistas precursores

[Segunda de cuatro partes]

Frente al mercado, sin embargo, sobre la Segunda Oriente, una esquina humilde, verdi-blanca, y dos negocios, equilibran el paisaje visual. Son fachadas recién restituidas, sobrias y pintadas de un sólo color, que destacan por sus toldos sencillos y uniformes, coloreados con pinturas contrastantes. Llegamos al punto de los tres o cuatro hoteles, a la contra-esquina del Centro Social Francisco I. Madero —a punto de devolvérsele su antigua personalidad y resplandor— y entonces nuestro guía de lujo se nos planta enfrente.

 

Barrio de San Jacinto.

Roberto explica cómo durante los siglos XVI al XVIII, justo ahí estuvo la plazuela del barrio San Jacinto. Informa que, al lado izquierdo, en donde se extiende el patio trasero del Palacio Federal, estuvo el antiguo templo, lentamente restituido a principios del siglo XX, ubicado en donde todos lo conocemos… “Aquí mismo, en línea recta, aunque a cuatro cuadras; en la esquina de Segunda Oriente y Quinta Norte”. Que antes del Centro Social, a finales del XIX se establece aquí, el Teatro Emilio Rabasa, en donde debutan artistas nacionales. Se escenifican zarzuelas, operetas y obras de teatro, y se exhiben las primeras películas del cine mudo. Pero esto es un simple recorrido, recuerda el maestro y continuamos.

Formamos valla frente a la fachada de La Casona, la antigua casa del doctor Rafael Grajales Ramos, hoy y desde hace nueve años Museo del Café, toda hermosa por dentro y por fuera, digno ejemplar de la antigua y provinciana arquitectura de la tierra, misma que según aquí se informa, fue donada en 1934 por el médico prestigiado, con el fin de que se convirtiese en museo. Aunque en verdad por largo tiempo, durante 50 o 60 años, dio albergue a la Liga de Comunidades Agrarias de la CNC. Pero siguen, desafortunadamente, dos franquicias multicolores, de las que afean el entorno visual, ahora detrás del Palacio del Gobierno del Estado, una de ellas, justo en donde estuvo el famosísimo Restaurant Maryen del gran Marro, don Enrique Marroquín, aunque, de acuerdo con el itinerario, hemos de continuar hacia la izquierda, sobre la Avenida Central.

 

Antiguo arroyo céntrico

Nos detenemos pues, a media cuadra, entre segunda y Tercera Oriente, acera derecha, propiedad del gobierno estatal, igualmente casona dignamente restituida, aunque hoy desafortunadamente abandonada, debido a su resquebrajamiento. Aunque igual suerte toca a la banqueta e incluso a la calle. Roberto explica algo que a la mayoría sorprende: ¿Ven la fractura de la casa y de la calle? Pues lo que pasa es que aquí, debajo, corría y chance aún corre parte del arroyo que venía del rumbo Sur-occidente. Y sí, así debe ser, pues el arroyo pasaba debajo del Hotel Brindis y las oficinas de la Comisión Federal (CFE), al lado de la Notaría 38 de don Ariosto Oliva Ruiz, y por algún encajonado del plantel de la Universidad Salazar, hasta desembocar al lecho del Sabinal, meandro de la Cuarta Norte esquina con Quinta Oriente.

La casona fue originalmente asiento de la primera Escuela Normal del Estado. Luego por mucho tiempo estuvo ahí, la oficina central de la estatal Recaudación de Hacienda y, durante los últimos años, fungió como guardería y jardín de niños. Alguien recuerda el Local de Curiosidades del profesor y anticuario pionero don Noé Palacios Domínguez, antihéroe y personaje típico de la ciudad y… ante la evocación llega a mi recuerdo el año 70, cuando con apenas diez años conozco Tuxtla por primera vez, de la mano de mi padre, hospedados en el Hotel Brindis.

 

Arena Coliseo y Botica de los pobres

Torcemos y avanzamos sobre la Tercera Oriente, descubro al compa Mario Alberto Sánchez, frente a su empresa Diagraf, abocada a impresos y publicidad, y ya le sugiero que algo cuente sobre el anfiteatro antiguo que aquí existió, ante los oídos expectantes de la romería. No lo piensa dos veces, levanta el pecho, engruesa la voz, y ¡Gracias compadre! Hay razón, dice. Aquí estuvo la Arena Coliseo, donde se efectuaban peleas de box y de lucha libre. Aquí enfrentó a varios gallos, el mismísimo Romeo El Lacandón Anaya y… hasta la fecha ahí atrás, arriba, están los antiguos baños de gayola.

Más allá, Roberto recuerda la Botica de los Pobres, justo en la esquina de Tercera Oriente y Primera Sur, mientras alguien entre los peregrinos acompaña la narración. Por ello nos enteramos del nombre de su dueño y año de fundación: Eleazín Ballinas León, 1908, aunque en 1930 se traslada a la Avenida Central esquina con Segunda Oriente. Avanzamos hacia la Segunda Sur, aunque a media cuadra, acera derecha, nuestro súper-guía se detiene frente a una de las casas antiguas, más hermosas de la ciudad: fachada provista de ventana con protección metálica esbelta, puerta principal en buen estado, portón algo desmerecido por intervenciones insulsas, zoclo y adornos intermedios, columnas empotradas, arcos y remate bien conservado.

 

Casa del gran Laco Zepeda

¡He aquí la casa de Eraclio Zepeda Ramos!, festeja en voz alta Roberto. Donde nace y vive su infancia y adolescencia, muy cerca de sus textos primigenios, los de la secundaria del ICACH. ¡Cuánto bien haríamos a la ciudad!, estalla alguien, si alguna vez, antes de ser destruida, fuese adquirida por el Ayuntamiento, y luego convertida en su casa-museo. Pero ya otra voz le acompaña: ¡Igual como hace tiempo hicieron en Comitán, con la casa de don Belisario Domínguez!

Llegamos a la esquina en donde alguien recuerda —planta alta, lado izquierdo— el Bar El Rodadero de los años ochenta. Avanzamos hacia el Poniente, descubrimos un antiguo portón original, aunque cubierto de telarañas, protecciones, cadenas y candados enmohecidos. Todos recordamos aquí, en el patio contiguo hoy estacionamiento, la ubicación de la antigua Logia Masónica de don Joaquín Miguel Gutiérrez; con su puerta señorial al centro y sobre el quicio, los emblemas de la masonería occidental: compás metálico, escuadra y ojo iridiscente, y alrededor de ellos las letras A.L.G.D.G.A.D.U., impronunciables, aunque dignas de la mejor rememoración: “A la gloria del gran arquitecto del universo”.

 

Barrio de San Andrés

Pero ya estamos en la esquina de Segunda Sur y Segunda Oriente, en donde a contra-esquina luce aún un caserón terracota y rosa bien conservado: adobe grueso, respetables molduras, y sobre ellas el techo de tejas; marcos y dinteles de puertas y ventanas bien dibujados ¡Casi un cuarto de manzana! Aunque varios vamos emocionados, pues… por primera vez sabremos algo sobre el barrio de San Andrés. El mismo cuya ermita —pues nunca llegó a consolidarse como verdadero templo— se encontraba, en palabras del buen Roberto, justo en el predio anterior al estacionamiento anexo al siempre defenestrado Edificio Dorado, hacia donde se extendía la plazuela del barrio, aunque no nos queda clara esta ubicación.

Retroalimentación porfas. cruzcoutino@gmail.com

 

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