Los cuadernos de Kafka

Casa de citas/ 375

Los cuadernos de Kafka

Héctor Cortés Mandujano

 

Pero a todo el que anda por la tierra,

le cosquillea el talón

Kafka,

en “Informe para una Academia”

 

El volumen de casi 700 páginas incluye relatos, narraciones, poemas en prosa, cuentos o fragmentos de novela. Son los Cuentos completos (El Club Diógenes. Valdemar, 2003), de Franz Kafka, ordenados cronológicamente. 83 textos, que incluyen hasta, por ejemplo, una de sus más famosas narraciones: “La metamorfosis”.

Uno de los principios más usados por Kafka es el de “Yo era…” o “Tengo…” (lo usa en “El maestro rural”, “Once hijos”, “Un cruce”, “Huésped en la casa de los muertos”, etcétera); el que más me gusta, creo que ya lo dije en alguna otra ocasión, es éste de “El puente” (p. 338): “Yo era rígido y frío, yo era un puente, tendido sobre un precipicio…”

Es usual que los animales hablen en sus cuentos (lo hacen un perro, en “Investigaciones de un perro”; un mono, en “Informe para una Academia”; un animal innominado en “La guarida”; un ratón en “Josefina, la cantora, o el pueblo de los ratones”, etcétera); aquí habla un representante de los chacales, en “Chacales y árabes”, y solicita (p. 360): “Queremos que los árabes nos dejen en paz; aire respirable; que quede la vista libre de ellos hasta el horizonte; ningún lamento más de un carnero degollado por un árabe; cualquier animal debe reventar tranquilo; que podamos beber su sangre y limpiarlos hasta sus huesos sin ser molestados”.

 

Foto: HCM

Otra de las constantes en este clásico es que algunos humanos en realidad sean animales (Gregorio Samsa, el epítome), como éste de “El nuevo abogado” (p. 363): “Tenemos un nuevo abogado, el Dr. Bucéfalo. En su aspecto externo no nos recuerda mucho la época en que fue caballo de batalla de Alejandro el Macedonio”.

[Según Plutarco, en Vidas paralelas, Bucéfalo, el caballo, murió de ¡30 años! Alejandro, en su honor, edificó una ciudad a la que llamó Bucefalia.]

También usa con frecuencia la prosopopeya. Esta, de “Ayer vino una debilidad”, es linda (p. 365): “Ayer vino una debilidad a mi casa. Vive en la casa de al lado, con frecuencia la he visto desaparecer agachándose por la puerta”.

El narrador de “La construcción de la Muralla China” es enfático (p. 379): “Nuestro país es tan grande, no hay leyenda que pueda describir su grandeza, apenas el cielo puede abarcarlo. Y Pekín es sólo un punto, y el palacio imperial un puntito. Sin embargo, el Emperador mismo es tan grande como todos los edificios del mundo”.

En “Investigaciones de un perro” dice el cánido narrador (p. 521): “Todo el saber, la totalidad de todas las preguntas y de todas las respuestas están contenidas en los perros”; este perro, empeñado en encontrar explicaciones, oye hablar de un “perro de aire” (p. 525): “Este perro, me contaron, se movía la mayor parte del tiempo por el aire, pero al hacerlo no realizaba movimiento ni trabajo alguno, sólo reposaba” (esta rareza en los animales también la explota en “El maestro rural”, que encuentra un topo gigante, y “En nuestra sinagoga…”, donde hay una marta que sólo se acerca a las mujeres); en sus investigaciones también encuentra que es el suelo quien nos da alimento (p. 538): “Se deberían lanzar los conjuros al suelo, se debería danzar sobre el suelo y cantar al suelo. La ciencia, por lo que sé, no afirma otra cosa, y lo más extraño es que el pueblo dirige todas sus ceremonias hacia las alturas”.

Como si fuera parte de su poética, en “La guarida” dice (p. 600): “En los cuentos todo se hace al vuelo”. En “Una mujer pequeña” señala una característica que se pierde con la edad (p. 621): “Si un joven tiene una mirada escudriñadora, no se le toma a mal, no se le nota, ni siquiera lo nota él mismo”.

Hay textos redondos que, no lo parecen, son partes de novelas. “El fogonero”, por ejemplo, está en América, y “Ante la ley”, en El proceso.

Leer a Kafka es dar las gracias a Max Brod, su amigo y difusor de su obra cuando aquel murió, a quien se le deben (y a veces se le reclaman) muchos títulos de Franz. Este volumen los señala, pero no hace caso de las muchas modificaciones que Max hizo a los textos, porque los traduce –José Rafael Hernández Arias– directamente de los cuadernos, de los facsímiles.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

Sin comentarios aún.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.