Layda la dadivosa
Después de ver triunfar a la selección mexicana frente a Alemania, mientras se discute en algunos medios el escándalo de Layda Sansores, paso de la euforia a la preocupación. No está demás invocar algo de moderación, solamente hemos ganado un partido y, aunque no es poca cosa el rival, pienso que el equipo nacional puede o debe mejorar en algunos aspectos, no vaya ser que ante los Coreanos enseñemos de nuevo el cobre. Sin embargo, nuestra pasión desbordada es más inocente o permisible, que los excesos en que incurre la clase política. Por eso resulta muy importante decir algo en torno a los usos y abusos de quienes desempeñan un cargo público.
Vivimos en un país de los excesos. La selección apenas ha ganado un partido y nuestros deseos frustrados de éxito nos conducen directamente a la apoteosis, como si hubiésemos ganado la copa del mundo. Yo mismo siento la adrenalina en el cuerpo cuando veo a nuestros connacionales saltar a la cancha dispuestos a la osadía. Entre los ánimos desbordados y nuestra propensión al sacrificio, los mexicanos tenemos esa particularidad en el mundo. Por eso nuestra estética pinta de colores diversos y llamativos el universo. Cuando la poesía hace cálculos con el verso, termina por alejarnos del loco afán que caracteriza su intensa estética. Por las mismas razones el arte culinario mexicano es reconocido en el mundo, pasa de la multiplicidad de sabores, de lo excesivamente picante a lo extremadamente dulce. Esa es nuestra precondición cultural ante la vida y la muerte. Entre que la vida no vale nada y sus excesos, tocamos con sorna a la muerte hasta que esta llama a nuestra puerta.
Más allá de nuestros impulsos íntimos de alcanzar la gloria o el reconocimiento, en algún momento tenemos que aplicar el freno a la vanidad que nos produce haber aportado al mundo la ola como símbolo del festejo deportivo. Hoy, el alarido que nos ha hecho famosos cuesta millones a la Federación Mexicana de Fútbol. El grito homofóbico en las gradas para minar la autoestima de nuestros adversarios no sólo es contrario a los tiempos de la tolerancia, sino inadmisible para un país que en muchas regiones acepta la diversidad sexual no sin resistencias. Para mi, la Femexfut resulta indefendible por la forma en que se maneja el fútbol mexicano, pero no es obice para reconocer que nuestros rugidos homofóbicos deben tener un límite y más vale que sea pronto antes de que nos descalifiquen por ser políticamente incorrectos.
Entre lo escandaloso que resultan nuestros alaridos en las gradas y lo que hacen nuestros representantes populares con el dinero público, se consagra nuestra condición valemadristra. El caso Layda Sansores nos muestra a los mexicanos los procedimientos ordinarios de nuestra clase política y, aunque existen excepciones, la propia aceptación de las instancias del senado que financian sus despropósitos, no hace más que evidenciar las rutinas mediante las cuales se alimenta una corrupción institucional endémica.
Para acabar de dibujar el cuadro, resulta imprescindible decir que la senadora se encuentra en campaña por la alcaldía de Álvaro Obregón en la Ciudad de México y es militante del Partido del Trabajo. Junto con Morena, es candidata por aquel partido. Una solicitud de información permitió conocer lo que suponemos hacen un buen número de senadores y funcionarios públicos, eliminar las distancias entre su patrimonio, su salario y los recursos del Estado que les son proporcionados para el desempeño de sus actividades legislativas. Como se dice vulgarmente, Layda Sansores nos muestra la capacidad insaciable de nuestros políticos y en cuanto a su predisposición rapaz por el dinero de los contribuyente nos enseñan que no tienen llenadera.
El insigne senador priista, Carlos Antonio Romero Deschamps, líder petrolero hasta la eternidad, escribe un capítulo más de lo que vulnera nuestra capacidad para calificar un exceso y convertirlo en una genuina orgía porque ya no nos sorprende la cantidad de cosas que posee, sino que inaugura el deporte de pasar de escándalo en escándalo sin que ocurra nada al respecto. Según fuentes periodísticas, Romero Deschamps construye en Acapulco una mansión valuada en más de 6 millones de dólares. Al tipo de cambio del día de hoy, la residencia del senador alcanza casi los 130 millones de pesos. Es cierto, sin embargo, que el representante del PRI ante la Cámara de Senadores ha tenido las buenas artes de permanecer en diversos cargos públicos, pero en este sexenio es imposible que con su sueldo en el senado pueda tener los recursos suficientes para la casa que ahora construye, considerando incluso que su salario lo invierta en su totalidad en semejante bien inmueble.
Con sorpresa inaudita escucho que, Francisco José Paoli Bolio, reconoce que la partida presupuestal en el Senado para gastos legislativos está fundamentada legalmente, pero en la práctica los legisladores terminan haciendo lo que a su particular modo de ver y actuar consideren. Todo parece indicar que en esto no hay bancada que se salve. Más inaudita resulta la defensa a ultranza que la futura secretaria de la Función Pública (si es que López Obrador gana las elecciones) hizo de la senadora defenestrada en los medios por sus excesos. La falta de prudencia no es necesariamente el peor pecado de la futura secretaria, sino que nos envía el infausto mensaje de que en cuanto a las muestras de corrupción están claras sus preferencias.
Lo que es tantito peor, si todo esto ocurre en los lugares en que puede existir mayor vigilancia sobre la actuación de nuestros políticos ¿qué no pasará en los espacios locales donde la debilidad de la sociedad civil y los acosos a la prensa más o menos libre convierten una tarea casi imposible el cotejo de las acciones de nuestros gobernantes?
Por lo que a mi respecta, no existe ninguna duda que los escándalos actuales tienen una clara intencionalidad política y de incidir en el proceso electoral en curso. La investigación periodística que permitió saber cómo opera institucionalmente uno de los poderes importantes de nuestros país, contribuye a poner en primerísimo lugar de la agenda nacional la necesidad de transparentar y vigilar este tipo de comportamientos. A mi modo de ver, esa partida denominada servicios legislativos debería eliminarse porque, en la práctica, resulta la oferta corruptora y clientelar de nuestros representantes en el Congreso. La mejor labor que pueden otorgarnos los senadores es hacer leyes cada vez mejores y, sobre todo, supervisar las acciones de los otros poderes y responder a la ciudadanía por sus determinaciones. Para eso les pagamos, no para lucrar políticamente con la pobreza.
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