El Francisco I. Madero, el edificio recuperado

El nuevo edificio Francisco I. Madero.

En esa esquina de la segunda oriente y segunda norte, la antigua Plaza de San Jacinto y que ahora alberga al precioso y funcional edificio Francisco I. Madero, en 1884, después de un año de construcción, abrió sus puertas el Teatro Municipal de Tuxtla Gutiérrez.

Desde entonces y hasta fines de los setenta, tanto como Teatro Municipal, Teatro del Estado, Teatro Emilio Rabasa y después como Centro Social Francisco I. Madero, ese lugar marcó la vida cultural, social y hasta política de la ciudad.

Me tocó, en los noventas, asistir a concursos de oratoria, a celebraciones con bailables y a reuniones de partidos políticos. Para entonces, el Francisco I. Madero era ya un lugar sucio, abandonado, que a duras penas sobrevivía al calor, al olor nauseabundo, a las goteras y al desinterés de las autoridades por recuperar este lugar, que había tenido sus mejores tiempos en los sesenta y los setenta.

Desde su reinauguración, ahora como teatro, he asistido a una decena de actividades, y me ha sorprendido lo bien acondicionado que quedó, los funcionales camerinos, la comodidad de la sala, la acústica, las bambalinas y, sobre todo, el magnífico escenario. 

Recuerdo, los Jueves culturales que impulsó Reyna Chávez Quiñones, Roberto Gómez Maza, Carlos Vásquez y tantos otros, tantas otras, que pusieron sus ojos y sus esfuerzos para llamar la atención a este lugar abandonado, pero emblemático para la historia de Chiapas.

Las voces y los conciertos no se fueron al vacío. Juan Carlos Cal y Mayor, director de Coneculta, hizo lo suyo. Zoé Robledo gestionó recursos federales, como ya lo había hecho para recuperar la antigua presidencia municipal, hoy convertida en Museo de la Ciudad.

En esos esfuerzos, tanto de sociedad civil como de servidores públicos, se logró concluir la obra, que oficialmente es un teatro, pero que las activistas prefieren llamar Centro Social. 

En este breve lapso de funcionamiento, Coneculta ha aprovechado bien el espacio con conciertos sinfónicos, obras de teatro, presentaciones de grupos de danza y musicales de marimba. Deben sumar una treintena de actividades artísticas.

Es muy buena noticia que eso suceda, porque por el viejo Teatro Emilio Rabasa pasaron toda clase de artistas: magos, equilibristas, cantantes de operetas, saltinbanquis, acróbatas, gimnastas, contorsionistas, transformistas, titireteros, trapecistas y cómicos. En sus postrimerías se convirtió en arena para satisfacer los gustos boxísticos del gobernador Efraín Gutiérrez. 

Era entonces un teatro en decadencia, que no recordaba el paso de diferentes compañías dedicadas al entretenimiento como la de Leonardo Almazán, quien incorporó al inquieto Nabor Yáñez, un fotógrafo tuxtleco muy conocido, en el papel de Roque, en la obra El hombre es débil a fines del siglo XIX. 

El teatro, en sus primeros años, dio cabida a la música de concierto europea. A orillas del Danubio, fue una de los valses más repetidos, pero también La Serenata de Shubert, Tovatore de Verdi, Marcha fúnebre de Chopin, Carmen de Bizet, hasta el magnífico Cuarteto Hermanos Solís seguía los gustos del momentos, al interpretar a inicios del siglo XX, Semíramis, Caballería rusticana, Poeta y campesino y Rigoletto.

Por esas fechas se empezaron a exhibir las primeras cintas cinematográficas de la empresa Adams- Sanabia; hubo zarzuelas, como La niña Pancha; obras de teatro, como La dama de las camelias o El barbero de Sevilla; sainetes, como El chiflado, y muchas declamaciones, desde las poesías Nocturno a Rosario, Ante un cadáver, La marimba, Mi amazona, hasta El brindis de un bohemio.

Poco a poco la música popular conquistó su lugar. En 1915, el Cuarteto Gomez interpretó La Sandunga, y antes que Juan Esponda lo derribara, a inicios de 1945, cantó Toña La Negra y Virginia Fábregas presentó su compañía de teatro.

Como escenario político, sirvió para que los gobernadores y presidentes municipales rindieran protesta o informes de gobierno.

Hoy, debemos congratularnos de que este espacio esté de nuevo en funcionamiento, y con un buen programa de actividades. 

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