Fronteras sangrantes 

El concepto de frontera, que tan bien conoce alguno de los colaboradores de este periódico, como es el caso del Dr. Andrés Fábregas Puig, no es más que una de las construcciones de los seres humanos, tanto desde la perspectiva física como simbólica. Sin embargo, la mayoría de personas las relaciona en la actualidad con una delimitación territorial para separar a los Estados nacionales que se han extendido o impuesto en el mundo desde su paulatina aparición en la Edad moderna europea.

Fronteras entre territorios y entre poderes, aunque no fueran nítidos sus límites, siempre caracterizadas por su condición inestable y, por ende, no siempre consideradas el mejor lugar para habitar y obtener el sustento propicio de individuos y familias. La estabilidad de ciertas fronteras, no generalizada, ha modificado esa circunstancia pero ha añadido otras que con distintas causas provoca la acumulación de personas procedentes de otros territorios pero cuyo objetivo suele ser huir de condiciones de vida poco propicias sino imposibles para conservar la existencia.

Conflictos bélicos, persecución de minorías, deterioro de las condiciones de vida y la búsqueda de un futuro mejor provocan que los territorios fronterizos entre los Estados se hayan convertido más que en un lugar de tránsito en uno donde se asientan y donde se acumulan poblaciones sedentarizadas a la fuerza puesto que su objetivo es transitar, no detenerse.

Miles de habitantes de Guatemala y otros países cruzan la frontera por el río Suchiate a bordo de una balsa. Foto: Elizabeth Ruiz

Cientos de miles de refugiados, como ocurrió con los guatemaltecos asentados en Chiapas huyendo de los duros regímenes militares guatemaltecos, aparecen en numerosas fronteras para alejarse de los conflictos armados en el continente africano bordeado por el Mediterráneo, o en países donde la guerra se ha instalado como cotidianidad. Situación similar a la vivida por quienes huyen de la miseria, de la injusticia social y que ahora entran en el paquete de migrantes en todo el mundo.

Las fronteras actuales sangran más allá de lo simbólico debido a muchos motivos, pero también lo hacen de forma real al producirse hechos violentos gracias a su condición de lugares estratégicos para saltarse las leyes de los Estados involucrados. La olvidada frontera sur durante muchos decenios, como no se cansó en recordar Andrés Fábregas Puig, es hoy un lugar con vida propia y con innumerables situaciones que por conocidas y repetidas no dejan de convertirse en un reclamo para prestarle una especial atención. Misma que debe trascender las medidas represivas para lanzar propuestas más imaginativas y donde los seres humanos, sea cual sea su procedencia, tengan el trato que cualquier ser humano merece. Ojalá las nuevas autoridades mexicanas y chiapanecas que tomarán posesión en próximas fechas presten atención a ese espacio físico y a los problemas que lo entornan. Ello sería una buena señal y, en especial, debería sentar políticas e iniciativas de futuro que ubiquen a la frontera como un lugar de tránsito y no de sufrimiento.

 

 

 

 

 

 

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