Una vida en dos ruedas

Estas notas se nutren de la lectura del libro de David Byrne, Diarios debicicleta. Byrne es un famoso músico de rock y líder de una banda llamada Talking Heads. El libro es un recorrido justamente en bicicleta por varias ciudades del mundo. Desde algunas ciudades americanas emblemáticas como San Francisco o Nueva York, la enigmática Estambul, la multicéntrica Londres; Byrne traza sus recorridos como un desafío frente a los retos de circular por la ciudad, pero también como un intento de conocerla de cerca y habitarla, estimulando el cuerpo y el espíritu, surcando sus territorios con esa sensación de libertad que nos ofrece el contacto con el viento.

Estas palabras, también, están inspiradas en la persona que me acercó a la lectura de esos diarios, alguien que sucumbió a la idea de compartir la vida justamente en bicicleta. Tal como Byrne, nosotros emprendimos la idea de pasear en bicicleta, pero uno de nuestros primeros obstáculos fue el impedimento que un guardia de seguridad nos manifestaba, a propósito de la decisión de las autoridades universitarias de un acceso restringido al campo de la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de la Información, mejor conocido como USBI. En efecto, para las autoridades universitarias es una prioridad acceder a la unidad en auto y no en otro tipo de transporte, que aquel que depende de nuestra fuerza motriz. Parece increíble, pero así es, las autoridades encargadas impiden el ingreso mediante el sistema que tiene en nuestras piernas su fuerza motriz. Solamente se puede accederen bicicleta si uno se dirige al trabajo o a consultar algunas de las múltiples fuentes que están resguardadas en la biblioteca. Si se trata de un acto lúdico, nuestras posibilidades se cancelan, salvo que lo hagamos a pie. Ahora se han suavizado un poco más las cosas, pues la Coordinación Universitaria para la Sustentabilidad (COSUSTENTA) tuvo la genial idea de facilitar bicicletas para entrar a la USBI de la Universidad Veracruzana en Xalapa.

En mi infancia, tuve la fortuna de tener varias bicicletas. Las osadías infantiles pueden ser temerarias en el manejo y no pocas veces fui lanzado como un proyectil en mi atrevimiento por surcar los aires a toda velocidad. Todavía conservo algunas huellas de mi intrépido pasado. Sin la más mínima protección, mi humanidad aguantó mucho de mis salvajes despropósitos en el manejo de la máquina de dos ruedas.

Foto: cortesía

Mi padre era una suerte de ogro filantrópico. Podía ser capaz de las más dura reprimenda, pero, también, generoso frente a mis deseos e inquietudes de mi niñez. Era tal mi deseo de tener una bicicleta que le mentí sobre mis dotes en su manejo. Un chico listo, como el que creía ser en mis pocos años de vida, se me ocurrió decirle que era todo un experto conduciendo. No obstante mi arrojo y aplomo para mentir, me interrogó sobre mis dotes: ¿en verdad sabes manejar una bicicleta? Por supuesto, le dije. Pero no tenía idea lo que me esperaba y creí absurdamente que había urdido el plan perfecto para satisfacer mis deseos infantiles.

No recuerdo haber sido educado con demasiado apego por las festividades de diciembre, pero eran importantes,sobre todo las cenas reunidos en familia. De Santa Claus y los Reyes Magos, por supuesto que sabíamos; aunque a temprana hora mis hermanas y yo supimos resolver el entuerto, encontrando que eran los padres quienes se transmutaban en aquellos personajes fantásticos. Algunas vez supimos que alguien había sido dormido por Santa Claus con unos polvos mágicos depositados en sus ojos con tal de que no advirtiera la presencia de los regalos. Otras historias se tejían alrededor de las frustraciones por los deseos no cumplidos, anatemizando a los reyes por su falta de congruencia frente a las solicitudes hechas: «una paliza merecen esos reyes», se invocaba con frustración y cólera.

Bueno, el caso es que, un diciembre, mi padre aceptó comprarme mi primera bicicleta. Me dijo: «en la tarde vamos por tu bicicleta». Por supuesto que me hizo feliz y estaba más puesto que un calcetín para ir de compras. En esa época, Tuxtla Gutiérrez tenía pocos lugares de venta, pero cerca del café al que solía acompañar a mi padre casi todas las tardes, existía una tienda con tal cantidad de modelos que podía sucumbir ante la saturación de la diversidad existente. ¿Cuál quieres? Me dijo. Embobado, tomaba una y otra, pero se me complicaba el mundo como cuando mis maestros de matemáticas me ensañaron las primeras derivadas. Por ahora, no tengo la más mínima idea cuanto tiempo dilapidé observando y tocando cada una de las bicicletas que me enseñaban, pero creo que debió ser como una hora al menos.

Por fin, llegó la hora. Me decidí por una bici color roja, de esas que construía una empresa estatal llamada Bimex. Las políticas privatizadoras iniciadas en los 80 del siglo pasado, provocó que la compañía pasara a manos privadas. Por fortuna, todavía se mantiene y continúa fabricando bicicletas. En fin, salimos de la tienda, paramos un taxi, depositamos la bici en la cajuela y enfilamos rumbo a la casa.

Pocas cuadras antes de llegar a la casa, mi padre le dijo al taxista que se detuviera. Bueno, muchas gracias, pagó y me dijo, pues ya, llévatela. El mundo se me abría cuan grande es y trataba de engullirme en sus entrañas. Después de unos segundos de desconcierto, no tuve más remedio que afrontar el reto y la vergüenza. Me temblaba todo y fue más que evidente mi engaño. No sé cuántas veces me caí, pero en varias ocasiones mi padre tuvo que colocar la cadena en los engranes porque ignoro qué era lo que hacía para que esta se saliera de su lugar. Hecho una furia por la grasa entre la manos, mi padre descargó sus ironías e improperios por el engaño al que lo había conducido, pero eso me importó poco porque esa misma noche aprendí a manejar mi bici dándole vueltas a la manzana en incontables ocasiones.

Hoy en día, cuando nuestra principal seducción para movernos deviene del uso de los autos, no he perdido aún mi especial predilección por las bicicletas. Como David Byrne, trato siempre que puedode recorrer las calles de la ciudad medianteese medio de transporte, pero resulta una actividad algo riesgosa y no exenta de limitaciones difíciles de asimilar. Nuestras ciudades no están diseñadas para favorecer de alguna manera cómoda la movilidad de las personas. En muchas, sus calles se fueron construyendo para un tipo de transporte de tracción animal y, por lo tanto, sus dimensiones con frecuencia son pequeñas. Con el uso masivo de coches, éstas presentan una gran saturación que no sólo dificulta nuestros desplazamientos sino que, además, contribuyeal deterioro del medio ambiente urbano.

Los desplazamientos cada vez más largos convierten nuestras distancias cotidianas en un esfuerzo titánico que podría ser placentero. Tras el acecho de su majestad el auto, un ciclista materializa la extrema fragilidad que rivaliza con la vulnerabilidad del ciudadano común.

Se han propuesto políticas de protección e incentivos para otro tipo de movilidades, pero, al final, resultan más dificultosas y muy pobres en cuanto al nivelde protección que, en la práctica, no garantizan un tránsito seguro y exento de riesgos.

Tuxtla, a diferencia de Xalapa, ofrece condiciones inmejorables para este tipo de movilidad alternativa. Las condiciones de su territorio prácticamente plano permitiría que los desplazamientos en bicicleta sean posibles con el mínimo esfuerzo, pero en una ciudad que se satura con la presencia de vehículos particulares y el transporte público, se necesita que las autoridades establezcan los carriles exclusivos para este medio como ya se hace en otras partes. Esperemos que algún día estos sueños se conviertan en realidad. Mientras tanto continuaremos experimentando los conflictos de nuestra insana movilidad a través del auto, que favorecen nuestros desplazamientos a grandes distancias con algunas dosis de contaminación y peligro.

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