Caminemos pues

Cabeza de mujer, Picasso

Mientras iba de regreso a casa después de su jornada laboral Gertrudis buscaba cubrirse del sol, los rayos tan fuertes anunciaban que pronto llegaría la primavera. Observó proyectar su sombra en el piso, al tiempo que iba poniendo atención a lo que hallaba a su paso. Vio mujeres indígenas sentadas, que mientras tenían un receso en su vendimia, compartían el momento de intercambio de alimentos, degustaban aguacates con tortillas calientes. También se encontró con personas que iban de prisa como ella.

Al detenerse para cruzar una calle, aprovechando que el semáforo estaba en rojo su mirada se fijó en un señor que empujaba el carrito con el que levantaba la basura en la calle. Era un señor como de más de cincuenta años, a pesar de que el sol estaba en su apogeo lucia con una sonrisa en los labios. Ese gesto llamó la atención de Gertrudis, le hizo dibujar una sonrisa en su rostro y ponerse más pendiente de lo que rodeaba su caminar.

Con todo y lo sofocante del clima Gertrudis bajó la velocidad de su andar y se internó en el corazón del mercado cercano a su casa. Una mezcla de aromas a verduras, frutas y  flores se percibió, asomaron las frutas de temporada, en particular su favorita, mango verde y también las mandarinas que aunque escasas pero todavía se podía encontrar. La gente estaba en el intercambio comercial, rostros diversos que permanecían en escena, sonidos que acompañaban esas imágenes, mientras Gertrudis continuaba su trayecto a casa.

En tanto seguía su recorrido se hizo consciente que  desde hace muchos años le gustaba caminar, pocas veces tenía la oportunidad de poder reflexionar sobre eso, esta era una de ellas. Había muchas cosas por las que disfrutaba caminar, primero la oportunidad de poder moverse y estar en contacto con la tierra. Después le seguía esa curiosidad por levantar la vista al cielo y tratar de leer alguno de varios mensajes que se dibujan en los paisajes. A lo anterior se sumaba cada hallazgo que iba descubriendo en lo cotidiano, en particular le encantaba contemplar los diversos colores en su travesía por el mercado y observar rostros, de gente adulta y niñez en particular,  esos que solo se pueden descubrir en el caminar a pie.

Ya en el último tramo a su casa, Gertrudis recordó el rostro sonriente del señor barrendero, apretó el paso en tanto dijo para sí, caminemos pues, ya estoy pronta a mi destino.

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