Cataluña juzgada a través de sus políticos independentistas (1): la incomprensión desde esta orilla

No es esta la primera vez que escribo sobre mi tierra de nacimiento, Cataluña, y no lo hago por algún tipo de narcisismo esencialista que conduce a hablar de lo propio, sin pensar en otras realidades. Nada más lejos de mi intención, por el contrario el motivo es acercar a los lectores a una situación política bastante incomprendida desde esta orilla del Atlántico.

El hecho concreto, para no excederme en datos, se resume diciendo que en la actualidad se está llevando a cabo un juicio donde los acusados son diez políticos catalanes, y dos cabezas visibles de organizaciones de la sociedad civil. Ellos son imputados con los cargos de rebelión, sedición, desobediencia y malversación de fondos, y todo ello por haber deseado la independencia de Cataluña del Estado español y haber declarado, simbólicamente, su independencia.

Hay que situar al lector en unos pocos antecedentes. Durante el mes de septiembre y octubre de 2017 se produjeron distintos acontecimientos en Cataluña que llevaron a la sociedad civil a expresar su desacuerdo con las acciones del gobierno español, mismo que aplicó un artículo constitucional, hasta entonces nunca usado en el Estado, para controlar todo el gobierno autónomo catalán. Las manifestaciones de la sociedad civil, así como las acciones de los políticos del gobierno autonómico catalán, de mayoría independentista, son las que han construido las acusaciones que hoy los tiene en el banquillo y con más de un año de prisión preventiva. No son los únicos, puesto que en otros tribunales se juzgarán próximamente a otras personas. Lo anterior lo explicaré con mayor profusión en otras contribuciones, pero hoy quiero reflexionar sobre la dificultad para comprender, desde esta parte del Atlántico, una propuesta de independencia de una parte del territorio que hoy conforma el Estado español.

En lo personal ya estoy acostumbrado a que en pláticas informales aparezca, en algún momento de la conversación, el tema del independentismo catalán. Lo normal es que no exista empatía o comprensión con la propuesta de separación de Cataluña de España. Tal falta de empatía es más visible en aquellos Estados, convertidos en nación, surgidos del colonialismo en América Latina, como es el caso de México. Esos Estados conformaron la nación, no sin dificultades para homogeneizar a poblaciones diversas, con distintas herramientas que definen nuestra modernidad, como la escuela. Países que tampoco fueron ajenos, en algunos casos, a la imposición a sangre y fuego del modelo de sociedad de sus élites sobre poblaciones consideradas obstáculos para la deseada unificación territorial.

Más allá de la nueva simbología estatal, herramientas tan fundamentales como la mencionada escuela han construido un modelo de ciudadano donde Estado y nación se han hecho uno, al mismo tiempo que han dotado a todos sus miembros de un repertorio emocional necesario para reconocerse entre individuos culturalmente disímiles o, al menos, poco cercanos. Ese parentesco ficticio fue muy bien expresado por Benedict Anderson al hablar del resultado de la aplicación de elementos primordiales para cimentar la imaginaria comunidad, aquella convertida en nación y que al reconocer a los individuos los hace partícipes de un mismo aliento nacional. Hecho que, al mismo tiempo, diferencia y separa de unos “otros” situados tras las fronteras territoriales conformadas mediante el Estado moderno.

La edificación de un conglomerado institucional, unido a la creación de las naciones surgidas del colonialismo, no es la única forma de construir Estados, y el caso más evidente se observa en la Europa que los vio nacer. Caso contrario se encuentra en lugares como el continente africano tras abandonarse paulatinamente la ocupación colonial de su territorio. El patrón del Estado, impuesto por los colonizadores sin una mínima sensibilidad hacia los africanos, como se demuestra en la arbitraria definición de sus fronteras, ha destruido formas de organización social y política complejas, separando a pueblos y enfrascando al continente en un sinnúmero de guerras intestinas.

El Estado, pues, no tiene un único ni ideal modelo. Y tampoco lo es en su ideación del constructo nacional. Algo sencillo de entender revisando la historia y la geografía mundial, pero que no parece muy claro cuando se analizan situaciones políticas producidas allende de las propias fronteras. Y eso parece ocurrir cuando se aborda el tema de la conflictividad entre Cataluña y España. Observar lo que allí sucede desde la óptica única de mi modelo, de lo que yo vivo, de mi país, hace imposible entender circunstancias de largo aliento histórico y que en el caso europeo son bastante comunes.

De eleconomista.es

Resulta indispensable cambiarse los lentes para analizar lo que sucede lejos de nuestras fronteras, de lo contrario la respuesta a ciertas interrogantes será siempre la misma: la incomprensión de los cuestionamientos a ciertos Estados. Imposibilidad de debatir porque cuestionar la forma de un Estado resulta una ocurrencia de ciudadanos enajenados si es lejos de nuestras fronteras, mientras que si ello ocurre dentro de las propias son tildados de traidores. Comprensión teleológica de la institución estatal y donde cualquier polémica sobre su integridad territorial no puede ser más que un delito. Y más cuando la identificación con la nación ofrece emotividades inseparables de la educación ciudadana recibida, aquella empeñada en defender los inquebrantables valores nacionales.

Desde esta orilla, la denostada España del siglo XVI, la conquistadora de los territorios hoy americanos, es la misma que se dice garante del territorio hispano, como si alguna vez hubiera sido un modelo de Estado moderno. La España ambivalente descrita cruel y conquistadora, es al mismo tiempo la que se convierte en madre patria. ¿Y quién se atreve a cuestionar a una madre? Esa parece ser una paradoja insalvable para observar la historia de una manera desapasionada, y ello impide profundizar en los otros modelos de Estado moderno que muestran una multiplicidad de naciones en su seno como es el caso de Suiza, o que permiten que territorios históricos se expresen con normalidad, incluso con representaciones internacionales, como sucede con la Gran Bretaña. La aparición y desaparición de Estados, en Europa, resulta una normalidad desde la existencia de esa institución, y entender tal particularidad facilitaría un debate menos pasional y, sobre todo, no establecido con una óptica cimentada en la estructura de los Estados de América Latina.

En la próxima entrega no insistiré en cuestiones históricas ya narradas en este mismo medio escrito, aunque aspectos más recientes deberán poder explicar por qué se ha llegado a la actualidad y a un juicio que, con tristeza, considero que será un agravio más de la larga lista de los existentes entre Cataluña y España, al mismo tiempo que es también otro episodio de la historia negra del Estado español.

 

 

 

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