El mañana, ese nombre terrestre de la nada

Casa de citas/ 421

El mañana, ese nombre terrestre de la nada

Héctor Cortés Mandujano

 

No había tenido oportunidad, hasta ahora, de leer el mítico documento El cine según Hichcock (se editó por primera vez en 1966; mi ejemplar es de 1974, Alianza Editorial), de François Truffaut. Es una delicia leer lo que conversan dos directores célebres sobre su oficio, en esta disección de todas las películas del llamado “mago del suspenso”. Mucho se aprende de ambos.

Truffaut llama la atención a su entrevistado sobre la importancia del sueño en sus películas; Hitchcok dice (p. 271): “Mis sueños son muy razonables. En uno de ellos, me encontraba en Sunset Boulevard, a la sombra de unos árboles, esperaba un taxi amarillo (Yellow Cab) para ir a almorzar. No había trazas del taxi amarillo, pues todos los coches que pasaban por allí eran de 1916. Y me dije entonces: ‘Es inútil que estés aquí de plantón esperando un taxi amarillo, puesto que estás teniendo un sueño de 1916’. Después de esta reflexión, me fui andando hasta el restaurante”.

 

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Leo Imagen de John Keats (Alfaguara, 1996), de Julio Cortázar, un largo ensayo –un poco más de 600 páginas– que recorre la vida y la obra de este indispensable poeta inglés. El libro tiene la impronta de Cortázar en su ludismo, su poca sujeción al canon, su burla de las formas al uso. (El título de esta columna viene de allí.)

Dice sobre las citas, tan prontas al ensayo (p. 17): “(Hay esos libros que son una sola super-cita de otro libro, pero no seamos perros.) La cita es narcisista, como la intercalación de frases en una lengua extranjera. Nadie ignora que citamos todo aquello que otro nos ventajeó”.

Luego de una seria reflexión, escribe (p. 19): “(Dios mío, sálvame de la metafísica.)”

Se refiere a la concepción literaria de Keats (p. 33): “Hombre de su día, no ve motivo para deplorar la digestión del tiempo; el mundo de siempre está al alcance de su mano”.

Orfeo, músico por antonomasia, bajó al infierno para rescatar a Eurídice, su mujer. Volteó a verla y ésta se convirtió en estatua de sal. Hago esta síntesis, porque Cortázar cita una línea de Cocteau, que me encantó, pero que no se entiende si no se conoce la historia mitológica. Lo llama “Anticonsejo a Orfeo” (p. 146): “Mata a Eurídice, te sentirás mucho mejor después”.

Muere Tom, hermano de John, y dice Cortázar (p. 199): “Todos sabemos de sobra, hipocresías aparte, el alivio y la paz que trae la muerte de un ser querido. Nada tiene que ver con esto el dolor, que se cumple en su plano. Ah, pero tirar las botellas de remedios, despachar al médico, recobrar los derechos del sueño, la música, la libertad, la persona”.

Dice Keats en una carta (p. 238): “Distingo el alma de la inteligencia; puede haber millones de inteligencias o chispas de la divinidad, pero no son almas mientras no adquieran individualidad, mientras cada una no sea personalmente ella misma…”

El inicio de una famosa canción (“Stefanie”) de Zitarrosa, gran lector de poesía, parece una derivación de este verso de Keats (p. 360): “Soy un cobarde, no puedo soportar el dolor de ser feliz”. (Zitarrosa dice: “No hay dolor más atroz que ser feliz”.)

Keats escribe en defensa de su oficio (p. 457): “¿Qué ser viviente es capaz de decir:/ ‘Tú no eres poeta y no puedes contar tus sueños?’ ”

Dice en Hiperión, uno de sus títulos más conocidos (p. 466): “Mortal, para que puedas comprenderme,/ humanizo mis palabras adecuándolas a tu oído,/ haciendo comparaciones con cosas terrenales;/ pues de lo contrario mejor harías en escuchar al viento/ cuyo lenguaje es para ti un ruido estéril,/ aunque sopla entre árboles cargados de leyendas…”

Keats de nuevo (p. 478): “¡Qué hermosas son las flores escondidas! Cómo perderían su belleza si se agolparan en el camino gritando: ‘¡Admírame, soy una violeta!’ ‘¡Adórame, soy una prímula!’ ”.

Cortázar no sólo ha leído todos los versos de Keats, sino también sus cartas, en donde hay también maravillas, como ésta (p. 487): “Cada día me convenzo más de que el escribir bien sigue inmediatamente al hacer bien, y nada hay más alto en el mundo”.

En la misma página (494) hay dos ideas complementarias de Keats: “Tal vez ahora mismo no soy yo quien habla, sino algún personaje en cuya alma vivo”, y: “Si un gorrión acude a mi ventana, tomo parte de su existencia y pico la grava”.

En medio de sufrimientos, Keats murió de tuberculosis. Escribió en una de sus últimas cartas (p. 570): “Me asombra que el corazón humano sea capaz de contener y soportar tanta desgracia”.

 

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Me han gustado mucho los libros raros que

Ilustración: Juventino Sánchez

he logrado conseguir de Adela Fernández. No me gustó tanto éste llamado Híbrido (Laberinto Ediciones, 2011), que contiene textos de juventud. Dice ella en el prólogo (p. 11): “Muchos creen que mis personajes son ficticios, que incurro en oscuras fantasías, pero cierto es que los escritos de las décadas 60 y 70 están basados en hechos reales, en personajes que tocaron profundamente mi vida”. Le interesa contar historias de la gente fuera de lugar, de los que no aspiran al empleo fijo, la casita linda, la familia feliz.

Me han entrevistado muchas veces sobre hechos de mi vida y he contestado con precisión, según yo, algunas cosas. Mi amigo Alejandro Aldana Sellschopp lo hizo pidiéndome ir al detalle y allí descubrí que tengo demasiados huecos en la memoria. Por eso me hubiera gustado hacer lo que hace, lo que hizo Adela (p. 9): “Registrar por escrito el transcurrir de la vida hace posible el recuerdo”.

(Cito de memoria una conversación entre la reina roja y el rey, creo, de Al otro lado del espejo y lo que Alicia encontró allí, de mi admirado Lewis Carroll. Dice él: “No olvidaré este horror nunca”, y dice ella: “Si lo olvidarás, si no lo anotas”.)

 

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Lee+ en un periódico editado por las librerías Gandhi. El número 116, de enero 2019, Entrevistas, contiene muchos diálogos con autores disímbolos. Me llamó la atención que Carlos Cuauhtémoc Sánchez, epítome de lo que ningún escritor serio quiere ser, denostado por muchos y leído por estudiantes que lo suponen profundo (nunca lo he leído, así que no caeré en la simplificación de decir que es tan malo como me han dicho que es), dice que su mayor carta de recomendación para ingresar al mundo editorial fue de ¡Juan Rulfo! Por un familiar logró entregarle su primer libro (Sánchez tenía, dice, 19 años) y Rulfo (p. 30) “después de un tiempo me llamó y me entregó una carta que él había escrito en la que decía que para él era un honor hablar de la gran calidad literaria de esta obra de un autor joven”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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