La cartelización de partidos políticos. ¿Chiapas, otra vez, en la vanguardia?

Elba Esther Gordillo en asamblea de la organización política Redes Sociales Progresistas (RSP). Foto: Cortesía

Por Jesús Solís 

En la teoría e historia política contemporáneas se plantea que las funciones de los partidos políticos son la de mediar entre los intereses de la sociedad y los del gobierno. El abanico de opciones y modelos partidistas, que han buscado representar los intereses sociales y gubernamentales, es muy amplio. En la historia encontramos desde el partido de élite decimonónico hasta el partido marketing contemporáneo, pasando por el partido de masas; más familiar a nuestro contexto político.

En al menos los últimos veinte años, en las sociedades democráticas liberales, con sistemas electorales y de partidos afianzados, se ha situado un malestar en torno a la función mediadora de los partidos.

Este malestar, por supuesto, se vuelve más palpable en las coyunturas comiciales, generando marasmos catárticos en la sociedad que resultan, en el mejor de los casos, en temores del electorado. Sin profundizar, cabe decir que sabemos que muchos de estos malestares y miedos colectivos son producidos, justamente, por los intereses diversos de los también diversos sectores de la sociedad y el gobierno. Esto, no obstante, se traduce en una llamada crisis de la democracia y de partidos políticos.

Son muchos los elementos que definen esta crisis; uno de ellos es la confianza. En nuestro país, el nivel de confianza que la población tiene en los partidos políticos ha visto sus peores niveles en las últimas dos décadas.

A pocos meses de los comicios presidenciales del año pasado, solo 9% de los ciudadanos electores expresaban confianza en los partidos políticos. En el mismo sentido, la población daba una calificación muy baja de aprobación (20%)  al gobierno en funciones, la más baja desde el 2002 (Latinobarómetro 2017).

Sin embargo, en las elecciones más grandes de la historia del país ocurrida el año pasado, con una de las participaciones recientes más grandes del electorado mexicano, el representante del ejecutivo federal fue electo con más del 53% de los votos emitidos. Una victoria contundente en un contexto de descomposición y descontento social y ¿crisis del sistema de partidos?

Estamos, entonces, ante una crisis terminal o una crisis renovadora en la que se pueden hallar elementos que revitalizan la función de los partidos en un nuevo marco de relaciones entre Estado, gobierno y sociedad.

En fechas recientes, circuló la noticia sobre otra nueva formación política en nuestro país. Una de las primeras apariciones públicas, en la ruta de la formalización de esta nueva organización política, ocurrió en Chiapas en la semana pasada. No resultaría en nada novedoso el hecho, en un contexto de “normalidad democrática”. Lo es, porque como otras formaciones políticas que se están promoviendo, les caracteriza, entre otros rasgos que a continuación mencionaré, estar ligadas a emprendimientos personalísimos y familiares. Así es en el caso que promueve la ex primera dama Margarita Zavala, y así es en el del partido que promueven Fernando González y René Fujiwara, yerno y nieto de la maestra Elba Esther Gordillo Morales.

Estas formaciones políticas funcionan como cárteles. Según las tipologías de la ciencia política occidental. Se constituyen en órganos para-estatales, y les caracteriza el desapego de la sociedad a la que en teoría debieran representar. Les interesa el financiamiento público estatal para operar en los más amplios campos de interés social, aunque podrían sin ningún problema operar prescindiendo de los mismos. Se adaptan utilitariamente a las lógicas y marcos de control institucional e incluso ciudadano, y son funcionales para agregar los mínimos indispensables para el funcionamiento del mismo sistema.

La actividad política que desarrollan es autorreferencial y fundamentalmente mediática. No hay un programa político, en sentido clásico, y son, como regularidad, carentes de horizontes éticos y morales públicos. En contraparte, operan más bajo principios de colusión y prácticas empresariales. Funcionan mejor sobre acuerdos tácitos y reglas informales. Hacen de los vicios públicos virtudes privadas.

Les interesa convertirse en parte y agentes del gobierno, más que en representantes populares. El dominio de estas formaciones políticas las tienen líderes profesionales, y en una estructura vertical de mandos operan a través de activistas y políticos gerenciales.

¿Por qué una nueva formación con características como las reseñadas antes tiene presencia en Chiapas? Sin ingenuidad podríamos hilar una serie de respuestas. Las mismas considero, sin embargo, que habrán de ir saliendo conforme avancen y se acerquen los tiempos electorales. Los tiempos e ironía políticos por otro lado, hacen ahora más pertinente, a la luz de un nuevo gobierno federal y estatal con pretensión hegemónica y renovadora social, la pregunta: ¿por qué no un nuevo partido así en esta entidad?

Sin comentarios aún.

Deja una respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Comparta su opinión. Su correo no será público y será protegido deacuerdo a nuestras políticas de privacidad.