Doscientos camellos por una hija

Casa de citas/ 424

Doscientos camellos por una hija

Héctor Cortés Mandujano

 

Daniel Cassany ha publicado varios libros sobre la escritura, que he leído. La cocina de la escritura forma parte de biblioteca para la actualización del maestro (SEP/Anagrama, 2002) y en él cita Daniel un diccionario de lo políticamente correcto en los EUA, que ordena sustituir palabras que pudieran ser ofensivas para una persona o grupo. Fuera de los obvios y de algunos más o menos ridículos, el diccionario –es real, por supuesto– pide llamar (p. 47) a la “portera”, “controladora de accesos” y al “feo”, “cosméticamente diferente”.

Cita también a la escritora Natalie Golberg, quien contesta la pregunta ¿Por qué escribo? con once razones. Me encantaron la diez y la once (p. 52):

“10. Porque tengo algo que decir.

“11. Porque no tengo nada que decir.”

 

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Leo y veo con placer el libro El último combate (RM Verlag, 2013), del escritor Julio Cortázar y el artista plástico Julio Silva. Las páginas tienen fotos de los dos Julios; dibujos, reproducciones de cuadros de Silva y cartas, textos de Cortázar. En medio hay una sorpresa para los lectores: doblado en cuatro, un enorme cartel con una foto de ambos en divertida pose boxística.

Cortázar y Silva trabajaron juntos incesantemente (Silva hizo muchas portadas de los libros de Cortázar), fueron muy amigos e hicieron varias colaboraciones brillantes: Los discursos del Pinchajeta, La vuelta al día en ochenta mundos, último Round, SilvalandiaEl último combate es un tributo a esa amistad.

Dice Cortázar en “La protección inútil” (p. 57): “¿Tengo yo la culpa, oh tierra poblada de espinas, de ser un unicornio?”.

En una carta breve que escribe a Silva, le confiesa sobre una comida donde estuvieron juntos (p. 100): “Me sentí tan feliz que ahora que te escribo tengo la impresión de que las palabras son estúpidas”.

El último texto del libro es una entrevista que Saúl Yurkievich, amigo de ambos, hace a Julio Silva; éste usa en su primera respuesta una cita del Conde de Lautréamont (p. 139): “El arte es el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección”.

Las últimas páginas tienen una cronología de los trabajos hechos por Silva-Cortázar, que termina con (p. 157): “1984. Julio Cortázar fallece en París. En su tumba se alza una escultura de Julio Silva, escogida por el propio Cortázar”.

 

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Ilustración: Alejandro Nudding

Otro libro que disfruté, de gran formato, pasta dura y páginas con profusión de fotos e ilustraciones es Gilliamismos. Memorias prepóstumas (Malpaso Ediciones, 2015), biografía en tono de comedia de Terry Gilliam, certero artista visual, genial director de cine y único miembro norteamericano del célebre grupo inglés Monty Python’s (aunque a Gilliam le molestaron tanto la política y la actitud de los nacidos en su tierra, que, en 2006, renunció a la ciudadanía estadounidense).

He visto, divertido, los programas de televisión y las películas de los Monty, y luego he conocido y admirado una por una las geniales películas que ha dirigido Gilliam (también dirigió dos óperas): Brazil, El rey pescador, 12 monos, Miedo y asco en Las Vegas, Tideland

Cito algunas de sus ideas (p. 218): “Creo que la clave para sobrevivir es intentar mantener vivo al ‘niño interior’, sea lo que sea eso. Todos nacemos con curiosidad y capacidad de asombro, pero éstas se van perdiendo con los golpes que te da la vida. Yo he tenido la suerte de poder trabajar en algo que me permite mantener vivo a ese mocoso interno”.  Cuando habla de Tideland dice habla de nuevo de su niño interior (p. 268) “que siempre he sospechado que es una niña”.

Fue con una de sus hijas al Cairo y dice (p. 254): “Las tasas de trueque eran generosas: doscientos camellos por mi hija. ¡Una ganga única en la vida! Imposible decir que no. Pero, afortunadamente, la sangre tiró más que mi ardiente deseo de hacerme ganadero”.

Como seguidor de su cine, vi también la cinta Los hermanos Grimm, que dirigió Gilliam. Dice que leyó a los Grimm y que ellos, para quedar bien con “los lectores burgueses”, hicieron cambios sutiles (p. 265): “Por ejemplo, en ‘Rapunzel’, la bruja se percata de que algo raro pasa al descubrir que la cautiva está embarazada. No sólo se había soltado la melena, ¡el príncipe se la había follado!”.

Nunca ha leído a Freud, dice (p. 275), “porque no quiero enredar lo que me ha dado tantas cosas buenas. Sé que en mi cabeza flota toda clase de mierdas raras, pero no quiero analizarlas: quiero ponerlas a trabajar”.

Al final de su libro tiene una muy extensa lista de agradecimientos. Mi ojo caprichoso se detuvo en un nombre que me llamó la atención y que es el único mexicano al que se refiere en esta nómina que incluye famosos y desconocidos: Alfonso Cuarón. Y conste que fue antes de que Cuarón escribiera, fotografiara, produjera y dirigiera Roma, su obra maestra.

 

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Leo Tierra negra (sin datos de edición) del poeta desaparecido prematuramente Manuel Cañas Domínguez. Es un largo poema con momentos mágicos, con pulso suave y emotiva memoria de la infancia. Luego hicimos del poema una edición en Tifón (2018), con una nota introductoria de mi autoría, que me pidió Bety, su viuda, amiga mía.

Me gustó mucho esta digresión (p. 8):

 

No hace mucho tiempo,

pero qué es el tiempo

sino la serpiente que come sus crías

en el momento de darlas a luz…

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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