Las disculpas

En febrero de 1994, en pleno levantamiento zapatista, fui a Chiapa de Corzo a comprar algo para llevar a Xalapa. En una tienda de los portales, pregunté por algo y el dueño de la tienda, un chiapacorceño muy hablador con aire despreocupado, buscaba y me instaba en la venta posible de eso que buscaba; al mismo tiempo yo insistía en saber su opinión de lo que pasaba a escasa una hora de ahí. De pronto, entró un anciano indígena pidiendo limosna, la cara le cambió al vendedor y al instante comenzó a echarlo de la tienda con lujo de prepotencia y grosería. Se volvió a mi y con una sonrisa forzada y mezquina prosiguió con su venta con la certeza de que había quedado bien conmigo sin haber sido molestado por “extraños”.

Saco esta historia a propósito del debate suscitado en torno a la solicitud de disculpas del gobierno mexicano a España por el evento de la Conquista a las Américas, en particular lo que hoy es territorio mexicano. Es interesante y terrible el hecho narrado: un “blanco”, un mestizo, un “no indio”, con la sangre caliente de soldados y guerrilleros caídos por los combates de esos días, no se inmutó, ni siquiera movió las pestañas por averiguar o curiosear las razones de un levantamiento indígena (otro más en la historia de nuestro estado) que conmocionó a Chiapas, a México y al mundo entero. La normalidad de la superioridad “racial”, de clase social y de estatus seguía siendo imperturbable; lo cotidiano, la marginación de personas “ajenas” a nosotros, por color de piel y por eso que llamamos “indios”, con toda la carga despectiva que en más de 500 años en Chiapas ha significado todo lo peor; en una geografía donde los que han perdido la jugada de la historia han únicamente ellos.

De eso se trata el llamamiento a la disculpa, muy distinto al perdón aunque se quiera poner en el mismo nivel. En este estricto contexto, el perdón propone el desagravio de una parte desechando la revancha de la otra. Es mantener el equilibrio del desorden ocasionado por un hecho, un discurso, en este caso un suceso de la historia de gran relevancia para nosotros –los supuestos agraviados- y para el mundo entero. Las disculpas entran en otro plano: al suponer el hecho histórico de la Conquista, militar, avasalladora, imperial, y todo lo que ocasionó, disculparse indicaría que ante la supuesta ventaja de las consecuencias (buenas, en este caso, porque si no, no existiera nuestro país), hubo cosas que salieron incorrectas y en desagravio se pone la condición de “respeto” ante lo que estuvo mal. Obviamente, para el episodio de la Conquista, como para el Nazismo, la cosa no es de una simplicidad histórica. Hubo mucha sangre y dolor de por medio.

Capilla de la Santa Cruz de Conduacán, en Chiapa de Corzo. Foto: Arturo Jaramillo, INAH.

Ya se ha dicho que muchos países han pedido disculpas, igualmente nuestro país podría hacerlo por la forma en que, como secuela de la llegada de los españoles y nuestro propio desarrollo, se ha marginado a los indígenas. Pero el acontecimiento de la historia narrada esta ahí, implacable, y bajo esa mirada puede decirse que también somos racistas por la Conquista; si tenemos las cosas buenas de España también las malas. Esto no viene de la nada, no son actos aislados ni fuera de las épocas en que acontecieron. No sólo en México sino en el resto del continente.

Particularmente no le veo mayor relevancia a la solicitud de parte e México y me parece, sin contexto y sin la dirección adecuada, un mensaje quizá trasnochado de la componenda histórica que quisiera realizar. Muchos periodistas han dicho que la intención es que en la Cuarta Transformación no sólo cambien los procesos políticos sino la narrativa de la nueva historia que está por contarse. Pero el problema radica en que lo dicen los periodistas, no el gobierno mexicano. Si no se explica en qué sentido va tal petición, el significado puede quedar en la mera anécdota ya sea de la discordia o de la improvisación; o al revés, si se promueve bien, aportaría a la concordia internacional.

Ahora, lo más notable es lo que aflora. Las respuestas de uno y otro bando son desproporcionadas, fiel indicador que ni por asomo la herida está resuelta. Por increíble que parezca, Arturo Pérez Reverte, escritor de historia –y militar, sobre todo- reacciona como lo hizo y desata sensibilidades aparentemente escondidas y “olvidadas”. Entonces, un acto de resarcimiento debería ser inaplazable. No hacerlo no pasa nada, pero quedaría la duda, otra vez histórica, de no saber nunca si somos capaces de mirarnos a los ojos y plantearnos futuros colectivos. Solicitar (no exigir) disculpas y otorgarlas habla de entendimiento civilizado. De eso se trata: de civilizarnos más, de ser mejores sociedades y mucho mejores individuos. A 527 años, el violento hecho del somos mestizos no puede olvidarse, pero sí orientarse, a mejores mundos posibles.

 

 

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