Tapachula, ciudad refugio rebasada

Tapachula es México y es Centroamérica, y es, en el sur, la que vive con mayor intensidad la convivencia con migrantes.

Quizá unos tres mil, de los casi cinco mil –144 mil calculó la Secretaría de Gobernación que ingresaron en mayo– que a diario entran por esta frontera, llegan a Tapachula. Es una ciudad de acogida, que ahora se ve rebasada, con albergues que no tienen capacidad para atender a más personas. El Buen Pastor y la Casa del Migrante Scalabrini no tienen cabida para nuevos solicitantes, incluidas mujeres y niños; en las instalaciones de la Feria Mesoamericana o en la Estación Migratoria Siglo XXI no hay colchonetas para nuevos solicitantes.

La situación no es fácil, porque el número de migrantes aumenta, mientras esperan pases de salida o visas humanitarias.

A diferencia de otros tiempos, en que los migrantes eran hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, vistos estos últimos como parte del paisaje tapachulteco con ramificaciones familiares y sociales, ahora los migrantes vienen de lugares tan remotos como Bangladesh, Congo, Camerún, La India, y por supuesto, como Haití y Cuba.

Huyen de la pobreza y de la violencia, pero también por cuestiones menos palpables como la búsqueda del sueño americano en las tierras hostiles de Trump. Ahora la hostilidad empieza aquí y se prolonga lo largo de cuatro mil kilómetros que los separa de la línea divisoria con Estados Unidos.

En los setentas y ochentas, recuerda Nane Violeta Ángel, una finquera de estas tierras, “contratábamos trabajadores guatemaltecos y algunos salvadoreños, quienes llegaban con permisos y de forma ordenaba pasaban migración. Al terminar la cosecha retornaban a sus países. Antes vivíamos la convivencia armónica entre quienes ofrecían un trabajo y quienes lo tomaban, hoy palpo desconfianza, rencor, polarización, racismo, abuso”. Hay, ahora, la presión del gobierno para que los productores de soya, papaya, café y plátano contraten a 18 mil migrantes.

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A fines de los ochenta, la migración centroamericana empezó a tomar un nuevo destino. En lugar de las fincas cafetaleras, las brújulas apuntaron a Estados Unidos. Primero fueron los guatemaltecos y después los salvadoreños, víctimas de dolorosas represiones de gobiernos dictatoriales. Mucho después, se sumaron los hondureños, que hoy son mayoría en este éxodo imparable.

Hay, por su puesto mucha incertidumbre, y reacciones antimigrantes, muy parecidas a las que brotan en Estados Unidos. Algunos tapachultecos exigen una mayor intervención del Estado mexicano para detener la presencia de migrantes. Se les culpa del aumento de la delincuencia y del desempleo. “Mientras que a ellos se les otorga trabajo temporal, a los vendedores de dulces regionales nos han expulsado del Parque Hidalgo”, dice Javier López, quien protesta frente a la Presidencia Municipal junto con una veintena de comerciantes que se oponen a la reubicación de sus negocios. “A los migrantes les dan cama, comida y cuartos con aire acondicionado, en cambio a nosotros nos abandonan”, dice una vendedora.

Omar Ornelas Silva, delegado en el Soconusco del gobierno de Chiapas, no exhibe cifras, pero afirma que los delitos se han incrementado a partir de este año, con la presencia masiva de migrantes.

Tapachula es tolerante y generosa; productiva y dinámica; acogedora y caótica; centro económico fundamental y lugar donde miles de migrantes se han visto forzados a detenerse temporalmente o a vadearla ante la presencia cada vez más numerosa de la Guardia Nacional y de los agentes de migración.

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