El show de los aeropuertos  

Insignias de la modernidad, los aeropuertos representan el éxito a ultranza de la ciencia y el progreso, guías del incesante desarrollo hacia un mejor futuro regido por los avances tecnológicos. Como lo entendieron Max Horkheimer y Theodor W. Adorno en su Dialéctica de la Ilustración, la aporía modernizadora se ha instalado en el crecimiento en el orbe de estas mega construcciones porque al mismo tiempo que representan los rápidos desplazamientos entre regiones y continentes, también son el ejemplo del derroche de recursos junto con la incomprensión de las necesidades de las poblaciones y territorios donde se instalan.

En México, desde la toma de poder del Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, el término aeropuerto ha estado presente de forma reiterada en la opinión pública debido a la suspensión de la construcción del proyecto aprobado en la precedente administración encabezada por Enrique Peña Nieto. A lo anterior se unió el anuncio del cambio de ubicación del futuro aeropuerto de la Ciudad de México, ahora ubicado en la Base Aérea de Santa Lucía, en el municipio de Zumpango (Estado de México).

Las polémicas por la forma en que se dio la clausura de la inicial obra dirigida por el arquitecto Norman Foster, en conjunto con Fernando Romero, y su sustitución por el actual proyecto son de todos conocidas. Controversias que han continuado hasta el presente debido a que el colectivo NoMásDerroche ha bombardeado judicialmente la construcción de la nueva obra; un hecho ampliado con las informaciones trascendidas desde la Academia Mexicana de Impacto Ambiental (AMIA) y que han cuestionado los estudios previos y la viabilidad del nuevo proyecto aeroportuario.

AMLO.

Todo ello parece un despropósito, uno más si se toma en cuenta la problemática desatada por la concesión del primer diseño propuesto por Norman Foster. Tal hecho no debe hacer olvidar que los aeropuertos, con esa carga de sobremodernidad de la que habló Marc Augé, se han convertido en una ansiada demostración, por parte de los políticos de todo el mundo, de su compromiso con la modernización. Erigida en obra máxima del mundo contemporáneo, los aeropuertos ofrecen, en muchas ocasiones, el ejemplo de las mayores pifias y, tal vez, de las dudosas intenciones. Véase el caso de la cantidad de aeropuertos, transformados en elefantes blancos, en toda la geografía chiapaneca. Caso que podría compararse a los inservibles e inutilizados campos de aviación de España. Otro ejemplo de que la modernización no llega volando, como si fuera truco de magia, o mediante las decisiones tomadas desde el poder, puesto que si fueran políticas deberían tener otro talante y dirección.

Ese no-lugar que es el aeropuerto, en el sentido que también le dio el antropólogo francés  Marc Augé, hoy se eleva a elemento que transciende su condición de servicio para el transporte y muestra, en toda su complejidad, la realidad de las sociedades contemporáneas. A los intereses y corruptelas relacionadas con la concesión y construcción de sus obras, se une su condición de fetiche de una modernización siempre deseada pero imposible de lograr solo, y simplemente, a través de una construcción aeroportuaria. Como en los “cultos cargo” aparecidos en las islas del sur del Pacífico, donde sus pobladores construyeron rituales de agradecimiento a los espíritus tras contactar con poblaciones exógenas y el arribo de mercancías desde el aire, hoy se sigue pensando que la modernidad llegará del cielo. ¡Viejos nuevos espíritus modernos!

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