Arde el Amazonas

Por si fuera poco, dentro de la alarma generalizada que hay en el planeta por el deterioro ambiental, las inmensas llamas que consumen la selva del amazonas pareciera el colofón del discurso triunfalista de la humanidad sobre la naturaleza. Ironías de la realidad, arde el pulmón del mundo, mientras la guerra comercial, por dinero, mucho dinero, entre Estados Unidos y China, genera una crisis financiera mundial. A lo mejor no haya aire que respirar cuando las bolsas bursátiles se estabilicen y los ricos sigan siendo dueños de un mundo agónico otra vez.

Es curioso (por lo irónico que significa) pero en esta era que nos toca vivir, científicos han llamado la atención de algo que nunca se pensó ocurriría, que es la vulnerabilidad de la raza humana debido al deterioro del entorno natural a tal grado que, por primera vez en la historia, los habitantes de este planeta y todo su alrededor natural pueden desaparecer. Incluso se han dado plazos de la catástrofe que nos depara si continuamos con las mismas prácticas de autodestrucción; lo que sí es cierto son los grados de indefensión a la cual hemos llegado totalmente por nuestra responsabilidad. La desaparición de la raza humana es una realidad, la omnipresencia de su supuesta superioridad puesta en tela de juicio, su razón y equilibrio lógico hechos trizas.

La humanidad, a lo largo de su devenir, tiene por característica –casi intrínseca- el ser el eslabón más elaborado del desarrollo de la vida en este mundo. Este rol especial nos ha dado el medio para subsistir a lo largo y ancho del tiempo y de la geografía planetaria: (casi) ningún ser vivo tiene la capacidad de adaptarse a cualquier clima, espacio, geografía del planeta. Únicamente el ser humano. De esta forma, el entorno ha sido reconvenido para beneficio nuestro y nuestra propia salvaguarda como especie  y grado evolutivo, el Homo Sapiens.

El costo de esa distinción ha sido elevadísimo, incluso rebasa desde hace mucho su propia capacidad de formar parte de un todo, de un vínculo que nos haga parte de lo que nos rodea. El elevado y sofisticado nivel evolutivo a cuestas, ha llegado a tal grado que el Homo Sapienssiempre tiene el deseo inacabado de aspiraciones que rayan en el límite de su propia voluntad. La humanidad se ha sentido Dios. Y como tal, dispone equivocadamente de su inventada grandeza, destruyendo, corrompiendo y pasando por encima de todo proceso llevado a cabo en la naturaleza y el medio ambiente, como si fuese dueño, con disposición de hacer lo que le venga en gana siempre y cuando sea a beneficio propio.

El crepitar de la inmensa hoguera del Amazonas suena más crudo si se ve desde donde inicia y finaliza el incendio. Precisamente en estos momentos, donde más preocupados estamos por las consecuencias del deterioro ambiental, el pulmón del mundo se quema. Es como si la naturaleza nos recordara, de golpe, que andamos con medias tintas, la salida esta cerca. Tampoco se trata de la reprimenda mediática de llorar todos por el Amazonas, en el tono de si no es Notre Dame, no pasa nada. No obstante, cuando el fuego llegó a cundir más allá de lo que uno espera en un siniestro de ese calibre, el mundo volvió los ojos a esta parte, Latinoamérica, para emplazar a la ayuda, ahora sí, de todos los involucrados.

Pareciera que las catástrofes son cosa normal en esta parte del planeta; como si fuese parte de lo que se piensa de Latinoamérica, desordenada, caótica, contrario al drama de Notre Dame, en pleno corazón de la racional Europa. Solo que esta vez lo que se juega en futuro es cosa mucho más seria que el estereotipo fincado en los buenos y malos, los bienvenidos y los no deseables, los incluidos y excluidos; tiene que ver con tocar fondo en el tema ambiental y ver si podemos salir de éste, con otra posición y con otra actitud, más cercana a la humildad y lo que hemos sido, somos y, si queremos, también lo que podríamos ser.

 

 

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