Spoilers

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Spoilers

Héctor Cortés Mandujano

 

Hay cuatro películas, cuyos finales me han impresionado. O por dejar en suspenso algo que inmediatamente va a pasar, y que ya no veremos; o porque termina dejando una duda pendiente o porque lo abrupto del fin es un modo de buscar lo no redondo, lo no perfecto… Las cuatro las vi hace tiempo, de modo que lo que describa se atiene más a mis recuerdos que a lo que, tal vez, sea en realidad la escena. En fin… Pondré en negritas los títulos por si no las has visto, lector, lectora, y no te quieras enterar de lo que contaré aquí: los finales.

 

El bruto (1953), dirigida por Luis Buñuel. Paloma (nótese el nombre), interpretada por Kathy Jurado, es una amante despechada que, justamente por eso, hace que maten al hombre, Pedro (Pedro Armendáriz), del que está apasionada. Se arrepiente, claro, y entonces sale como loca llorando por el patio de vecindad, que ha sido escenario de la historia, y se halla en el camino con un gallo. El gallo la ve con los ojos redondos, de asombro permanente, y parece acusarla. Ella llora, ahora, ya no con arrepentimiento, sino con miedo. La cámara se centra en el gallo, en su mirada. Fin.

[El cine de Buñuel está lleno de animales, pero los más constantes son las gallináceas. En Prohibido asomarse al interior declara a Tomás Pérez Turrent y José de la Colina: “Un ave de cualquier clase, un águila, un gorrión, una gallina, los sentía como elementos de amenaza. ¿Por qué? No sé. Es algo irracional”.]

 

Monty Python and the Holy Grail (Los caballeros de la mesa cuadrada la llamaron en español, 1975), dirigida por Terry Gilliam y Terry Jones. En esta película, el famoso grupo de cómicos que conforman Monty… hace lo que han hecho en la televisión y el cine: armar secuencias sin lógica y con todos los absurdos posibles, lo que hace su propia marca de humor. Aquí, ubicada en los tiempos del rey Arturo, las aventuras se mueven hacia todos lados y, sí, hay como siempre incorrección política, sexo y violencia parodiada.

El final, sin embargo, hace que los actores, vestidos con trajes de época, den con un grupo de personas actuales y que una de éstas arremeta contra el camarógrafo, que no deja de filmar. Le dicen algo así como Ya, hombre, deja de filmar, ¿okey? El manotazo hace que la cámara se apague y la película termine.

 

Perfume de violetas (2001), dirigida por Maryse Sistach. Una madre (la perfecta actriz Arcelia Ramírez), vendedora en una tienda de zapatos, con una pobreza digna ha cuidado a su hija con esmero, aunque por su trabajo tiene que dejarla sola casi todo el día. La niña-adolescente se hace amiga, en la escuela popular a la que acude, de una delincuente juvenil, que es el reverso de la moneda: abandonada por su familia, en contacto permanente con la violencia, la prostitución, las drogas.

Aunque no lo hace con premeditación, sino casi por accidente, la niña delincuente mata a la hija de la zapatera y para huir de las consecuencias no se le ocurre otra idea más que ir a la casa de su amiga muerta y acostarse en su cama, taparse con sus cobijas.

La madre tiene la premonición de que algo malo ha pasado con su hija y vuela hasta su casa, entra al cuarto de su niña, ve el bulto acostado y suspira con tranquilidad. La cámara toma el rostro de la adolescente asesina y el brazo de la madre que empieza a jalar la cobija para destaparla. Fin.

 

Enemy (El hombre duplicado, 2013), de Denis Villeneuve. Basada en una novela de José Saramago, cuyo título explicita la trama, en esta cinta un hombre descubre que tiene un sosias, otro que es exactamente como él. Comienza a seguirlo y poco a poco se va dando cuenta de que pueden intercambiar vidas sin que nadie note la diferencia. Al mismo tiempo se descubre recuerdos que no está seguro de que sean suyos. Ocurren, por supuesto, varios episodios laterales. Logra encontrar una solución a la problemática de su vida y de la mujer que se supone es, quizás, la suya. Todo está en paz. Se mueve en su cuarto y, de pronto, en el último segundo de la película, aparece una enorme araña, de mayor tamaño que él, de patas peludas…

 

***

 

Leo dos obras ensayísticas sobre teatro y me llama la atención algo que encuentro en ambas sobre la ópera. Dice Juan Agustín Rossi Vaquié, en Tratado de la puesta en escena (Escenología, 2006) que (p. 121) “la gestación de la ópera como nuevo género de espectáculo, fue producto de un ‘error genial’, ya que sus creadores, al estudiar la complicada métrica de la tragedia griega, sus ritmos, entonaciones e intervenciones de sus coros, pensaron que al crear el estilo operístico estaban recreando la tragedia griega, cuando en realidad inventaban algo completamente nuevo. […] Pieri y Caccini se dieron por finalidad el hacer resurgir la declamación griega con acompañamiento musical”.

En Tendencias interculturales y práctica escénica (Escenología, 1994), con textos de muchos nombres conspicuos de la dirección, la dramaturgia, la práctica escénica (Brook, Barba, Grotowski, Fo, por mencionar a los más conocidos), con introducción y notas de Patrice Pavis y Guy Rosa, Jean-Jacques Roubine escribe en “Apología de la tradición o la ópera como objeto transcultural” sobre el nacimiento de este género, la ópera, y dice que (p. 65) “está marcado con el sello del mestizaje cultural; sabemos en efecto que intelectuales y músicos del fin del Renacimiento italiano trataban de encontrar los secretos del teatro antiguo”.

En este volumen hay varias ideas para compartir. Dice Peter Brook en una entrevista que le hace Rosette Lamont algo radical (p. 106): “La única diferencia entre el teatro y la vida es que el teatro es real”; Ariane Mnouchkine en “El teatro es oriental…” dice más o menos lo contrario (p. 257): “El mismo texto de Shakespeare está por lo demás oculto pues no es una conversación de salón o de café. No es el realismo sino la poesía. El teatro es arte y la vida es otra cosa”.

Helmut Karasek y Urs Jenny entrevistan a Robert Wilson y éste declara en una de sus respuestas (p. 157): “Un texto es sólo una superficie, es la piel y debajo está la carne, y todavía más abajo, los huesos. En una sola palabra, digamos Hamlet, o en una sola letra, en esta letra H hay todo lo que un ser humano ha sentido ya, aprendido y sufrido”.

En “Sobre la hibridación cultural”, Jaques

Foto: Mario Robles

Nichet cita un fragmento de Synge, que me encantó por extravagante y que transcribo (p. 209): “Conocí a un individuo que había recibido en la cabeza una coz de una yegua roja y se puso a matar caballos durante mucho tiempo, hasta el día en que comió el interior de un reloj de péndulo y murió por ello”.

Adrian Kiernander escribe en “El Oriente es lo femenino: lo intercultural en el Théãtre du Soleil” sobre la masculinidad que no está basada en el falo y usa como ejemplo a Gandhi para contrastarlo con Nehru, un personaje teatral (p. 263): “Alguien como Gandhi es mucho más viril que Nehru”.

Darío Fo habla de lo mucho de ropa que usaron los hombres en ciertas etapas históricas. Se detiene en los abrigos y escribe (p. 276): “Pero el verdadero problema de los abrigos comenzaba cuando soplaba fuerte el viento y los inflaba como grandes velas que llevaban a los nobles más allá de las nubes. Se perdieron muchos de esa manera”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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