El ansiado Waterloo de la oposición

Esperaron dos años, en campaña y ya como presidente de México, y por fin les llegó la navidad. Por fin, una oportunidad, la más esperada, la de encontrar un punto débil en la figura del mandatario. Esa llamada “oposición”, que es una extraña mezcla entre conservadores, izquierda renegada o nunca completada, ultras de derecha, intelectuales liberales al servicio de los gobiernos en turno, ex presidentes desmemoriados, etc., tendrá una semana de antología ante el fallido intento de aprehensión del hijo del capo de la droga más famoso de México.

El ambiente de encono que vive la política nacional alcanzó su clímax estos días. No es menor el hecho, la polarización ha entubado el razonamiento y se ha colocado como principal argumento la defenestración entre los que creen en la Cuarta Transformación y sus detractores. Sin puntos medios, únicamente las innecesarias muestras de protagonismo por las dos partes, donde se va el escaso oficio de análisis que ha cobrado el quehacer político actualmente. Todas las redes sociales se han volcado, tanto de un bando como de otro, en esparcirse como plagas de la indulgencia e infortunio, según sea el caso. Ya no hay tregua, cada vez nos empantanamos en bizarros epítetos y denostaciones que no llevan a ningún propósito, a no ser el de la confrontación.

Porque por supuesto que para los críticos no importa absolutamente nada de lo acontecido en Sinaloa. Es el efecto mediático lo que está en juego; agarrarse a éste con fuerza y furia y no soltarlo hasta saciar el vendaval de las críticas hacia un acto que sólo tenía un callejón, y sin salida. Si se actuaba con la fuerza, se le recriminaría al gobierno de violentar el discurso pacifista que esgrime desde el inicio de sexenio; si no se hacía eso (que fue lo que lo que pasó), peor. Lo que aparece aquí no es exactamente la crítica a un fallido acto político del gobierno actual, sino la posibilidad del escarnio a todas luces. Buscaron un resquicio por dónde entrar en la impermeable e indemne figura del presidente; buscaron por todos lados y nunca hallaron la oportunidad que, ahora sí, han tenido ante sus ojos, aprovechando todos los discursos adversos posibles ante la administración actual. Una venganza en clave política. ¿Pero de qué se vengan los opositores?

Desde que comenzó la llamada Cuarta Transformación, una de las cosas que ha dejado claro es el diagrama de poderes en los que se encontraban los escenarios políticos nacionales. Para nadie es secreto la existencia de esa “élite” que, literalmente, se había apropiado del país, de todos sus recursos y dejando pauperizado a amplios sectores de la población y enriqueciendo a unos cuantos. No es una fantasía, no es un “lugar común”. Es y ha sido una terrible historia desde hace prácticamente un siglo de los gobiernos en turno antes de MORENA. No son casuales los enfados de poderosos personajes de la política conservadora, como Vicente Fox, Felipe Calderón y Diego Fernández de Ceballos, este último acusado de evadir sus responsabilidades ciudadanas en sus costosísimas propiedades. No lo son porque en sus fuertes declaraciones de casi todos los días en contra del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, pareciera más bien un inacabado encabronamiento de quien les quitó todos los privilegios que gozaron desde hace décadas. Cuando sale a luz pública lo que se ha llamado la corrupción “desde arriba” no deja de seguir impresionando que no hay ningún campo de la vida institucional que no esté contaminada (ni saqueada) por esa élite ahora desplazada. Ninguna.

Por eso Fernández de Ceballos nunca pagó impuestos, y menos hizo el intento de cumplir con esa obligación. ¿Para qué, si eran intocables, o impunes y corruptos?

De ahí que el Waterloo esperado, ansiado como agua de mayo, haya llegado. Impresiona saber que gente respetada en otros campos del periodismo y la literatura como Héctor de Mauleón o Rafael Pérez Gay se vayan por la “puerta fácil” de la crítica grosera y callejera, y ahora se explayen en demasía, con el estómago más que con la razón, en los evidentes y cuantiosos errores del operativo en Culiacán.

No se deja de lado la contradicción del discurso de Obrador. Si bien nadie, en su sano juicio, quiere la guerra, no queda claro en qué consistirá el “combate” a la delincuencia organizada, armada hasta los dientes y empoderada cada vez más en sus acciones delictivas. No quedan claras las cosas para hacer que la gente recobre el sentido de seguridad por la que apostamos a la construcción de un nuevo pacto entre Estado y ciudadanía.

Lo que sí urge es renovar esta alianza, y no estar en la espera de un mejor estado de cosas sin nuestra participación, la colectiva, la comunitaria. Este episodio tan dramático en la vida nacional puede ser el parteaguas para localizarnos como parte de un objetivo común, el de fortalecer a México. Urge ya.

 

 

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