Comitán y contrabando, mediados de 1839

© Templo de Santo Domingo, hoy. Comitán de Domínguez, Chiapas. 2019

Con esta incierta perspectiva comenzamos inmediatamente a reparar lo dañado y a hacer preparativos para nuestro viaje. La comodidad de encontrarnos en este apartado lugar en la casa de un paisano difícilmente puede ser apreciada. En su vestimenta, modales, apariencia, hábitos y sentimientos, el doctor era tan natural como si lo hubiésemos conocido en nuestro propio país. La única diferencia era su lenguaje, que no podía hablar coordinadamente, sino intercalándolo con expresiones españolas.

Andaba entre la gente del pueblo, pero no era uno de ellos; el único lazo que lo notaba era una belleza española de ojos negros, una de las pocas que vi en aquella región por quien un hombre podría olvidar a los parientes y al hogar. Estaba deseoso de abandonar el país, pero se lo impedía una promesa hecha a su suegra de no hacerlo durante la vida de ésta. Vivía, sin embargo, en tan constante ansiedad, que esperaba que ella lo dejaría en libertad.

Comitán, la ciudad fronteriza de Chiapas, tiene una población de alrededor de diez mil habitantes. Posee una soberbia iglesia y un convento bien lleno de frailes dominicos. Las clases superiores, como en América Central, tienen sus residencias en la ciudad y obtienen su subsistencia de los productos de sus haciendas, las cuales visitan de cuando en cuando. Éste es un importante lugar de comercio, y ha llegado a serlo por el efecto de malas leyes: ya que, a consecuencia de los elevados derechos en las importaciones autorizadas en los puertos mexicanos de entrada, la mayor parte de los bienes europeos que se consumen en esta región entran de contrabando procedentes de Belice y Guatemala.

El producto de las confiscaciones y los gajes de los empleados son partidas de tal importancia que los funcionarios se mantienen alertas, y el día anterior a nuestro arribo, veinte o treinta cargas de mula que habían sido capturadas fueron traídas a Comitán; pero las ganancias son tan grandes que el contrabando es un negocio permanente, en el cual el riesgo de la captura es considerado uno de los gastos necesarios para su sostenimiento.

Toda la comunidad, sin exceptuar a los empleados de la aduana, se interesa por él, y su efecto en la moral pública es deplorable. Los mercados, empero, no están sino pobremente abastecidos, según descubrimos. Enviamos por una lavandera, pero no había jabón en la ciudad. Queríamos que herraran nuestras mulas, pero sólo había hierro suficiente para una. El encontrar botones para pantalón, de tamaño adecuado, compensaba otras carencias. La falta de jabón era una circunstancia deplorable. Durante Varios días nos habíamos complacido con la agradable esperanza de que fueran lavadas nuestras sábanas.

El lector podrá, tal vez, considerarnos exigentes, ya que hacía sólo tres semanas que habíamos dejado Guatemala, pero habíamos dormido en miserables cabildos, y en el suelo, y se habían puesto de un color muy dudoso. En tiempos de apuro, sin embargo, encomendadme a la simpatía de un paisano. Don Santiago, alias el doctor M’Kinney, nos ayudó en una hora de necesidad, y nos proporcionó jabón, con lo que nuestras sábanas fueron purificadas.

He omitido una circunstancia, la cual, desde el momento de nuestro arribo a la región, habíamos notado como extraordinaria. A los caballos y a las mulas jamás se les ponen herraduras, excepto quizás algunos pocos caballos de placer usados para pasear por las calles de Guatemala. En el camino, no obstante, se nos aconsejó, después de que habíamos salido, que era conveniente que las nuestras fuesen herradas; pero no había un buen herrero, excepto en Quezaltenango, y como estuvimos en aquel lugar durante una fiesta, no quiso trabajar.

Al cruzar largas cordilleras de pedregosas montañas, ninguna de ellas sufrió, excepto la mula de silla del señor Catherwood, cuyos cascos se gastaron hasta la carne. Las dificultades de Pawling ahora habían terminado. Le conseguí un pasaporte independiente, y tenía ante sí un camino franco hasta [la ciudad de] México; pero su interés se había despertado: se hallaba poco dispuesto a dejarnos, y tras una larga consulta y deliberación, resolvió que iría con nosotros a Palenque.

Capítulo Dos. La partida. Sotaná [Jotaná]. Un millonario. Ocosingo. Ruinas. Principio de la estación de lluvias. Una guía femenina. Llegada a las ruinas. Figuras de piedra. Estructuras piramidales. Un arco. Un ornamento de estuco. Un dintel ¡de madera! Una curiosa cueva. Edificios, etcétera. Un terraplén. Más ruinas. Viaje a Palenque. El río Grande. Cascadas. Sucesión de pueblos. Un maniático. El Yahalón [Yajalón]. Tumbalá. Un lugar agreste. Una escena de grandeza y sublimidad. Cargadores indios. Una montaña escarpada. San Pedro.

El primero de mayo, con un bullicio y una confusión semejantes a los de tal fecha en nuestra patria [no existe aún el Día del Trabajo], salimos de la casa de don Santiago; montamos y nos despedimos de él. Sin duda, su rutina diaria no ha sido alterada desde entonces por la visita de algún compatriota, y la comunicación es tan difícil que casi nunca recibe noticias de la patria. Nos encomendó mensajes para su amigo el doctor Coleman, cónsul de los Estados Unidos en Tabasco, quien para entonces ya había muerto; y tal vez el lector sienta compasión por él, cuando mencione que un ejemplar de la presente obra, que pretendo enviarle, probablemente nunca llegará a sus manos.

cruzcoutino@gmail.com agradece retroalimentación.

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