De qué lado duerme el monstruo…o el feliz año nuevo deseado

A Ana Laura Saucedo González

Ni bien terminábamos de darnos los abrazos y parabienes de las fiestas de año nuevo cuando una bomba que asesinó a alguien en Medio Oriente nos espabiló feamente y nos mostró la posibilidad de una nueva guerra internacional. Ante el mercado de la felicidad artificial de las navidades, Estados Unidos propone mostrar sus intereses supremos por encima del candor espiritual en estas fechas de fin de año. El Gran Capital no tiene sentimientos.

Ante la avalancha de los acontecimientos, sociales y políticos, de las fiestas pasadas lo que resta es encomendarnos con las buenas inercias y que decidan por nosotros antes de caer avasallados por este que, promete, será un año lleno de avatares e incertidumbres.

Pero, vamos, nada nuevo bajo el sol, ese como el que se derrite en Australia, el mundo gira a su modo y nosotros, los mortales, debemos (re) codificarlo y posicionarlo como nuestra realidad, la única, y la que solamente en esta vida podemos vivirla.

Una forma de contrarrestar aquello y dejar que las fiestas navideñas no sean solo un efímero recuerdo que alborota nuestros corazones, es elevar el arte como forma de cotidiana de sentir este mundo que nos tocó vivir. El arte como forma humana de subjetivar todo lo que ve; lo que debe decir de nosotros y no podemos decir con nuestras palabras puras y llanas.

En 2019 se celebraron 50 años del disco Abbey Road de los Beatles. Seguramente a Donad Trump no le interesó mínimamente la noticia, pero alrededor del planeta hubo gente que sí. Desde luego, me incluyo, y la fiesta debe continuar como cuando alguien rememora cuántos años deben pasar, dijera el jefe Dylan, para darnos cuenta de que las cosas hermosas están ahí, al alcance de nuestras manos. La mas grande obra del pop beatle (según yo) y una de las cinco más grandes de toda la historia de este estilo musical, partió pastel para regocijo de quienes pensamos el arte, la creatividad, como la forma insalvable de definir la humanidad. Si, es lugar común, lo sé, pero ¿y qué? ¿Acaso no han pensado en eso alguna vez? En vez de un dron que despedazó el cuerpo de un general que nadie conocía, podemos vivir el mensaje que nos da la gente que crea y cree, la que se explaya para darnos ese “algo” y permite pensarnos más allá de nuestros límites.

Es la disputa diaria, con el cuchillo en la boca, por la cual cada quien debe combatir su Verdad. Y pelearla quiero decir eso: defenderla con todas nuestras capacidades para que las ansias de ver un espacio de vida más cómodo puedan ser plausibles y, sobre todo, reales, o lo que queramos que eso sea.

Hace alrededor de dos años conocí en mi espacio de trabajo a Don Rafa, o Don Rafita como le decía todo el mundo. Intendente, jardinero, una persona mayor que hacía muchas cosas a la vez. Sombrero en ristre, cubriéndole el sol inclemente de todas las estaciones posibles; bigote como el General Zapata, camiseta sin mangas, todo el tiempo. Lo saludaba esporádicamente, pero una vez lo vi con un brazo lleno de vendas. Le pregunté y me dijo que había tenido un accidente pero no era fractura. Pensé: debe ser jodido que alguien se lesione su fuerza de trabajo, no necesariamente física, y siga ahí, tan campante. Me imaginé yo, sin vista, o sin poder hablar, o sin caminar al salón de clases. A partir de ahí nos saludábamos más o menos frecuentemente, un “buenos días”, a veces apretón de manos, con otros compañeros suyos; otras veces de lejos. Él siempre afable, bonachón. Buena gente.

Después noté su ausencia. Una colega me dijo que un hijo suyo había fallecido. No quiero pensar en el indescriptible dolor de la pérdida que, cuando regresó, ni siquiera nos la obsequió como ofrenda, para que lo comprendiéramos y así nuestra lastimera sensación de sabernos “comprensivos” pudiese quedar salvada ante el inevitable hecho de la muerte de alguien. Al contrario, Don Rafa siguió sonriendo, amable como nadie, platicador a su modo.

Un día nos dijeron que había fallecido. De repente, rápido. Un día lo ves otro no, y para siempre. Este tipo de noticias son raras, siempre lo son. Cuando lo supe, iba a una reunión de trabajo a embriagarme, literalmente, de pleitos y egos de mi entorno laboral. Entonces, la lección, sin querer, de Don Rafa, era esa que ahora pretendo describir. Es el intento, únicamente eso, lo que puede hacer valer la capacidad creativa de nosotros, ustedes, de todo el mundo. Ojalá se logrará, pero si no, con que se piense e intente, hacemos de este momento único e imprescindible al lado de quienes queremos y nos quieren. Feliz año nuevo a tod/as.

 

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