Deidades momentáneas

Casa de citas/ 463

Deidades momentáneas

Héctor Cortés Mandujano

 

 

Del acervo Algarabía, leo Los artistas y sus artimañas (Lectorum, 2013), que es una reunión de textos sobre vida y obra de gente dedicada a la literatura, la música, la pintura, la arquitectura, el cine…

En “La conjura de los genios”, Iván Ríos Gazcón analiza la trayectoria de dos directores de cine considerados tan malos que se han vuelto de culto (Juan Orol y Ed Wood) y allí pienso (el texto no se refiere a eso, la inferencia es mía) se halla la explicación de las llamadas películas comerciales, donde no se hacen líos para poner lo que se les viene a la cabeza ni se esfuerzan por hacer creíble ninguna situación. Tal vez piensen lo que dice Ríos que Ed Wood tenía claro (p. 62): La gente no va al cine a creerse todo lo que ocurre en la pantalla.

Javier Marías analiza varias fotografías de escritores. Lo hace de maravilla. Me gusta que llame a su texto “Artistas perfectos” y son eso (p. 66), “ya que ahora están todos muertos”.

En “Pink Floyd”, Julio Derbez usa una palabra que me encantó. Dice que el vocalista no tenía como otros (The Beatles, The Rolling Stones) una imagen (p. 140) “flamboyante”, que significa flamante, extravagante. Suena bonita.

En “Cantinflas: el hombre del detalle”, María Luisa Durán cita unas divertidas líneas cantinflescas (p.151): “La justicia llega, tarde, pero llega. Lo que pasa es que, como es ciega, no sabe por dónde anda”.

 

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Foto: Mario Robles

Me gusta leer a Charles Simic. No es extático ni reverencial consigo mismo. No intenta convertirse, como muchos, en una estatua. Es divertido y diverso, lector inteligente y desprejuiciado. Todo eso se cuela a su escritura y por eso disfruto con El flautista en el pozo. Ensayos escogidos 1972-2003 (Cal y arena, 2011, selección, traducción y prólogo de Rafael Vargas).

En los primeros textos de este libro, se refiere a las palabras. Dice en “Palabras maravillosas, verdad silenciosa” (p. 24): “ ‘Deidades momentáneas’ es, creo, como los griegos consideraban a las palabras”, y en “Por qué ciertos poemas me gustan más que otros” escribe (p. 46): “Las palabras son empobrecimientos, espléndidas pobrezas”.

Dice en “Emily Dickinson: Cajas chinas y teatros de títeres” (p. 71): “El hecho mismo de estar consciente ya es estar dividido, ser múltiple. Hay tantos otros yo dentro de mí. El mundo entero viene a visitarnos a nuestra recámara interna”.

Cuenta de sus principios de poeta y nos regala con una de sus imágenes locas y certeras (p. 81): “En una cabeza tan vieja como la mía, hay una gallina ciega –que de vez en cuando encuentra un granito de maíz– cuyo nombre es amor”.

Tiene varios textos autobiográficos. “En el comienzo…” habla de su infancia. Simic nació en Belgrado y (p. 88) “los alemanes bombardearon Belgrado en abril de 1941, cuando yo tenía tres años de edad”. Lo llevan al campo; allí, con los abuelos, se queda un tiempo (p. 91): “El jardín estaba lleno de yerbas y girasoles. Me gustaba ir a ocultarme entre ellos, pero había víboras en todas partes, incluyendo el montón de rocas bajo mi ventana. Me sentaba en los escalones y hablaba con ellas, y ellas silbaban en respuesta. Una vez le tiré una piedra a una, fallé, y me quedé preocupado de que esa noche fuese a visitarme a mi cama. […] El río estaba cerca pero íbamos sólo a meter los pies. Había cadáveres en sus aguas”.

De “El flautista en el pozo” es esta idea (p. 151): “La poesía siempre será el concierto de gatos bajo la ventana del cuarto en el que se escribe la versión oficial de la realidad”.

A Charles, como a su papá, le encanta comer y a ello se refiere en “Comida y felicidad” (p. 155): “Preguntémonos con sinceridad, ¿qué preferiríamos, la descripción de un primer beso, o de una calabaza rellena cocinada a la perfección”.

En “Distintos de nosotros”, propone esto (p. 191): “He aquí una nueva teoría de la evolución: los seres humanos descendemos de la especie de monos menos inteligente; los verdaderamente inteligentes siguen siendo monos”.

Simic es un lector de tiempo completo; cuenta en “Días neoyorquinos, 1958-1964”, otros de sus textos biográficos, que hubo momentos en que a veces orinaba con un libro en la mano (p. 200): “E incluso en mi ataúd, algún día, estaré sosteniendo un libro. El libro tibetano de los muertos sería lo más apropiado, pero preferiría un manual de sexo o los poemas de Emily Dickinson”. En esos tiempos apareció la generación Beat (Ginsberg, Burroughs, Kerouac, los más famosos), que asustaba a las buenas conciencias (p. 206): “ ‘¡Oh, Dios, desciende y cógeme!’, imploraba una joven en su poema”.

Cuenta Simic en “Pablo Neruda: El arte de hallar la poesía en lo insospechado” que se encontró una antología de poesía latinoamericana. Él leyó el nombre de los poetas y se dio cuenta que no había leído a ninguno. Tomó el libro, sin embargo. (p. 243): “Lo pagué rápidamente y me apuré a llegar a casa para leer sus 666 páginas esa misma noche”.

Entiendo sus ansias, porque yo las siento. A veces me voy a dormir y no puedo, porque estoy pensando incesantemente en los libros que acabo de leer, en los que quiero leer al día siguiente…

 

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Como Simic, yo me hallé en una librería con las Fábulas (Lectorum, 2010), de Robert Louis Stevenson (1850-1894), de las que no tenía noticias. Vienen con un prólogo de Borges y Roberto Alifano, y son una colección recopilada luego de su muerte. Una verdadera delicia, que leí apenas vuelto de comprarlo. Hay en “La piedra de toque” una doble alusión, que yo no había oído, y que se supone sirve para alabar la prudencia en lo que se dice (p. 62): “Cuando los dientes están apretados, la lengua está en su casa”.

 

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En Novia fugitiva (Runaway Bride, 1999, dirigida por Garry Marshall), el personaje que interpreta Julia Roberts ha escapado de tres bodas en el último momento. Está de nuevo comprometida. Richard Gere, en su personaje de periodista, llega al pueblo y platica con la abuela; ésta le explica cuál es la razón de huir de las ceremonias. Le dice que su nieta no tiene miedo a la boda, sino a la noche de bodas: “Las niñas inocentes le tienen pavor a la serpiente de un solo ojo”. La Robert le aclara: “Abuela, logré encantar a la serpiente de un solo ojo desde hace tiempo”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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