La muerte abre los ojos, de Héctor Cortés Mandujano y Raúl Ortega

“Los niños son como las flores que nacen en la pared terrosa de los abismos: no necesitan condiciones especiales para crecer, para florecer, para ser felices”, La muerte abre los ojos

En La muerte abre los ojos, Héctor Cortés Mandujano y Raúl Ortega juegan a armar el rompecabezas de la sangre, del suspenso y del amor, con las palabras del primero y las fotografías del segundo.

Por acuerdo de ambos. Raúl envía una fotografía tras otra a Héctor. Con la primera, de un gato siamés en la penumbra, arranca la vertiginosa novela a orillas del mar, en un hotel abandonado, que pronto se llena de balazos y muertos y huérfanos.

Es un juego de imágenes; un tributo a la amistad inquebrantable. “Esta novela nació de la amistad”, lo dejan claro desde el principio. Una fotonovela, me había dicho Héctor hace algunos meses cuando me habló de este experimento lúdico y creativo. Por eso no falta la intriga, la mujer guapa, el engaño, el fraude. Es un homenaje a ese género menor, la fotonovela, muy enraizado en el México de la segunda mitad del siglo XX. En su momento, Mario Vargas Llosa evocó con La tía Julia y el escribidor la época de oro de las radionovelas. Es algo parecido.

El título, sin embargo, no está pensado para recordar la fotonovela, sino la fugacidad y la violencia. Nuestra violencia diaria. Los títulos fotonoveleros eran ramplones, exagerados, intrigantes, picarescos: Llama eterna, Un marido poco serio, Buscando hogar, El juramento, Pacto de amor

Alexis Sánchez, Raúl Ortega y Héctor Cortés Mandujano en la presentación de La muerte abre los ojos.

La muerte abre los ojos se lee con rapidez contagiosa. Está escrita con sencillez – “El tiempo cerró los ojos anoche, hoy los abre: amanece” –;  aquí y allá aparecen interrogantes, se barajan respuestas, hay una atmósfera de thriller rocambolesco y divertido, con frases para subrayar: “La negrura es casi física, constata él; uno podría estirar la mano y tomar un pedazo de noche como si se pudieran repartir así las maravillas del universo”.

Desde el epígrafe inicial –una cita de la serie Chef’s Table: “El menú que tiene en Arpège es único. Todos los días cocina solo con lo que le llega de la huerta” –, hasta el final, con la fotografía de otro gato, no abandoné esta extraordinaria novela escrita a dos manos, cuatro ojos y una amistad duradera y memorable. Es un homenaje mutuo de dos amigos, con imágenes –visuales y literarias– que se abrazan para trazar el camino de sangre y suspenso.

Aparecen personajes reales: Juana Bacallao, la mujer que inspiró la famosa canción Juana la cubana; la prodigiosa fotógrafa Graciela Iturbide; Paula, Paulita, la hija de Raúl Ortega y de María Espinosa, y la mano de la Poniatowska, de mil frases literarias y certeras, que escribe una dedicatoria con caligrafía antigua y exquisita.

Ahí está La muerte abre los ojos de la fértil escritura de Héctor Cortés Mandujano y del ojo avisor de Raúl Ortega para el disfrute de todo lector, lectora.

 

 

Cortés Mandujano, Héctor, y Raúl Ortega (2019). La muerte abre los ojos. Ciudad de México: Grupo Editorial Azul, pp. 182

 

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