Té de limón

té limón

 

La vista de Roberta estaba posada sobre las llamas de las quince veladoras blancas que hacían una especie de semicírculo, depositadas frente al féretro de su vecino. Alrededor había flores de distintos colores.

Se sentía perpleja, estaba consciente que la muerte era una etapa de la vida en toda persona. Sin embargo, esos instantes repentinos del fallecimiento de alguien cercano siempre le hacían recordar lo efímero de la vida terrenal y le traían de vuelta el ejercicio obligado de vivir al máximo cada instante.  Ejercicio que ella solía olvidar al entrar en el ajetreo cotidiano.

Esta ocasión no pensó en el dolor que siempre le asomaba ante la sola idea de imaginar a sus seres queridos en ese estado, esta vez pensó en cómo sería su funeral. En eso estaba cuando le ofrecieron té o café, aceptó el té, era de sus favoritos, de limón.

Mientras su vista permanecía frente a las veladoras, dio un sorbo al té y el sabor la hizo regresar a distintos momentos en su vida. El primero fue el de la infancia, en su casa el té de limón era conocido como té de zacate. Así le llamaba su familia. A ella le gustaba tomarlo con dulce, desde esa época le pareció un sabor tan agradable, suave, aromático, relajante.

Los momentos con sus abuelitos estaban también impregnados del sabor y olor del té de zacate, esos instantes tan cálidos con la familia, sentados alrededor  del fogón de la cocina eran acompañados de esta bebida con pan o tortillas hechas a mano.

La infusión era parte de los recuerdos que tenía de las salidas con sus amistades, cuando iban a acampar. No faltaban los termos con café y té de limón para la noche o por la mañana.

El sabor del té de zacate con canela lo había conocido gracias a su suegra, cuando le ofreció por vez primera esa mezcla de sabores que gustó a Roberta, endulzada ligeramente con miel de abeja.

Di otro sorbo a su bebida, no cabía duda que los sentidos del olfato y el gusto eran evocadores de memorias. El olor del té de limón la hizo regresar al presente, en ese instante comenzaría la oración en el funeral. Dejó su vaso en el piso y se dispuso a escuchar con atención, sin perder de vista los destellos de luz de las veladoras.

 

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