Algunas preguntas y consecuencias de la pandemia mundial (1)

Las cifras de fallecidos se han incrementado en el mundo tras varias semanas de pandemia mundial a causa del Covid-19, popularmente conocido como Coronavirus. Una tragedia para los afectados y, también, para los familiares que no pueden dar la última despedida a sus seres queridos. Si ello es una desdicha emocional, que dejará secuelas a muchas personas, tampoco hay que olvidar otras consecuencias de esta epidemia generalizada. Una muy comentada, por perceptible, se observa en la crisis económica que empieza a vivirse y vislumbrarse a futuro. Las pérdidas de trabajo y la falta de ingresos se sienten, en especial, entre aquellas familias que viven en la economía informal o que obtienen sus recursos diariamente. Recuperar la “normalidad”, tanto en México, como en cualquier país del mundo no será fácil, puesto que la economía capitalista y los requerimientos del mercado están construidos para la obtención de beneficios, y no para una distribución económica más igualitaria, incluso en tiempos de una crisis producida por un virus.

Se supone que la tarea redistributiva, aquella que haga menos dramática la desigualdad social, debe estar a cargo del Estado. Institución surgida para proteger a sus ciudadanos en lo físico, para cuidar sus vidas de las amenazas externas, pero también internas. Sin embargo, la crisis del Coronavirus está poniendo en entredicho, por distintos motivos, su función. Y cuando digo Estado, me refiero a las instituciones y personas que le dan vida.

El Leviatán estatal intocable, incuestionable por todopoderoso, parece desbordado en muchos países, mientras que en otros recurre a medidas que pueden atentar contra las libertades civiles mediante la militarización y el lenguaje bélico. Hay que reconocer que pocas personas podían pensar en una pandemia en la actualidad, tampoco los Estados, pero ello no impide señalar la progresiva eliminación de apoyos a la sanidad pública. Liberalizar la economía en prácticamente todos los países ha desnudado al Estado de sus obligaciones, y el ejemplo más nítido se observa en los Estados Unidos.

Si el Estado no cumple con su compromiso de velar por la vida, entonces para qué sirve tal institución. Esa es una pregunta que muchas personas se realizarán, o tal vez lo hagan de una forma menos concreta, pero no menos desoladora. Ante crisis como la que ya se vive es necesario revisar acciones y efectuar críticas, aunque a veces los que salen a la luz durante las crisis son los facilones discursos que asumen la defensa de ese ente abstracto que es el pueblo. Ente indefinido que llama fácilmente a alegatos de líderes políticos, de aquellos que ya han aprovechado las reiteradas económicas de los últimos años.

Al respecto, mucho se escucha y lee en estos días respecto a un cambio de paradigma de nuestras sociedades y, por ende, de una especie de refundación del Estado. Una acción a la que deberían unirse transformaciones de la propia economía capitalista, aquella que polariza la ganancia y que, también, condena a la pobreza a buena parte de la población del planeta. Mientras tanto, el papel redistribuidor de la riqueza, encargado al Estado, se diluye ante el lucro desmedido de pocos frente a la precarización de la mayoría de ciudadanos.

Hoy se habla en Europa de la creación de deuda pública a través de bonos económicos del Coronavirus, de un nuevo Plan Marshall, aquel que reconstruyó a parte del continente europeo tras la Segunda Guerra Mundial. En definitiva, se piensa en salidas de la crisis en clave formal, sin reflexionar sobre posibles cambios del modelo de crecimiento económico y de la distribución real de la riqueza. Es decir, habrá que revisar si las Bolsas del mundo, si los grandes oligopolios, seguirán siendo las cabezas de las directrices económicas mundiales o existen reales alternativas más próximas a la ciudadanía.

En definitiva, el Estado continuará desmantelando sus atribuciones redistributivas o asumirá un papel más activo, menos de gestor de las ruinas. Serán necesarios más estadistas y menos líderes carismáticos. Sin embargo, los últimos decenios no se han caracterizado por dirigentes que pongan por encima de intereses personales y corporativos el bien común. Esperan meses, sino años, complejos por la propia pandemia que puede rebrotar en cualquier momento, pero también para reestructurar las economías familiares.

Pero si lo económico polemiza sobre el papel que realiza o deberá tener el Estado, éste, junto a otros actores sociales, muestra maniobras de largo aliento gracias a la pandemia, aquellas que con razón visionaria de pasado, pero también de futuro, Michel Foucault llamó biopoder. De ello se reflexionará en la siguiente entrega para mostrar la contradictoria posición de la institución estatal en nuestra sociedad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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